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¿Por qué la historia olvidó a Rosario de Velasco?

Hasta el 15 de septiembre, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza le dedica una exposición que reúne una treintena de pinturas fechadas entre 1924 y 1950 –los años más destacados de su trayectoria– y una sección dedicada a su trabajo como ilustradora, que revela a una dibujante de gran versatilidad, lo que se comprueba en sus obras para la edición de 1928 de Cuentos para soñar, de María Teresa León, o las de Cuentos a mis nietos (1932), de Carmen Karr.

Comisariada por Miguel Lusarreta y Toya Viudes de Velasco, sobrina nieta de la artista, la muestra pretende redescubrir y poner en valor su obra tras años de relativo olvido. Junto a pinturas bien conocidas y conservadas en museos, como su Adán y Eva (1932), del Museo Reina Sofía; La matanza de los inocentes (1936), del Museo de Bellas Artes de Valencia; Maragatos (1934), del Museo del Traje de Madrid, o Carnaval (anterior a 1936), del Centre Pompidou de París, se exponen por primera vez obras de la colección familiar y de diversas colecciones particulares.

Nunca hasta ahora se le había dedicado una exposición a De Velasco por la gran dificultad que presentaba su organización, ya que la mayoría de las obras que pintó en su primera época estaban en paradero desconocido. Entre las documentadas pero perdidas durante décadas, y recientemente localizadas en colecciones particulares, están Cosas (1933), Maternidad (1933), Gitanos (1934) o Pensativa (1935), así como varias ilustraciones de libros o un dibujo preparatorio del óleo Carnaval (anterior a 1936). Además se han descubierto otras de las que no se tenía noticia, como Bodegón con peces (hacia 1930) o Niñas con muñeca (1937).

Biografía

Rosario de Velasco pintando ‘Lavanderas’. Archivo de la familia.

Nacida en Madrid, en el seno de una familia acomodada, Rosario de Velasco comenzó su formación a los 15 años en la academia del pintor costumbrista Fernando Álvarez de Sotomayor, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y director del Museo del Prado en dos ocasiones. De esos años es su Autorretrato (1924), en el que firma ya con un monograma compuesto por las iniciales R, D y V, inspirado en el de Durero y que ha sido fundamental en la labor de localización de algunas de sus pinturas.

Pero la joven artista es consciente de que debe ir más allá de la tradición y abrirse a las vanguardias. Además, quiere competir en un mundo mayoritariamente masculino. Su actitud abierta y su inquietud cultural le llevan a relacionarse con muchos de los creadores de su generación, en especial con pintoras y escritoras como Maruja Mallo, Rosa Chacel o María Teresa León. Entre sus amigas se encuentran igualmente Mercedes Noboa, Matilde Marquina, Concha Espina o Lilí Álvarez, campeona de tenis a la que retrató en la década de 1930.

En el año que termina sus estudios, 1924, participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid y comienza su incursión en la ilustración. En la década de 1930 goza ya de un considerable éxito, participa en numerosas muestras colectivas y concursos, como la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1932, en la que presenta el lienzo Adán y Eva, con el que obtuvo una segunda medalla en la categoría de pintura. La obra sorprende por el complejo juego de perspectiva, a vista de pájaro, un recurso que utilizará también en algunos bodegones o en Sin título (el cuarto de los niños) (1932-1933), conservada también en el Reina Sofía, en la que trastoca el espacio con una original disposición de los objetos que recuerda al cubismo.

De esa misma década son la mayoría de sus obras más importantes: Maragatos, que en 1934 obtuvo el segundo premio en el Concurso Nacional de Pintura; La matanza de los inocentes (1936), atribuida durante mucho tiempo a Ricardo Verde, y Lavanderas (1934), regalo de boda a su hermano, quien también aparece retratado en otra de las obras reunidas en la exposición.

En la trayectoria artística de Rosario de Velasco se distinguen claramente dos épocas: su producción figurativa de los años treinta y principios de los cuarenta, la más conocida, elogiada, buscada por museos y coleccionistas y en la que se centra esta exposición; y una segunda, en Barcelona, donde se instaló tras la Guerra Civil y vivió hasta su muerte en 1991, en la que colaboró con importantes galerías, aunque manteniéndose siempre al margen de las corrientes del momento.

 

En 1935, Gitanos fue seleccionada para participar en el Carnegie International, una exposición internacional organizada por el Carnegie Museum of Art de Pittsburgh, donde compartió espacio con obras de Carlo Carrá, Otto Dix, Edward Hopper, Georgia O’Keeffe, Picasso y Dalí. Esta obra, hasta ahora en paradero desconocido, ha sido uno de los grandes hallazgos realizados durante la preparación de esta muestra.

Al estallar la Guerra Civil, su militancia falangista y su entorno familiar le llevan a abandonar Madrid. Viaja primero a Valencia y después a Barcelona, a Sant Andreu de Llavaneres, donde conoce al médico Javier Farrerons, que se convertirá más tarde en su marido y que logró liberarla de la cárcel Modelo de Barcelona, donde estuvo detenida y estuvo a punto de ser fusilada. Terminada la guerra se instala en Barcelona con su marido y su hija María del Mar.

En 1939 participa en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura, en Valencia, y en 1940 presenta su primera exposición individual en Barcelona. En los años siguientes continúa exponiendo también en Madrid, aunque con menor frecuencia, como en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1941 y de 1954, además de en diversas galerías. En 1944 fue seleccionada para el II Salón de los Once, organizado por la Academia Breve de Crítica de Arte, impulsada por Eugenio d’Ors para dar a conocer el arte de la primera posguerra. D’Ors pertenecía al círculo de amistades de la artista y de su marido, junto a Dionisio Ridruejo, Pere Pruna o Carmen Conde, entre otros.


– Tras su presentación en Madrid, la exposición podrá verse en el Museo de Bellas Artes de Valencia, que la coorganiza, entre el 7 de noviembre de 2024 y el 16 de febrero de 2025.