La muestra se ha concebido como una exposición concentrada en los dos focos principales del quehacer artístico de Wols: la fotografía (la luz) y el dibujo (la línea), ámbitos en los que creó formas totalmente novedosas y un nuevo lenguaje visual. Wols. El cosmos y la calle reúne 90 obras distribuidas en tres ámbitos distintos, por un lado, una selección de dibujos, acuarelas y libros de autores como Sartre o Artaud, por otro, seis óleos realizados entre 1946 y 1949, y finalmente, una selección de fotografías.
La exposición de Wols se ha realizado alrededor la muestra Formas biográficas, que fue el núcleo sobre el que el Museo Reina Sofía ha desarrollado una serie de casos de estudio como el de Ely Strik, Tracey Rose y Amos Gitai. En Wols. El cosmos y la calle también «se ven las interpretaciones banales que se ha hecho de su vida y obra. Sabemos que tuvo una vida muy difícil, una vida marcada por el exilio, marcada por la pobreza, marcada por el alcoholismo…», asegura Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía.
Cosmos y calle
En el título de la exposición se relacionan la calle y el cosmos. Por un lado, el cosmos repasa los óleos, dibujos, grabados y acuarelas “abstractos” producidos por Wols, tanto durante la Segunda Guerra Mundial como en la posguerra, cuando el artista soportaba una vida precaria en Francia. Su obra representa la evolución del surrealismo parisino de los años 30, hacia el existencialismo de posguerra, hacia el art brut, el informalismo, hacia artistas como Fautrier, Dubuffet, Giacometti, Tinguely y Takis. Las creaciones de Wols reflejan un modelo del universo y un deseo de encontrar un nuevo lenguaje visual susceptible de abarcar el concepto espacio y tiempo.
Por otro, la calle revisa sus trabajos fotográficos, realizados antes del conflicto bélico, entre 1932 y 1938. La fotografía era para Wols un proceso de experimentación formal, es la fotografía de la pobreza, y surge de la miseria y el caos. Las fotografías del artista no se limitan a la transformación estética, sino que presentan la imagen más bella posible de un mundo feo, en ellas coexisten la tragedia y la alegría. En ellas retrata las calles urbanas, en escenas diurnas y nocturnas y sobre todo las naturalezas muertas.
Esta exposición, que no pretende ofrecer una lectura panorámica y cronológica de su obra (nunca fechaba -ni titulaba- sus trabajos: fueron su esposa y algunos de sus amigos quienes, tras su muerte, lo hicieron), muestra cómo sus fotografías, a menudo dotadas de una cierta cualidad alucinatoria, intentaron retratar la cotidianidad, los detalles más elementales y prosaicos de la existencia humana, mientras que su obra gráfica y pictórica, que con los años se fue volviendo cada vez más abstracta (como evidencian los demoledores e inquietantes óleos que realizó en el tramo final de su carrera), trató de capturar y representar la energía universal. Y lo hizo a través de composiciones que, lejos del carácter cristalino y geométrico del espectro de la abstracción que solemos asociar con la especulación cosmológica, no sólo son furiosas, abruptas y viscerales, sino que además están cargadas de reminiscencias biológicas y orgánicas.
Peripecia vital
Nacido en el seno de una familia acomodada berlinesa, Otto Wolfgang Schulze «Wols» es una de las figuras más enigmáticas del arte del siglo XX. En su trabajo, que abarca tanto fotografías como obras gráficas y pictóricas en diversos formatos (dibujos, grabados, acuarelas y, ya en la última fase de su trayectoria, pinturas al óleo sobre lienzo) se puede apreciar un juego continuo entre la abstracción y la figuración: participan la una en la otra al tiempo que permanecen diferenciadas, generándose entre ambas una zona de fluctuación o transición que es, a la vez, vasta y microscópica, vigorosa y sutil.
Wols, que adoptó su seudónimo cuando ya residía en Francia (país al que se había trasladado tras la llegada al poder del Partido Nazi y en el que permanecería hasta su prematura muerte con 38 años), comenzó su carrera como fotógrafo, oficio con el que incluso adquirió cierta celebridad. Pero tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, al verse obligado a desplazarse continuamente de un domicilio o campo de internamiento a otro, se centró en el dibujo, produciendo, durante los años de la contienda, algunas de sus obras más extrañas, intrincadas y hermosas.
Considerado como uno de los representantes más influyentes del «tachismo» (movimiento que con frecuencia se ha concebido como el equivalente europeo del expresionismo abstracto), desde un punto de vista contextual se puede decir que su obra encarna y refleja la evolución del surrealismo parisino de la década de los treinta hacia el existencialismo de posguerra y corrientes artísticas como el art brut o el informalismo, anticipando la concepción del espacio que explorarían y desarrollarían artistas como Giacometti, Dubuffet, Fautrier o, en última instancia, Tinguely y Vassilakis Takis.