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‘Reikiavik’, una metáfora sobre el mundo

Interpretada por Daniel Albaladejo, Elena Rayos y César Sarachu, Reikiavik toma como base un hecho aparentemente alejado del universo teatral, una partida de ajedrez que tuvo lugar en plena Guerra Fría, cuando Mayorga era apenas un niño. Spassky y Fisher se enfrentaron en un intenso duelo en el que el tablero no representaba sólo la lucha de dos personas, sino la confrontación entre las dos grandes superpotencias y sus formas de entender el mundo. «Siempre que en mi teatro trato el pasado estoy hablando del presente», afirma el dramaturgo.

El potente juego escénico que propone Mayorga, como autor y director del texto, presenta a dos protagonistas, Bailén y Waterloo, «que han tomado esos nombres de derrotas napoleónicas», explica Mayorga. Estos se retan y juegan a ser Spassky y Fisher ante un muchacho, pero también representan a otros personajes: el árbitro alemán, el guardaespaldas islandés, la madre de Fisher, la segunda esposa de Spassky, Henry Kissinger, los padres ausentes…

No es la primera vez que Waterloo y Bailén hacen algo así, pero nunca lo habían hecho con tanta pasión. Porque lo que realmente buscan ante ese muchacho extraviado no es sólo comprender por fin qué sucedió en Reikiavik, qué estaba en juego allí, quiénes eran aquellos hombres que midieron sus fuerzas… Pero además, Waterloo y Bailén buscan un heredero.

La escenografía que firma Alejandro Andújar, la iluminación de Juan Gómez-Cornejo y el sonido creado por Mariano García construyen un mundo poético que acompaña a los actores, evitando la ilustración descriptiva. En el espacio sólo hay dos elementos: una mesa como las que a menudo se encuentran en los parques y una pantalla en la que se proyectan imágenes en blanco y negro.