La acción transcurre en 2020, en pleno confinamiento. Volvemos así al encierro y al teletrabajo, a las videoconferencias en chándal, a la soledad de muchos y a la locura de quienes lejos de llenar su tiempo haciendo pan de masa madre trabajaron hasta la extenuación. La obra nos habla de la oportunidad empresarial y de cómo sacar rendimiento de la desgracia.
Enrique Gálvez, interpretado por un sobresaliente Iker Lastra, es el director de Marketing y Comunicación de Banco Futuro, una gran empresa sobre la que se cierne la sombra de un escándalo que previsiblemente hará rodar varias cabezas, entre ellas, la de nuestro protagonista. Desesperado, Gálvez intenta frenar lo que parece inevitable y convence a la presidenta de la compañía, Carmen Dávila (Alejandra Prieto), para invertir cuatro millones de dólares en una serie de robots que podrían ayudar a frenar la pandemia. El maquillaje perfecto para una empresa con varios directivos a punto de ser imputados. Presentarse como buenos samaritanos a ojos de la sociedad y del gobierno podría ser motivo suficiente para que el juez que tienen pisándole los talones desista de sus intenciones. Y si fuera necesario, siempre pueden aderezar el plan con una campaña de desprestigio para que todos sepan que están ante un magistrado machista que no soporta que una mujer presida uno de los bancos más importantes del país.
Sin embargo, la estrategia no es tan sencilla y requiere de la colaboración del Ministerio de Sanidad para traer los robots de China y hacerlos llegar a los hospitales españoles. Es aquí donde entra el político corrupto, un politiquillo defenestrado que quiere volver a ocupar la primera línea. Aparece en escena un convincente y carismático Juanjo Artero, que junto a Iker Lastra, profundo e impactante, mantienen al espectador en tensión hasta el final y nos adentran en un mundo de intrigas políticas y empresariales donde no hay lugar para el más mínimo error. Las cosas, sin embargo, no saldrán como desean y junto a ellos viviremos la tensión de los despachos, las prisas por hacer la foto de turno, por sacar la nota de prensa y, más tarde, por evitar un espantoso ridículo.
Junto a ellos, destaca también la actuación de Ana Turpin, que da vida a la científica encargada de mediar entre los chinos y Banco Futuro. Completan el elenco Abraham Arenas, un funcionario del Ministerio; María Asensio, secretaria y mano derecha de la presidenta del banco; Arancha Sanchís, periodista que vive del sensacionalismo, y Jesús Redondo, en dos papeles, el de asistente de producción y el de médico.
La obra transcurre a un ritmo frenético, se diría que es una mezcla de teatro, cine y televisión. Y para conseguir esa acelerada sensación se sirve de una escenografía limpia y minimalista que cambia constantemente. Paneles semitransparentes y mesas y sillas rodantes que los propios actores mueven de un lado a otro para trasladarnos por escenarios tan diversos como una fiesta clandestina (donde comienza la acción), el interior de las casas de los protagonistas, un despacho del Ministerio, varios hospitales y hasta un avión.
El diseño escenográfico corre a cargo de Marta Guedán, el vestuario es de Miguel Ángel Milán, la iluminación de Carlos Alzueta, la música y el sonido de Tuti Fernández y la videocreación de Dani Esteban.
Una propuesta atrevida y de actualidad, por el tema que trata, que ha pasado ya por los teatros de varias ciudades españolas y que, de momento, se despide en Madrid.