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‘Saber sin mí’, más Argentina en Tabacalera

Esta exposición, que se incluye en #ArgentinaPlataformaARCO [1], incluye obras de Osías Yanov [2], Paula Castro, Marcelo Galindo [3], Eduardo Costa [4], Carlos Herrera [5], Nicanor Aráoz [6], Santiago de Paoli [7]Mariana Tellería [8] y Santiago García Sáenz [9].

A su vez, Saber sin mí se integra en un proyecto más amplio, En el ejercicio de las cosas, ideado como una única exposición desplegada en ocho sedes de la ciudad. En cada una de ellas emerge una serie de aspectos que este conjunto de obras y artistas porta. Por este motivo, los comisarios, Sonia Becce y Mariano Mayer, han dado un título general y un subtítulo para cada sede, a fin de señalar lo particular y lo horizontal que este conjunto de piezas y nombres ofrece.

Sin preeminencia alguna de una sobre otra, las distintas zonas incluyen desde herramientas críticas para pensar los cambiantes modos de relación que se dan entre lo personal y lo colectivo; la ficción sexual y su correlato erótico como una forma identitaria; el desborde genérico; los distintos vínculos de carácter experiencial con el público hasta la literatura entendida como un elemento referencial y constitutivo.

Marcelo Galindo. Sin título 2005. Vídeo.

Marcelo Galindo. Sin título 2005. Vídeo.

A su vez, como un modo de señalar la particular cultura de la recepción en la que muchas de estas obras fueron producidas, se han incluido artistas pertenecientes a diversas generaciones, con la intención de expandir aún más el mapa de frecuencias que la exposición propone.

Realizar, presentar, exponer una pieza y lograr trasmitir determinado funcionamiento emocional –sin saber de dónde viene la propia obra ni tampoco lo que significa– es, para un filósofo, la demostración de que ciertos artistas “resultan saber sin mí lo que yo enseño” (Lacan), preceden al conocimiento y a pesar de ello no producen una utilidad sino una creación. La lógica de la que el arte dispone no permite pensar para saber más, sino para dejar de hacerlo.

En Saber sin mí, los cambiantes modos de relación que se dan entre lo personal y lo colectivo hacen de la ficción sexual y su correlato erótico una herramienta de autoaprendizaje. El cuerpo privado, el cuerpo que se hace público y se exhibe, el cuerpo que da indicios de deseo y el cuerpo enajenado que experimenta el placer en sus límites, pero, sobre todo, el cuerpo que se exalta como territorio de experiencia se perfilan como una forma identitaria.

La huella, más simbólica que física, en la que “el dolor se ha transformado en energía”, deja entrever la relación entre la marca, el ritual y la repetición (Osías Yanov). La marca corporal en su versión informe aparece también cuando la materia pregnante que el erotismo destila, alejado de todo centro de gravedad, dispone un tipo de detención (Paula Castro, Marcelo Galindo, Eduardo Costa). La vacilación deliberada entre indicio, presencia y ausencia conduce a algo que salió de cuadro. Donde ahora hay un catálogo de objetos antes hubo interacciones, partes antes que totalidades (Carlos Herrera). Los cuerpos parciales, teñidos de colores flúor y ataviados por luces de neón dejan a la intemperie la distancia que provoca la empatía cuando no actúa sobre el cuerpo sufriente. Es el locus en el que la violencia se materializa, se pone en escena y se desarma (Nicanor Aráoz). El desborde multigenérico y la asignación sexual indeterminada aparece en figuras mentales donde el cuerpo es un instrumento de visión capaz de ser asimilado por el ambiente (Santiago De Paoli). Estas variaciones corporales descubren proporciones, morfologías, pero también la relación animal y no lineal entre cuerpo y mundo (Mariana Tellería, Santiago García Sáenz). Son situaciones, antes que objetos artísticos, donde es posible desarmar lo aprendido.