Sam Francis, californiano de nacimiento, es uno de los máximos exponentes de la segunda generación del Expresionismo Abstracto que surgió en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, y que comenzó a internacionalizarse años después. Este movimiento pictórico se caracteriza por plasmar el estado físico y psíquico del autor, siendo lo primordial la relación entre el pintor y su cuadro, dando siempre más importancia al proceso de creación pictórica (y a las sensaciones que el artista experimenta) que al resultado de la obra.
Así, se puede considerar esta muestra como una ventana hacia los sueños, las emociones y los pensamientos de Francis. Sus obras presentan rasgos comunes a las de sus predecesores Jakson Pollock, Mark Rothko y Willem de Kooning (todos pertenecientes a la Escuela de Nueva York).
Evolución artística
Para desarrollar su trabajo, Francis, que comenzó a dedicarse a la pintura en una edad tardía, tras sufrir un accidente de avión durante la Segunda Guerra Mundial, hizo uso tanto de las técnicas del “action painting” (pintura en acción) como de las del “color-field painting” (pinturas de campos de color).
A lo largo de la exposición se evidencia claramente su evolución artística desde el Realismo (que cultivó durante muy poco tiempo) hacia el Expresionismo, en el que se asentó definitivamente; también pasó por una etapa marcadamente surrealista, como se puede observar en The secret room (1946), que fácilmente recuerda a las fantasías de Joan Miró. Sin olvidar que en sus inicios se advierten también “brochazos” impresionistas, especialmente durante el período que el pintor pasó en Francia; como muestran las obras Red, blue and yellow (1953) y Côte dÀzur (1953). Distintos estilos, pero una constante en todas sus obras: la preocupación por la luz y el color.
Color, movimiento y abstracción
[1]Fue a finales de los años cincuenta cuando Sam Francis se sumergió de lleno en la abstracción. Comenzó a jugar con el vacío en el que flotan los cuerpos, simulando formaciones paisajísticas (en las que nadan islas, penínsulas, icebergs y continentes) y espaciales (donde se suspenden las nubes, el aire y el agua). En la serie Edge, los espacios en blanco, enmarcados en líneas de gran intensidad cromática, transmiten una sorprendente sensación de calma y serenidad.
Francis también quiso explorar el ilimitado potencial del cuerpo humano, sobre todo durante su período de hospitalización en Suiza a causa de la tuberculosis, y realizó numerosos trabajos en los que aparecen formas orgánicas y bimórficas, algunas de ellas cargadas de erotismo, como ejemplifica la obra Blue Balls (1960-1961).
Despliegue de color
A finales de los años setenta, la energía y el movimiento se convierten en sus temas principales. Especialmente tras sus estancias en Tokyo, el color comienza a fluir libremente por estructuras tubulares y a veces intenta escaparse para desparramarse por toda la superficie estallando en gotas infinitas. Él mismo denominó a estas pinturas “angel trails” (rastros de ángel).
Los últimos trabajos (1980-1994) presentan tonalidades más oscuras y abandonan el vacío. Empiezan a dominar la oscuridad y las sombras, reflejando su hastío vital (por aquel entonces se le diagnosticó cáncer de próstata).
Ningún color escapó a su paleta. Pero no será esto lo único que sorprenda al visitante, también lo hará la magnitud de sus obras, ya que algunas llegan a medir más de dos metros. La emoción está asegurada ante tal despliegue de color y expresión.