Gran parte de las obras que se presentan ahora se mostraron en dos exposiciones ya históricas, celebradas en Nueva York allá por la primavera de 1980: New Images from Spain, Solomon R. Guggenheim Museum y Spanish Institute. El interés de la comisaria de aquel proyecto, Margit Rowell, fue mostrar en EE.UU. el arte español más actual, con una nómina de artistas que, junto a Sergi Aguilar, incluía, entre otros, a Carmen Calvo, Antoni Muntadas, Darío Villalba o Zush. Para Rowell, el arte de Aguilar debía adscribirse a un cierto retorno al orden, una de las tendencias de la modernidad artística de aquellos revueltos años.
Forastero en su tierra
En todo caso, la mirada de Aguilar, antes que puramente objetiva, era heredera más bien de un contexto internacional, poco anclada en el proceder de nuestros artistas en ese momento. Como señala De la Torre, era forastero no sólo en Estados Unidos, sino en el propio contexto de nuestro arte, en donde el escultor catalán parecía situarse en un lugar aparte y hacer prevalecer en sus creaciones un aire de honestidad frente al notorio ruido multicolor al que eran proclives los artistas de ese tiempo.
Su trabajo, tocando ciertos elementos de la tradición constructiva, en especial el análisis sobre la desocupación del espacio, asalto a lo real para, posteriormente, retornar a una cierta apariencia de orden: reverso anverso, en palabras del artista. Es éste [Revers/Anvers], precisamente, el título de la retrospectiva que el MACBA de Barcelona dedica en estas fechas a su singular trayectoria [1].
Y tal era ese aire solitario que captó la atención de Rowell, que relacionaba su trabajo con el constructivismo ruso y con cierto minimalismo norteamericano. Una obra cercana a una suerte de geometría orgánica con connotaciones incluso cubistas y una cierta noción pictorialista que tenía que ver con el mundo de los planos y las incisiones con aire de dibujo del quehacer de Aguilar en ese tiempo.
Inquietantes preguntas
Hay una extraña proximidad entre sus dibujos y esculturas, planteando así inquietantes preguntas en torno a la falacia de la dimensionalidad y la poesía de las formas, ya fuesen elevadas en el papel o alzadas en el espacio. Y desde aquí ese aire de escaparse del tiempo que tiene su quehacer. Marcas, huellas, restos del trabajo, letras, fragmentos de escrituras corpóreas…
El diálogo entre el aspecto de cierre de algunas de sus esculturas y la apertura en otros de sus espacios, su revisión de extraño geómetra, obviamente le acababa derivando a una cierta mirada de la tradición constructiva. Algo que le alejaba, a su vez, de cierta tradición hispana, muy de raíces, encarnada por escultores como Julio González o Gargallo. Su trabajo solitario y sus preguntas sobre el vacío quizás sólo sean comparables a la tradición del Oteiza de las cajas metafísicas, el Oteiza poeta.
Sería justamente el emparentamiento del objeto escultórico con el espacio y el tiempo una de las características del trabajo de Aguilar en aquellos años. Y quizás por ello destaca en la escultura de este momento esa ausencia de huella del quehacer, a la par que su presencia, delicadeza extrema, en sus dibujos y collages que se presentan ahora, más de tres décadas después, al público en la galería José de la Mano.