Tenía 20 años cuando comenzó a fotografiar mientras cursaba estudios de Economía en la universidad. La técnica no le resultaba ajena: sus dos hermanos la practicaban e incluso habían improvisado un cuarto oscuro en un armario. Cuando un profesor criticó su primera fotografía, de tono surrealista, y le invitó a tomar el camino del realismo, Tomatsu reorientó su mirada. Ahí la mantendría siempre, pero de una manera singular, acentuando y forzando las capacidades expresivas y comunicativas de la imagen, explorando su potencial simbólico hasta crear una estética que, alejada conscientemente del fotoperiodismo, funda en cierto sentido una nueva forma de documentalismo.
La exposición recorre su trayectoria a través de 180 fotografías organizadas en 11 secciones temáticas que reflejan los diversos intereses que atrajeron su mirada. En esa selección de temas y en el tratamiento visual de los mismos, nunca literal ni directo, queda clara su voluntad de compromiso: la destrucción causada por la guerra, la presencia de bases militares y la americanización de las costumbres, los estragos causados por la naturaleza, el avance imparable de la urbanización, las protestas estudiantiles, la pervivencia de las raíces y las tradiciones, la belleza de la naturaleza o la exaltación de los objetos cotidianos, entre otros.
La muestra Shomei Tomatsu, producida por Fundación MAPFRE, cuenta con los préstamos del legado de Shomei Tomatsu – INTERFACE así como con otros procedentes del Tokyo Photographic Art Museum; The National Museum of Modern Art, Tokio; la Colección Per Amor a l’Art, Valencia; y Taka Ishii Gallery Photography / Film, Tokio.
Cuatro Claves
A la sombra de la guerra. Shomei Tomatsu tenía 15 años cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. En un Japón derrotado y en el que aún resonaban los estallidos de la devastación nuclear de Hiroshima y Nagasaki comenzó su andadura artística. Perteneciente a una generación que había vivido las consecuencias de la guerra comenzó a captar la realidad que le rodeaba. Dentro de los muchos temas que captaron su interés, ligadas a este contexto abundan las imágenes de la destrucción causada por la guerra, las tomas que reflejan la vida en torno a las bases militares durante la ocupación y los impactantes retratos de los hibakusha, los supervivientes de las bombas nucleares, cuyas cicatrices y deformidades expresan de la permanencia de un profundo, inconsolable dolor.
El organizador de fotografías. Interviene de forma directa en la recepción de su obra, es decir, en la manera que ésta se muestra al público y establece una comunicación con el mismo. Solía explicar cómo cada nuevo proyecto le permitía en cierto sentido reinterpretar su propia obra: variaba los títulos de las fotografías, cambiaba su pertenencia a diversas series… en pocas palabras, reclasificaba su obra de manera intuitiva en búsqueda de nuevas lecturas.
La extrañeza de la imagen. Su fotografía se aleja del fotoperiodismo imperante. Genera extrañeza en el espectador a través del uso de fuertes contrastes y de técnicas como el montaje, la fotografía en negativo o perspectivas no convencionales… Todo ello manejado con la intención principal de acentuar la capacidad expresiva del medio. Su práctica, alejada de lo ortodoxo, le valió las críticas del experto en fotografía Natori, quien decía que su fotografía carecía de contexto. Tomatsu respondería enérgicamente mostrando su rechazo al lenguaje visual del fotoperiodismo y reivindicando el absoluto respeto de su estética hacia los hechos.
El color y Okinawa. Tomatsu visitó Okinawa por primera vez en 1969 para fotografiar la base militar estadounidense. La isla se le reveló como un lugar poblado por los ritos y la cultura ancestral y dominado por la presencia del mar y la naturaleza, que se convierten de hecho en protagonistas de sus fotografías. Tomatsu afirmó que el uso del blanco y negro lo asociaba a la presencia americana mientras que el color era una afirmación de la vida redescubierta en Okinawa y donde residiría en sus últimos años.