La muestra comienza con una obra maestra de 1997, el bodegón titulado Piedras rituales; y cuenta, además, con cuadros, pasteles y dibujos representativos del conjunto de temas que Bravo trató a lo largo de su vida artística.
El visitante se encuentra al final de la exposición con cinco cuadros de 2010, entre los que se encuentra Tríptico beige y gris, uno de los tres que se exhibieron en Marlborough Nueva York este año, en el que se combinan pinturas de varios paquetes envueltos y aluminios. Quizá este tipo de representaciones sean las más significativas dentro de la obra del artista.
Independientemente del tema representado se podría decir que los sellos distintivos de la labor artística de Bravo son la simplicidad y la elegancia. Prueba de ello son sus últimas creaciones, centradas en la representación de papeles de colores. En estos cuadros, los papeles forman figuras abstractas en las que el color y la forma interactúan, alejándose del mundo natural. Este tipo de obra es, muy probablemente, la de mayor pureza dentro de la obra de Bravo.
El chileno hablaba así sobre su propia técnica: “Los objetos que pinto transcienden la realidad y la magnifican. Utilizo la luz de un modo parecido a como lo hacía Francisco de Zurbarán. Este pintor fue uno de los pocos que supo dar un significado verdaderamente trascendental a los objetos. Este tratamiento de la luz hace que los objetos parezcan más reales”.