Comisariada por Nuria Enguita (Madrid, 1967) y Nacho París [1], en La réplica Infiel participan 13 artistas de 10 países.
Como explican los comisarios, una réplica fidedigna sería la que reproduce exactamente un modelo, careciendo de un sentido propio sin su referencia: una imagen cerrada, sin vacíos ni ausencias que permitan su interpretación. Pero la palabra réplica tiene otra acepción y se refiere a la acción de contestar, denunciar un sentido y proponer otro. El arte replica el mundo proponiendo nuevas semejanzas que subvierten las significaciones impuestas por los lenguajes dominantes. Reproduce y contesta algo que estaba dado anteriormente en otro registro, en otra forma. Y debe hacerlo en combate contra su institucionalización, que lo convierte en voz repetida, en lenguaje establecido. A la vez, en su propio hacer, en el paso de la intención creadora a la materialización, el arte se transforma, corrige y traiciona la idea original del autor. Aparecen así los espacios propicios a la imaginación del espectador, para que rellene, recree y, de nuevo, traicione el sentido propuesto.
En forma de pregunta
Los artistas participantes se sitúan necesariamente en un «entre». Estableciendo una dialéctica entre el mundo, sus poderes y ficciones, entre la imagen y la palabra, entre formas de representación. Conscientes de la insuficiencia de la imagen y de la palabra única, despliegan su trabajo en series, proponen resonancias de un lenguaje a otro, de un material a otro, de una historia a otra en un movimiento incesante de recontextualización. Ofrecen siempre dos miradas simultáneas e indisociables: una que atraviesa el mundo y sus ficciones y otra sobre el arte y sus lenguajes.
La réplica infiel, destacan Enguita y París, «es una exposición en forma de pregunta que reúne a un grupo de artistas vinculados por un conjunto de complejas líneas de conexión. Una heterogeneidad de voces que abren diversos horizontes de sentido, en un proyecto que se interroga sobre la potencia del arte en tanto que acto de habla e invención, en combate desde y contra su propio método».
Artistas y obras
Anna Boghiguian (El Cairo, Egipto, 1946) utiliza la imagen como escritura y la escritura como imagen. Despliega un modo de pensar y una poética comprometida que reflexiona sobre el potencial significativo de la historia y sus efectos en el presente. Sus imágenes no documentan ni narran acontecimientos, son tentativas de instaurar relaciones de experiencia y conocimiento con la materialidad inmanente de lo real. Transmiten su estar en contacto con el mundo, con sus objetos e historias. Imágenes y textos son una puesta en escena de su interacción con el territorio sociopolítico y el orden simbólico del mundo.
Saskia Calderón [2] (Quito, Ecuador, 1981) inventa e interpreta un lenguaje y un canto. Propone el renacimiento de la voz de una etnia imaginaria extrayendo unas partituras, unas letras y unos jeroglíficos a partir de la transformación de una fórmula de hidrocarburo del petróleo. Transforma cifras numéricas y componente químicos en hercios, en una música sobrecogedora. Denuncia así el crimen socioecológico y la tragedia humana que se está produciendo en la Amazonía ecuatoriana explotada por las empresas petroleras.
Sunah Choi [3] (Busan, Korea, 1968) colecciona, acumula, dispone y recombina modestos objetos y materiales para proyectarlos, alterando sus escalas, convirtiéndolos en imágenes, en sombras, en representaciones de sí mismos. De la tridimensionalidad a la bidimensionalidad, el material se convierte en imagen abstracta, y la realidad en ornamento. El resultado, deslumbrante.
A través del documental, Virginia Medeiros [4] (Feira de Santana, Brasil, 1973) elabora un discurso artístico en el que pone en relación la experiencia individual y el contexto cultural. Sergio e Simone son tres proyecciones de vídeo simultáneas que documentan el trayecto vital de conversión de Sergio en Simone y de Simone en Sergio. Un crudo viaje de ida y vuelta entre identidades que muestra la complejidad de un proceso de transformación constante del cuerpo, en conflicto con un contexto social que impone imágenes y estereotipos.
En cuanto a Carla Filipe [5] (Vila Nova da Barquinha, Portugal, 1973), practica en Arquivo surdomudo una arqueología del presente, manipula imágenes y documentos que remiten a la situación de Portugal tras la Revolución de los Claveles. Imágenes en las que lo privado y lo doméstico se funden con los procesos sociales colectivos. La palabra ha sido borrada de las banderolas que cuelgan silenciosas en la sala de exposición: «sin leyenda, el archivo no habla», dice la artista.
Isaías Griñolo (Moguer, 1963) produce su trabajo desde la simbiosis entre la palabra y la voz poética, la práctica performativa, el discurso crítico y la producción audiovisual. Documentos de todo tipo, contratos, octavillas, grabaciones y fotografías de móviles se unen a la palabra en la poesía y el cante. Su propuesta es un modo ejemplar de acompañamiento de la lucha social desde las prácticas artísticas, compartiendo la palabra y los gestos de las personas que pelean por sus derechos.
Julio Jara (Toledo, 1971) se preocupa por las formas de vida y los lenguajes que el sistema económico, el prejuicio social y la historia expulsan hacia los márgenes y hacen desaparecer, vuelven invisibles o no se atreven a nombrar. Filacterias Tir es una acción en la que el artista tira un muñeco de luz al cielo con la intención de venderlo. Representa la figura del charlatán -al que compara con el artista- como portador de un lenguaje en vías de extinción y de una identidad dependiente de la fe.
Teresa Lanceta [6] (Barcelona, 1951) teje sus tapices desde la pasión por una herencia material y una práctica común, desde el reconocimiento a las mujeres que hicieron avanzar esos saberes, en diálogo con algo que ha sido parte de un mundo, que guarda una memoria. En El Paso del Ebro el comienzo de la serie de maravillosos textiles es la manta en la que su abuela guardaba el pan durante la cruenta batalla de nuestra última guerra civil. Además, Lanceta cruza el río todas las semanas, y durante esos viajes escribe un texto y toma fotografías, evoca y actualiza los hechos del pasado, reflexionando sobre el presente social, político y económico.
Xisco Mensua (Barcelona, 1960) se interesa por la imagen como construcción cultural y por la dificultad de cercar los límites de la relación entre palabra e imagen. Utiliza la palabra caligrafiada como algo visible, como imagen sobre el plano, como si palabra e imagen fueran fruto de una misma operación intelectual y produjeran objetos idénticos. Genera una obra que aparenta estar enredada en las redes del lenguaje pero que manifiesta la irreductibilidad de la imagen a la palabra y de la palabra a la imagen. En su apabullante Historia de arte y poesía construye un álbum, un índice de la modernidad en tanto un tiempo y un pensamiento que se acaban y propone también una reflexión sobre el poder narrativo de la fotografía.
Anna Oppermann (Eutin, Alemania, 1940 – Celle, Alemania, 1993), en sus ensembles (aglomeraciones de dibujos, notas manuscritas e imágenes), explora la posibilidad o imposibilidad de transmitir conocimiento y experiencia a través de la representación como mediación entre el arte y la realidad. Una indagación permanente que se despliega en diversas direcciones.
Inmaculada Salinas [7] (Guadalcanal, España, 1967) propone una reflexión en torno a la representación de la mujer en los media a través de un libro diario sobre las mujeres y los artistas como colectivos precarizados, en el que cualquiera puede construir sus propia narración. En algunos libros se insertan dibujos originales y el precio del libro se fija solo en función de las horas de trabajo empleadas en la realización de los dibujos. Horas de trabajo pagadas como un salario precario. La exhibición del libro en la sala y el proceso de venta y distribución entrecruzan acciones y significados.
Mladen Stilinović [8] (Belgrado, Serbia, 1947) trabaja a partir de los significados inherentes y las trampas ideológicas inscritas en el lenguaje, los colores o los objetos de la vida cotidiana. La ironía y el humor le permiten deconstruir y carnavalizar el lenguaje del poder. En White Absence (Blanca ausencia), una obra que surgen del dolor ante la guerra, plantea el blanco y el vacío como color y espacio del dolor y la intimidad. El blanco es a la vez el color de la pereza, la pobreza y el absurdo, conceptos que propone como mecanismos de autoprotección y autonomía frente a los regímenes comunistas y capitalistas de producción.
Por último, Xavier Le Roy [9] (Juvisy-sur-Orge, Francia, 1963) y Scarlet Yu (Hong Kong, China, 1978) proponen una acción que, prolongada durante todo el tiempo que dura la exposición y sustentada en la participación colectiva, se plantea cuestiones relacionadas con la hospitalidad de la institución, el tránsito generoso del conocimiento de unas personas a otras y las sucesivas transformaciones que este sufre. Plantean también el intercambio de roles maestro/alumno y espectador/actor en un contexto de significación determinado, el de la institución y el museo.
Con motivo de la exposición se celebrarán en el CA2M tres Días de Intensidad (de los que solo resta el previsto para el 24 de septiembre), en los que se concentran acciones de distinto tipo: performances, conferencias, lecturas de poemas, conciertos, etc.
Además, el CA2M ha editado para la exposición un catálogo que cuenta con textos de Bojana Cvejić, Nuria Enguita, Laurence Rassel, Nacho París y Willy Thayer. Además contiene diversas intervenciones de los artistas presentes en la muestra.
Sobre representación y realidad
La historia de la producción de imágenes en occidente está indisolublemente ligada a su función como medio o instrumento al servicio de un fin exterior, mágico, religioso, político. Sin embargo, las obras de arte, las prácticas artísticas y el hecho expositivo parecían, desde la modernidad, haber conquistado esforzadamente su plena autonomía. El problema es que esta conquista pudiera ser solo aparente, ya que no parece haberle otorgado al arte tanto su propia voz para interrogar el sentido de lo existente como simplemente haberle relegado a un lugar social institucionalizado y separado de las creencias colectivas, como una actividad que habita fuera de la experiencia de vivir y solo cobra sentido remitiéndose a sí misma. Una estetización difusa, sostenida por una recepción contemplativa que finalmente habría devuelto la producción artística a su origen teológico, a un dominio de la teoría como exterioridad a la obra en la que encontramos una huella del idealismo dominante en la sociedad contemporánea. Este proyecto se interroga acerca de la condición de la obra de arte y sus posibilidades. Sobre aquello que la obra hubiera podido ser o decir y lo que finalmente dijo o fue. Una reflexión, que es inevitablemente ético-política, sobre representación y realidad, sobre las posibilidades y responsabilidades del acto artístico como conocimiento. Sobre el poder de las representaciones, no para reflejar la realidad sino para buscar su sentido. O dicho de otra manera, sobre la relación del arte con lo existente y su capacidad como lenguaje para generar significado.