Junto con el gran formato, que desarrolla a partir de la década de 1970, la expresión de las emociones a través de la luz y la oscuridad son también señas de identidad de esta artista galardonada con el Premio Velázquez 2020 a la que el Museo Reina Sofía le dedica ahora Ritmos, tramas, variables, una exposición retrospectiva con más de un centenar de obras que recorren la trayectoria de la artista valenciana desde sus comienzos, ligados al Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, hasta la actualidad, con una serie de trabajos muy recientes relacionados con sus orígenes y su admiración por Eusebio Sempere.
La retrospectiva, comisariada por Isabel Tejeda, catedrática de Bellas Artes de la Universidad de Murcia e historiadora del Arte, se despliega cronológicamente en 10 salas, comenzando con sus primeras obras geométricas de finales de los años 60 y terminando con sus últimas creaciones de 2023 y 2024 en las que retorna a sus orígenes.
«He intentado generar un relato circular que atravesara todas las piezas –comenta Tejeda–, conectando las últimas con las primeras, el módulo, la línea, la geometría de Sevilla que yo considero no fría sino emocional. Porque se trata de una artista que busca crear un vínculo emocional con la obra como el propio Sempere, Yturralde, Agnes Martin o Rothko».
La primera y segunda sala se centran en el desarrollo de la abstracción geométrica de sus primeras piezas, en las que hace uso del metacrilato, transparente y de color, a partir de una serie de módulos que van cambiando de posición y creando una trama que va conformando espacios.
De esta primera etapa es Mondrian (1973), donde juega con la geometría del color para conseguir una imagen tridimensional, una ilusión espacial. Sobre esta base desarrolla una nueva concepción basada en el color y en la búsqueda de la profundidad, una pintura que vibra y que plasma en grandes telas sin título, con superposición de módulos pentagonales o hexagonales. También una serie de obras blancas y ligeras de 1978 y 1979 donde juega con la simetría, negativos y retículas enmarañadas.
Geometría que vibra
Entre 1980 y 1982, disfruta de una beca de investigación en la Universidad de Harvard (Boston), donde asiste a una serie de cursos sobre la Alhambra o las obras de Velázquez que le impresionan y le llevan a redescubrir estos grandes hitos culturales desde otra perspectiva.
A su regreso a España inicia una senda más subjetiva, espacial y emocional, creando algunas de sus obras más icónicas, como Las Meninas (1982), una serie en la que la abstracción geométrica evoluciona hacia un uso atmosférico y espacial de la línea y la trama. Así, explica la comisaria, «crea una trama con distintos tonos, que se va moviendo, que vibra, que marca el espacio. Se trata de una geometría sensible y emocional».
En otra de sus series más conocidas, La Alhambra (1984-86), reinterpreta el conjunto monumental, del que intenta pintar su aire generando profundidad a través de la reiteración de las tramas cruzadas, acercando la abstracción a cierta sensación de figuración.
El carácter instalativo de estas dos series se aprecia en la disposición de las obras: Las Meninas se expone en ocho pinturas muy juntas que dialogan entre sí, envuelven al espectador y le hacen partícipe de la atmósfera que crea a través de la línea. Las 12 obras de La Alhambra están montadas en pareja, ambas con una misma imagen, una con luz nocturna y otra diurna, con títulos extraídos de los poemas nazaríes de sus yeserías.
Intervenciones
En sus intervenciones tridimensionales, la artista traslada poéticamente sus experiencias sensibles. En la muestra se documentan algunas de sus intervenciones históricas: Leche y sangre (1986), un montaje de claveles rojos en hileras paralelas que recorren el espacio y que constituye el origen de sus instalaciones de hilos. Y la instalación Mayo 1904-1992 (1992), que se realizó en el castillo de Vélez Blanco [1] (Almería) recreando su claustro renacentista, expoliado y hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York, mediante una proyección de luces que se encendían al atardecer y se desvanecían al alba
También está la obra En ruinas II (1993), donde se genera un cambio en su forma de pintar. De la línea pasa a utilizar pinceladas muy cortas, golpes de pincel. Con esta nueva pincelada, que da una sensación de relieve, se puede contemplar Insomnios (2002-2003), cuatro obras de gran formato, de hasta ocho metros, que destacan por su longitudinalidad y semejanza con las tapias cubiertas de vegetación, en las que se conjuga el blanco y el negro con matices rojos y negros.
Continuando con este acercamiento a la naturaleza aparece la primera instalación física de la exposición, El tiempo vuela (1998), relacionada con el género artístico de la vanitas. 1.500 mariposas azules de papel, posadas en las paredes de la sala y montadas sobre un mecanismo de relojería que hace que giren segundo a segundo, generan un ambiente sonoro y de movimiento que evoca el paso del tiempo. La instalación debe su título a un poema de Antonio Machado evocando el fragmento: «Y es hoy aquel mañana de ayer».
Casi al final de la exposición se muestran las series Nuevas Lejanías (2016) y Luces de Invierno (2018), obras en las que la artista reflexiona sobre su propia vida, sobre su llegada a un «invierno personal» sin hacer concesiones a la melancolía o la la nostalgia. En esta serie de pinturas rescata de su memoria los secaderos de tabaco de la Vega de Granada, o los plásticos de los invernaderos cuyos movimientos, velando la realidad, reproduce.
Y para cerrar el círculo, la Soledad Sevilla más actual, sus series más recientes, de 2022 a 2024: 12 bocetos de Horizontes, dos Horizontes Blancos, y las ocho obras de Esperando a Sempere, que la artista ha creado para esta retrospectiva, y que suponen un reencuentro con sus orígenes y algunos de sus primeros referentes.
En este punto se ve cómo vuelve a la línea pura con lápiz, tinta o rotulador, pero abandona la perfección e interviene con su propio cuerpo, su gesto consciente, dejando que introduzca fallos, ondulaciones, excesos de tinta. A medio camino entre una línea recta con regla y una a mano alzada, trabaja la degradación del color. «Esta última sala desemboca en la primera, comunicando el principio con el final, en alusión al mismo cuadro que la propia Sevilla dice que siempre está pintando. De forma que se ve la implicación de todas sus constantes de maneras muy distintas. Porque Soledad Sevilla es una artista muy libre, con esa libertad de cambiar el rumbo sin traicionarse que es característica de su trabajo», concluye Isabel Tejeda.
La muestra, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, incluye 11 obras pertenecientes al Museo Reina Sofía, préstamos privados y de organismos e instituciones públicas, entre los que destaca el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo o Patrimonio Nacional, entre otros.
Magma vegetal
Aunque ligada en sus inicios al heterogéneo grupo de artistas españoles adscritos a los presupuestos estéticos de la abstracción geométrica –con los que ha mantenido afinidad toda su vida–, Sevilla pronto se desmarcó del uso del ordenador como herramienta plástica. Entre 1980 y 1982 realizó una estancia en Boston fundamental en el desarrollo de su carrera. Allí llevó a cabo, entre otros proyectos, las series Keiko, Stella y Belmont, compuestas por dibujos de líneas individuales, finas y ligeras que preconizaban la sensación de vibración tan característica de su pintura posterior. A su regreso, la línea, las tramas y la luz como vehículos de la emoción llevaron a la artista a trabajar sobre dos hitos esenciales de la cultura española, Las Meninas y la arquitectura andalusí de La Alhambra de Granada, en cuya vega reside.
Hacia mediados de la década de 1990, una acumulación de pinceladas comenzó a invadir sus telas rítmicamente y la naturaleza se apropió de sus obras. Un «magma vegetal», en palabras de la propia Sevilla, compacta la superficie del lienzo para ir dejando ver progresivamente una línea de luz. Las vegetaciones colgantes, las noches de insomnio y las arquitecturas agrícolas, conducen al espectador a mirar el mundo a través de la trama. Tramas de hojas o de mallas de plástico inspiradas en los secaderos de tabaco de la vega granadina.
La generación de instalaciones, con las que Sevilla expande sus preocupaciones estéticas hacia lo espacial, ha sido otra de las líneas de fuerza de su trabajo desde la década de 1980. Esta exposición documenta alguna de sus intervenciones históricas y, al mismo tiempo, presenta Donde estaba la línea, una nueva instalación site-specific en la que utiliza el hilo de algodón para intervenir el espacio del Museo.