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Sorolla, cien años de modernidad

La muestra incluye, por ejemplo, Boulevard de París (1889) y La Giralda (1908), dos obras que no se exponían desde la muerte del pintor. También se puede admirar por primera vez en España Retrato de la tiple mexicana Esperanza Iris (1920), Arco y puerta de Santa María, Burgos (1910), Niños bañándose o Sol de la tarde (1909) y Barcas en Jávea (1905). Por último, destacan tres obras que nunca antes han sido expuestas en Madrid: Sierra Nevada desde el cementerio (1909), Antes del baño (1909) y Lucrecia Arana (1920).

Entre los prestadores que han colaborado en la exposición están las instituciones que atesoran las mejores colecciones del artista, como el Museo Sorolla –cerrado temporalmente para su ampliación y rehabilitación [1]–, la Hispanic Society of America, el Museo del Prado o el Museo de Bellas Artes de Asturias. También ha prestado obras el Musée d’Orsay y varias colecciones públicas y privadas nacionales e internacionales.

Comisariada por Blanca Pons Sorolla, Consuelo Luca de Tena, exdirectora del Museo Sorolla, y Enrique Varela Agüí, director actual del mismo, esta muestra ha sido organizada por Patrimonio Nacional y Light Art Exhibitions en colaboración con el Museo Sorolla y su Fundación.

 

Sorolla, cien años de modernidad se organiza en estos cinco apartados:

I. Rumbo al éxito. Desde sus inicios, Sorolla entendió que el éxito en exposiciones y salones era la clave para vivir de su arte. Con una base académica sólida y una excepcional habilidad, se propuso ganar todos los premios posibles. Sus obras, tanto las que retrataban la vida cotidiana como las que denunciaban injusticias sociales, le brindaron prestigio en el mundo del arte, refrendado por numerosas medallas. Su mirada única sobre el costumbrismo también cautivó al público, catapultándolo a la fama. Su camino hacia el éxito había comenzado en Madrid en 1884 y se fue consolidando con obras como ¡Aún dicen que el pescado es caro! o La vuelta de la pesca (1894). En 1900 alcanzó la cima de su carrera al obtener un Grand Prix en la Exposición Universal de París y en 1901 la medalla de honor en Madrid.

Joaquín Sorolla. ‘Boulevard de París’. Madrid, 1890. Óleo sobre lienzo, 80 x 160 cm. Colección particular.

En esta sección, compuesta por ocho obras, se puede ver Boulevard de París (1890), su única obra en gran formato que retrata la vida moderna en las calles de la gran ciudad. La comenzó allí en 1889 y la terminó en Madrid con los apuntes tomados ese año y en su estancia de 1885. Reproduce la terraza de un café, donde se reconoce al propio Sorolla que se autorretrata a la izquierda. Combina hábilmente la luz natural del atardecer con la artificial que surge a través de la gran cristalera. Un cuadro descrito por el artista como «ya francamente naturalista y al cual procuré llevar la sensación de vida que yo veía».

II. El mar, siempre nuevo. En sus escenas de mar, Sorolla se valió de todos los recursos de la modernidad al servicio de su ideario plástico y asignó un repertorio de códigos simbólicos a cada espacio geográfico del litoral plasmado en sus lienzos. Mientras las playas de Valencia fueron escenario de la representación naturalista de un clasicismo ancestral, las aguas de Jávea fueron laboratorio de experimentaciones compositivas y de color. Y en el Cantábrico mostró la faceta más social con el despliegue de un repertorio de personajes vestidos a la moda que se exhiben para ser vistos y admirados.

En esta sección, formada por 26 obras, se pueden apreciar obras como La bata rosa (1916), considerada por Sorolla como «de lo mejor que he hecho en mi vida»; Paseo a la orilla del mar (1909) o Chicos en la playa (1909).

Exposición ‘Sorolla, cien años de modernidad’ en la Galería de las Colecciones Reales. A la derecha, La bata rosa (1916). © Luis Domingo.

Joaquín Sorolla. ‘La señora de Ira Nelson Morris y sus hijos’. Chicago, 1911. Óleo sobre lienzo, 221,2 x 169,3 cm. Nueva York, The Hispanic Society of America.

III. Sentir el retrato. El retrato esconde un diálogo mudo entre dos seres humanos. Sorolla maneja el artificio con naturalidad y en ellos se contempla la verdad de un encuentro reservado. En este recorrido, articulado por 20 obras, se puede ver un autorretrato de Sorolla de 1909; retratos de personajes y familias ilustres como La señora de Ira Nelson Morris y sus hijos (1911); el retrato realizado al fotógrafo Antonio García en su laboratorio; La familia Benlliure Arana; Santiago Ramón y Cajal o José Echegaray. Protagonista de esta sección es la familia de Sorolla, en especial su esposa y musa, Clotilde, con cuadros tan relevantes como Madre (1895-1901), Clotilde con traje de noche (1910) y Joaquín Sorolla García sentado (1917), entre otros.

IV. Visión de España. En 1910, cuando se encontraba en la cima de su carrera, el pintor recibió de Archer M. Huntington el encargo más importante de su vida: una serie de 14 paneles para la biblioteca de la Hispanic Society of America, que hoy se conoce como Visión de España. Ajustándose a los intereses de Huntington, Sorolla plasmó una representación de la vida y las costumbres de España, la esencia de algunas de sus regiones, en los 210 metros cuadrados de que dispuso, con el propósito de que el pueblo estadounidense las comprendiera. Las dos regiones más ampliamente representadas fueron Castilla y Andalucía. De 1912 a 1919 viajó por toda la Península pintando estudios de tipos de gran formato, cuatro de estas obras se pueden ver en la exposición.

Joaquín Sorolla. ‘La siesta’. San Sebastián, verano de 1911. Óleo sobre lienzo, 200 x 201 cm. Madrid, Museo Sorolla.

V. Del paisaje al jardín. Junto a sus visiones del mar, Sorolla pintó numerosos paisajes. Primero, por su propio valor, y después, a partir del encargo de la Visión de España, como fondos de sus grandes panoramas humanos. Le atraen los escenarios grandiosos, como el de Guadarrama o la Sierra Nevada granadina, pero en espacios más recogidos busca el movimiento en los ríos, los reflejos del agua, las sombras movedizas y los encuadres audaces: la continua variación de la luz bajo el movimiento del sol era, para él, la clave de la vida del paisaje.

Desde 1906 experimentó con las luces tamizadas entre el follaje de los jardines, donde empezaría a situar algunos retratos. La Alhambra de Granada y el Alcázar de Sevilla le sedujeron con su mezcla de arquitectura, vegetación y agua. A partir de 1911 empezó a diseñar y plantar su propio jardín, y a pintarlo desde 1916: aquel fue su pedazo íntimo de naturaleza y su edén en sus últimos años.

En esta sección que cierra la exposición, compuesta por 19 lienzos, se encuentran obras tan representativas como La siesta, Clotilde en el jardín, Jardín de la casa Sorolla, La catedral de Burgos y Jardines del Alcázar de Sevilla. Estudio de sombras, entre otras.