Conocido como ‘el pintor de la luz’, Sorolla desarrolló una sensibilidad extrema hacia este elemento, ya fuera natural o artificial, en interiores o, sobre todo, en exteriores. El artista valenciano vivió en una época en la que la ciencia hizo importantes avances en el estudio de la naturaleza física de la luz, y en la que, gracias a la incorporación de la iluminación artificial, la vida cotidiana adquirió una nueva dimensión.
Desde mediados del siglo XIX la luz se adueña de la pintura. Si hasta entonces había servido para iluminar los objetos, se podría decir que desde entonces los objetos van a servir como soportes de la luz y la pintura registra una nueva sensibilidad hacia sus efectos y matices. Sorolla convirtió a la luz en única protagonista de sus cuadros y así se muestra en la exposición Arte de la luz, que profundiza en la faceta más conocida del pintor, acercando al visitante a algunos de sus trabajos más interesantes en lo que respecta al uso de la iluminación.
En ellos fue capaz de reproducir los distintos matices de la luz, como las luces intensas del pleno sol que resplandecen sobre los blancos, o las penumbras claras, las luces inquietas que se filtran salpicadas entre la vegetación o entre los cañizos, los contraluces o las combinaciones de todas ellas. Pero también supo evocar en sus cuadros la sensación de vida que la luz natural transmite, y la especial emoción que en él suscita el juego de la luz; su capacidad para transfigurar la realidad, convertirla en un prodigio, una fulgurante aparición de belleza.
Formas de iluminación
La muestra, que reúne 54 obras en las que el tratamiento de la luz es el aspecto más significativo, analiza las distintas formas de iluminación que Sorolla cultivó y se desarrolla en cinco apartados. El primero de ellos, Hacia la luz, es introductorio y «se muestran distintos tipos de iluminación que Sorolla ensayó, algunos de los cuales descartó, como los nocturnos o las iluminaciones en interior muy contrastadas», explica Consuelo Luca de Tena, comisaria de la muestra y directora del Museo Sorolla. Pero también practica con otras luces que cada vez tendrán mayor fuerza en su pintura, desarrollándose hasta constituir las marcas de su estilo.
La segunda sección, Sombre y reflejo, tiene como protagonistas a estos interesantes efectos visuales que el artista valenciano utilizó con frecuencia, a veces como recursos compositivos, otras como recursos poéticos. En tercer lugar, el visitante se va a encontrar con Luz filtrada, un recurso que fue una de las formas de iluminación que sedujeron a los pintores impresionistas y que Sorolla buscó con frecuencia, pues el movimiento y la irregularidad dan a esa luz una fuerte presencia. En el verano de 1907, en La Granja de San Ildefonso, el artista pintó algunas de su obras más atractivas con este tipo de luz.
Resplandor es la cuarta sección en la que se muestra a un Sorolla como maestro de los blancos al sol, y es que nadie pintó como él el resplandor sobre las superficies blancas. Este apartado muestra dos etapas de un Sorolla maduro y pletórico: el verano de 1906 en Biarritz, y el verano de 1909 en Valencia. Finalmente, con Arte de la luz se llega al final de la exposición. En este apartado se recoge el cuadro La bata rosa, que resume en sí mismo las muchas búsquedas del pintor en torno a la luz.
La exposición se completa con una serie de fotografías en las que aparece el pintor valenciano trabajando con algunos de los cuadros expuestos y analizando la forma de organizar la relación con su motivo, su posición respecto a la luz o la elección del encuadre.