Händel escribió la partitura de Theodora en poco más de un mes, a los 65 años, aunque se encontraba exhausto, envejecido y enfermo. La obra, estrenada sin el aprecio del público en 1750 en el Covent Garden de Londres, es el único oratorio de su catálogo sobre un tema cristiano y dotado de una estructura dramatúrgica casi operística que lo diferencia de todos los demás.
El libreto de Thomas Morell, basado en la obra Love and Religion Demonstrated in the Martyrdom of Theodora and Didymus del célebre físico Robert Boyle, narra el final de la vida de Theodora, fervorosa cristiana condenada a ejercer la prostitución por negarse a participar en los sacrificios en honor a Júpiter, como exigía el edicto del gobernador romano.
La pugna entre los paganos –déspotas y dominantes– y los cristianos –oprimidos pero valerosos– determina la estructura, orquestación y melodías de la partitura, ya que Händel trata de manera diferenciada los coros y personajes adscritos a uno u otro bando, y también a aquellos que están entre ambos, con una música de grandísima inspiración y eficacia dramatúrgica.
La directora de escena Katie Mitchell, que desde hace años imprime una lectura feminista e iconoclasta a las obras que dirige, rehúye la visión de las mujeres cristianas como mártires pasivas y sumisas, y las convierte en secretas guerrilleras que luchan contra el sistema, representado por sus jefes tiranos que someten a las mujeres y a las minorías religiosas.
En su propuesta dramatúrgica, Mitchell traslada la acción original del siglo IV a nuestro tiempo, situando la trama en distintos espacios de una embajada –escenografía de Chloe Lamford–, en la que los empleados cristianos –una radical minoría encabezada por Theodora que, al contrario que en su «versión original», aparece en escena desde el primer momento como personaje fuerte y desafiante– se rebelan contra sus opresores.
La protagonista de Theodora, Julia Bullock –que protagonizó The Indian Queen en 2013 bajo la dirección de escena de Peter Sellars– ha participado activamente en la dramaturgia de la producción, junto a Mitchell, quien ha recurrido a la ayuda de la coordinadora de intimidad Ita O’Brien –una figura ya habitual en el cine y la televisión pero hasta ahora desconocida en el Real– para la realización de las escenas de violencia y contenido sexual.
Junto a Bullock darán vida a los personajes la mezzosoprano Joyce DiDonato (Irene) –asidua en el Teatro Real–, el contratenor Iestyn Davies (Didymus) –que ya interpretó el mismo papel en el Real en 2009 en la versión concierto, actuando posteriormente en Parténope–, el tenor Ed Lyon (Septimus) –que cantó en Il ritorno di Ulisse in Patria, Fidelio y La Calisto–, el bajo Callum Thorpe (Valens) y el tenor Thando Mjandana (Mensajero), que debutan en el coliseo madrileño.
La dirección musical será de Ivor Bolton, gran especialista en el repertorio barroco, que dirigirá su cuarto título de Händel al frente de la Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real, después del éxito de Rodelinda (2017), Parténope (2021) y Orlando (2023).
Por cierto, el 1 de mayo de 2025, Jephtha, el último oratorio de Händel, se presentará por primera vez en el Teatro Real en versión de concierto [1], interpretado por Il Pomo d’Oro bajo la batuta de Francesco Corti y con las voces de la mezzosoprano Joyce DiDonato y Michael Spyres.
– El domingo 17 de noviembre, a las 18.00 h, Theodora se emitirá en directo para todo el mundo en My Opera Player.
Demasiado…
Como recuerda Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, en la época de su estreno, el tema de Theodora, a la que no duda en calificar de una de las mejores obras de Händel, era de una osadía que la condenaba automáticamente a la marginalidad. Era consciente de ello el mismo compositor, que dijo a su libretista una frase deliciosamente maliciosa: «Los judíos no vendrán porque se trata de una historia cristiana; y las mujeres tampoco, porque se trata de la historia de una mujer virtuosa». A un público compuesto mayoritariamente por protestantes se les pedía lo imposible: empatizar con una santa de la Iglesia Católica.
Y, encima, a través de una música de una complejidad insólita respecto a otras obras del mismo Händel: no busca la pomposidad habitual de los demás oratorios del compositor; cuenta una historia íntima y emotiva, impregnada de una atmósfera opresiva, a través de arias lentas y coros reflexivos, sin apenas propiciar el exhibicionismo vocal ni los efectos fáciles; y rechaza categóricamente el final feliz que era imperativo en la época.
Además, las preguntas que la obra lanza al aire no son nada cómodas, aparte de sorprendentemente actuales: ¿Dónde radica el deber? ¿Es legítimo retirarse del mundo si uno lo desaprueba? ¿Cuánta libertad puede concederse a las creencias de las minorías? ¿Se les puede dar libertad para infringir la ley? ¿Pueden los soldados desobedecer órdenes por problemas de conciencia? ¿Debe un juramento de fidelidad ceder el paso a la amistad? Para el director es una obra demasiado radical, demasiado desafiante, demasiado estimulante y demasiado compleja para el público de la época de Händel.
Hoy, sin embargo, cuando todas esas reticencias sobre lo audaz del tema han desaparecido, Matabosch destaca la excepcionalidad de la música y la fuerza visionaria de la historia que el compositor se atreve a contarnos.