La tragedia supuso un shock global y en el caso de este recóndito lugar, Gander, tuvo consecuencias totalmente inesperadas: duplicar su población de la mañana a la noche y convertirse en un ejemplo de solidaridad, empatía y hospitalidad que desde 2017, tras su estreno como musical en Broadway bajo el título de Come From Away, recorre escenarios de todo el mundo éxito tras éxito. Una historia basada en hechos reales que hasta el 30 de noviembre podemos disfrutar en el Teatro Marquina de Madrid.
Retrocedamos al caos tras el drama, al derrumbe de las Torres Gemelas, y al cierre del espacio aéreo en Estados Unidos. Una medida de emergencia que obligó a desviar todos aquellos aviones con destino al país. 38 de ellos aterrizaron en este pueblo de apenas 9.000 habitantes cuyo gran aeropuerto encontraba su justificación en otros tiempos, cuando fuera parada de reabastecimiento de combustible de vuelos trasatlánticos.
Así fue como esta población tuvo que acoger sobre la marcha a cerca de 7.000 personas llegadas de todo el mundo con lo que eso suponía: diversidad de lenguas, culturas y religiones, familias de todo tipo con múltiples necesidades, desde pañales para los niños a productos de higiene femenina, medicamentos para aquellos que estuvieran enfermos, animales variopintos que viajaban en las bodegas… y, por supuesto, el control de las emociones en un momento de caos total fruto de una incertidumbre nunca antes vivida. Las necesidades llegaron incluso a la gestión del aburrimiento y es que lo que iba a ser una visita de horas se prolongó durante cinco días.
Y ese caos es el que esta compañía lleva al escenario en forma de musical. Un musical que en ningún momento pierde el hilo narrativo a pesar de arriesgar en un intercambio de escenas y personajes constante en el que la versatilidad de los actores permite que tan pronto estén interpretando a los oriundos del pueblo como a los pasajeros llegados de distintos rincones del mundo. Un caos tejido con maestría en el que el espectador se permite el lujo de relajarse y dejarse envolver porque en todo momento sabe quién es quién y dónde está.
Y en ese aparente caos interpretativo, fruto de una dirección ágil e impecable, se produce un controlado caos emocional, porque la obra juega con los sentimientos del espectador, elevándole a una felicidad contagiosa en la que se siente partícipe de la fiesta, porque sí, hay fiesta, para luego dejarle caer en un derrumbe emocional fruto de la empatía por la tragedia a la que también asiste. Historias de amor y desamor, desencuentros, amistades que nunca dejarán de serlo y hasta curiosas tradiciones como la de besar a un bacalao… todo tiene cabida en esta Torre de Babel que es Come From Away.
Conmueve aún más saber que la historia está basada en hechos reales y uno abandona el patio de butacas pensando que el mundo es un poquito mejor de lo que creía antes de entrar. Una experiencia única de la que no estaría de más tomar nota en el momento actual y reflexionar sobre el papel que a cada uno, de forma individual o colectiva, nos toca vivir en cada momento: el de acoger o el de ser acogido.