Esta valiente obra de denuncia contra la llamada ‘cultura de la violación’ –con texto de Jordi Casanovas y dirección de Miguel del Arco– se considera una ficción dramática construida a partir de las declaraciones que los denunciantes y acusados del caso de ‘La Manada’ pronunciaron en el juicio que tuvo lugar en noviembre de 2017.
Los hechos. 7 de julio de 2016. Fiestas de San Fermín. Una pandilla de cinco hombres invita al más joven a pasar por un ‘rito de iniciación’ para reafirmar su compromiso con el grupo. Un ritual que cambiaría sus vidas y la de la víctima para siempre. Mostrando todos los prismas y percepciones que cada protagonista del relato tiene de una misma realidad los hechos nunca parecen objetivos, ¿o sí?
Mientras la joven, representada por una brillante María Hervás, que encara su monólogo con voz quebrada, declara: «Me dijeron: pero tienes que elegir a uno» o «no pedí auxilio porque no pensé que iba a suceder lo que luego sucedió»; otro de los acusados añade: «Gemía y se le veía en la cara que estaba disfrutando».
Desde el propio teatro avisan de que las declaraciones han sido «fragmentadas, reordenadas o reducidas, pero que en ningún caso se ha añadido texto nuevo». De nuevo la realidad supera a la ficción.
De la puesta en duda de los propios abogados, las risas y complicidad de los acusados durante la vista o la aparente pasividad de la víctima, la verdad se agarra con fuerza: «No reaccioné. Quería que todo acabara y luego irme. Me daba igual lo que pasara». Manifestantes y toda una sociedad se movilizaron para poner voz a un caso de abuso con precedentes, pero quizás nunca con esa exposición mediática.
Es ahí cuando la historia sale de ese portal en el que sucedieron los hechos, de ese juzgado en el que las cartas se pusieron sobre la mesa, y empieza a calar en cada uno de los espectadores. Más allá de juicios los hechos consiguen hablar por sí solos. “¿En el momento en el que comienzan las relaciones, usted se encontraba, permítame la pregunta, excitada?”, pregunta el abogado de la defensa.
Con un montaje que juega con las luces, los espacios e, incluso, con el papel de los personajes, que van pasando de acusados a jueces, a abogados, de víctima a fiscal, la obra, que en algún momento se tilda de claustrofóbica, consigue su objetivo y deja huella con un texto fuerte y una apuesta rompedora.
«Follándonos a una entre los cinco. Ja, ja, ja… Todo lo que cuente es poco. Puta pasada de viaje. Hay vídeo», algunas partes del texto ensordecen, pero tienen una efectividad fulgurante. Que esto no vuelva a pasar. “Tengo que seguir, tengo 20 años, me queda mucho”, comenta la víctima mientras se apagan los focos y se baja el telón.
Podría considerarse un viaje de verdades contadas a medias. Un juego sobre quién lleva la batuta, quién es más ‘hombre’… quién se convierte en verdugo. El Teatro Documental logra su objetivo, y retoma las riendas de la realidad para contarla, recontarla. En definitiva, para que no se nos olvide.
Jauría ganó el pasado 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, el XVI Premio Cultura Contra la Violencia de Género. La voz se eleva y la historia llega a más oídos.