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La muestra, comisariada por Javier Viar Olloqui, director hasta este año del Museo de Bellas Artes de Bilbao y conocedor profundo de su obra, pretende ser un homenaje al artista en su ciudad natal 25 años después de su fallecimiento.
Las obras provienen de distintas colecciones privadas e instituciones como Kutxa Fundazioa, Artium, BBK, Diputación Foral de Gipuzkoa, Diputación Foral de Bizkaia, Gobierno Vasco, Laboral Kutxa y Museo Universidad de Navarra. Un gran número de las piezas mostradas proceden del Museo de Bellas Artes de Bilbao y del legado del artista depositado en dicha institución.
La muestra conforma un recorrido cronológico por la extensa carrera artística del guipuzcoano a través del cual se pueden comprender sus procesos de trabajo, cómo transitó por sus constantes investigaciones y su incesante búsqueda artística.
Recorrido
Tras una primera sala dedicada a su prolífica obra en papel, la exposición se divide en varios apartados.
De la geometría a la abstracción lírica. Años 50: en su interés inicial por una obra geométrica, otra influencia que puede detectarse, por ejemplo, en Geométrico oscuro I, es la de Paul Klee y sus arquitecturas infantiles realizadas con módulos sencillos, o incluso la de Pablo Palazuelo, algunos de cuyos cuadros tempranos se hicieron también bajo una gran influencia de Klee. Estos trabajos evolucionaron enseguida hacia la pérdida de la geometría y la entrada en un mundo de abstracción lírica, con configuraciones más abiertas y formas menos estrictas y envueltas en efectos luminosos, transparencias y descripciones imprecisas que la situaban en un lugar antagónico al espacialismo y cerca de un expresionismo poético y misterioso.
Primer informalismo. Años 1960-1966: en 1960, Balerdi entró bruscamente en una pintura informalista de rasgos gestuales que rompía con su anterior abstracción lírica ejecutada mediante un modelado sensual de formas rotundas y más o menos precisas.
Derivaciones. Años 1967-1972: Dsarrolla la serie de cuadros titulados Cardenal, en la que puede seguirse el que iba a ser su procedimiento creador completo hasta 1974, donde los gestos y manchas más o menos aleatorios de los cuadros informalistas han sido trabajados hacia la obtención de formas precisas y compactas con propensión a la tridimensionalidad. También de esta época son sus Jardines, de gran colorido, en los que se pueden observar distintas influencias como el Art Nouveau, los jardines y nenúfares de Monet, Velázquez o el arte japonés.
Formas cristalizadas. Años 1972-1974: los cuadros inicialmente informalistas que realizó en Madrid derivaron en una obra de formas cristalizadas, de color violento en muchos casos. Las obras de esta etapa son diferentes entre sí, pero están concebidas en un mismo deseo de crear un mundo ordenado, compacto y cerrado por evolución de manchas y rasgos gestuales aleatorios.
Tizas: en 1977, Balerdi realizó los bocetos de unas vidrieras con pastel sobre papel de embalar, lo que fue el comienzo de una manera de crear que se desarrolló a través los siguientes años hasta 1985. Las tizas, a pesar de su unidad de técnica y ejecución, con un dominio completo del gesto de la mano en pequeños espacios, y una soberana utilización del color, son muy diversas en sus resultados, pues si algunas son informalistas, otras apuntan a formaciones espaciales muy construidas.
Vuelta al óleo. Años 1985-1986: en 1985, Balerdi volvió a pintar al óleo y con ello inició el último periodo de su trabajo, que llegó hasta 1992, año de su muerte. Los cuadros realizados en San Sebastián en 1985 y en los periodos veraniegos siguientes llevan por título, salvo pocas excepciones, Composición más el año en que fueron ejecutados. Al principio tuvieron un claro parecido a las últimas tizas, tanto por su formato horizontal como por su composición por pequeños planos. El formato hizo que la idea de paisaje se hiciera más presente, pues fue habitual en los óleos que apareciera incluso un horizonte.
Últimos óleos. Años 1987-1992: su enorme entrega al trabajo le hizo realizar más de 600 cuadros desde su vuelta al óleo hasta su muerte, es decir, entre 1985 y 1992. En estas obras aparecen todos los estímulos pictóricos que mantenía en su memoria, que se aliaban con las visiones diversas de cada lugar o con el recuerdo de sus propias obras y sus anteriores obsesiones para componer un inmenso y sorprendente caleidoscopio creador.
La extraordinaria pintura
Rafael Ruiz Balerdi se sitúa como uno de los nombres mayores de entre los que configuraron la vanguardia de posguerra. Gran dibujante y extraordinario colorista, su obra recorrió diversas opciones estéticas hasta desembocar en el informalismo del gesto. Pero este solo fue el punto de partida de una investigación formal muy poderosa que supuso el núcleo más personal de su trabajo.
Después de unos inicios figurativos de paisajes y retratos en su adolescencia, puede situarse en 1955 el momento en que su amistad con Eduardo Chillida le ayudó a conocer los lenguajes de la vanguardia internacional y a cometer una obra influida por el cubismo y el espacialismo. En los años finales de esa década la influencia de las pinturas negras de Goya y de la abstracción lírica europea le llevó a pintar una obra de gran aliento poético, muy refinada y de sensual ejecución. En 1960 se produjo en ella la ruptura definitiva hacia un radical informalismo que le abrió el camino de su más original proceso.
Este consistió en la búsqueda de una forma que se construyera sobre los rasgos gestuales con sucesivas y a veces extenuantes intervenciones, que en algunas obras consiguieron llegar a un lugar casi extremo de desmenuzamiento. De esa manera, en los 10 años que duró esta experiencia, se distinguen dos caminos que pueden verse como paralelos, pero que en realidad son sucesivos: el de la continuidad del informalismo de gesto y mancha y el de la realización de formas cristalizadas, que en este segundo caso se superpone en una misma obra a la inicial intervención espontánea.
También hubo durante estos años otros experimentos colaterales. Luego abandonó el óleo y, por un tiempo, casi su actividad artística, para dedicarse a intervenciones ciudadanas reivindicativas. Pero en seguida, durante un período de más de ocho años, pintó con tizas de pastel sobre papel de embalar, y con ello creó un ciclo de extraordinaria riqueza formal y cromática en el que contrasta el lujo expresivo del resultado, difícil de describir por su multiplicidad de sugerencias, con la pobreza de los materiales. Finalmente, su regreso al óleo en 1985 le abrió el camino de un arte sin fronteras, en el que confluyeron todas las experiencias anteriores, todas las influencias recibidas y todas las imágenes recordadas, y cuya inmediatez, sabiduría y libertad compusieron hasta su muerte una etapa apasionante y visionaria.
La extraordinaria pintura de Balerdi, que influyó en muchos de sus contemporáneos, estuvo basada en su capacidad de creación de imágenes, en su mirada arriesgada y profunda y en su diversidad, que supo ayudarse de una capacidad de ejecución y un sentido del color asombrosos, cualquiera que fuese la técnica empleada. Pero si, como a muchos otros informalistas, le influyó el pensamiento y la manera de hacer del arte Zen, fue en ciertos aspectos del pensamiento hindú donde encontró una base teórica para su pintura. Fue en torno a la idea de un yoga de la acción que predicaba el filósofo Aurobindo, una idea que procedía del antiguo texto de la Bhagavad Gita, que se oponía al yoga contemplativo y ahistórico, y que Balerdi creyó encarnar en el propio ejercicio de la pintura.