El recorrido se inicia con obras de Juan Garaizabal y Simon Edmondson, con la luz como elemento protagonista, si bien tratada de dos formas radicalmente diferentes. Iluminan el paso hasta algunas pinturas y esculturas esenciales en el trabajo de Eduardo Arroyo, en las que hace alarde de su ironía. En este juego de mezclar y potenciar destaca el binomio Carlos III de Kepa Garraza y Stanford II de Alejandro Guijarro. El primero de una figuración casi realista, que contrasta con la abstracción patente en la pizarra borrada de Guijarro.
Siguiendo la estela del negro que precede se disponen las calaveras de Guillem Nadal, obras que destacan por lo matérico de su técnica, muy diferente a la de Rafael Canogar, que aporta la nota de color con su trazo rojo entre tanto blanco y negro.
La formas suaves y redondeadas sirven de nexo de unión entre la pintura de Maru Quiñonero y el tondo negro de Bosco Sodi y, desde una perspectiva escultórica, la obra de Nigel Hall, que se presenta como un paisaje de formas ovaladas. En otra de las paredes llama la atención un cuadro/tapiz de la última época de Antonio Murado, ‘descendiente’ de los que participaron en su reciente exposición.
La explosión de color viene de la mano de Rebeca Plana, cuyas pinturas destacan por su trazo rápido, enérgico y vibrante, mientras que Simon Edmondson crea sensaciones opuestas, invitando a la comodidad y calidez a través de su Chaise Longe