Ignacio Zuloaga (Éibar, Guipúzcoa, 1870 – Madrid, 1945) nace en el seno de una familia de profunda tradición artística. Su abuelo Eusebio era un importante armero y su padre, Plácido Zuloaga, un artesano del damasquinado de fama internacional. Zuloaga llega a Madrid, donde entre 1885 y 1886 realiza copias de las pinturas de los maestros de la pintura española en sus frecuentes visitas al Museo del Prado. En 1887 decide presentar obra a la Exposición Nacional de Bellas Artes y en 1889 viaja a Roma para completar su formación artística. No obstante, desilusionado por la experiencia académica, a los pocos meses decide poner rumbo hacia París, por aquel entonces capital mundial del arte moderno, donde vivirá, intermitentemente, durante más de 25 años.
Para Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de Fundación MAPFRE, “la aventura europea de Zuloaga permite verlo de una manera muy distinta y mucho más interesante”. Esta exposición profundiza en cómo es el artista que vive París, antes de que pueda exponer en España. No es un pintor ‘muy español’. Vive en París, pero no está de paso. Vive plenamente integrado en la sociedad y en contacto con la aristocracia de la intelligentsia francesa. La gran paradoja es que “precisamente su afán por ser un pintor moderno y francés le termina llevando a ser un pintor español. Es decir, intentando buscar un mundo más internacional, ese mundo le lleva a algo muy español”.
Críticos como Charles Morice o Arsène Alexandre, poetas como Rainer Maria Rilke, artistas como Émile Bernard o Auguste Rodin fueron algunos de los que en el fin de siglo consideraron la obra del pintor español como un referente más en el debate artístico que conducía a la modernidad.
Tradición y modernidad
Siguiendo esta línea, más desconocida en España, la exposición pretende mostrar cómo la producción artística de Zuloaga combina un profundo sentido de la tradición con una visión plenamente moderna, especialmente ligada al París de la Belle Époque y al simbolismo que aprende en aquellos años. Pues fue a la luz de este París brillante y dinámico, el anterior a la contienda, centro del gusto artístico y literario, en el que Zuloaga brilló con una luz propia y reconocible, en un camino paralelo y comparable a la de muchos de los mejores artistas del momento: el “elegante” James Abbot Whistler, el “dandy” Boldini, o los representantes de la pintura de la Belle Époque por antonomasia, Sargent, Jacques-Emile Blanche o Antonio de la Gándara, entre otros.
Unos años que tendrán un punto y final en 1914, no tanto por la trayectoria del propio Zuloaga, que una vez encontrada su propia voz y su lugar en el escenario internacional seguirá trabajando dentro de unos mismos planteamientos, sino porque el París y la Europa de antes y de después de la Gran Guerra serán completamente distintos. Una etapa clave del mundo moderno, en la que se establece una frontera que dará lugar a la consolidación de un nuevo escenario: el de la contemporaneidad.
Siguiendo estas pautas, el recorrido por la exposición se ha dividido en las siguientes secciones: ‘Ignacio Zuloaga: sus primeros años’, ‘El París de Zuloaga, Zuloaga y sus grandes amigos: Emile Bernard y Auguste Rodin’, ‘Zuloaga retratista’, ‘La mirada a España’ y ‘Vuelta a las raíces’.
La muestra incluye cerca de 90 obras del propio Ignacio Zuloaga, algunas de ellas menos conocidas, que el pintor realiza en sus primeros años de estancia parisina, así como de algunos de los artistas que tanto influyeron en su trayectoria, como Picasso, Sargent, Emile Bernard o Rodin. Así, cuenta con excepcionales préstamos de más de 40 destacadas instituciones y colecciones nacionales e internacionales, entre las que destacan: Fundación Zuloaga, Madrid; Galleria Internazionale d’Arte Moderna di Ca’ Pesaro, Venecia; Galleria degli Uffizi, Florencia; Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea, Roma; Museum of Fine Arts, Boston; Musée d’Orsay, París; Musée national Picasso, París; Musée Rodin, París; Musées royaux des Beaux-Arts de Belgique, Bruselas; Musée Toulouse-Lautrec, Albi; Museo de Bellas Artes de Bilbao; Museo Ignacio Zuloaga. Castillo de Pedraza, Segovia; Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid; Museu Picasso, Barcelona; National Gallery of Art, Washington D.C.; Petit Palais Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris; The Hispanic Society of America, Nueva York; The State Hermitage Museum, San Petersburgo o The State Pushkin Museum of Fine Arts, Moscú.
Claves de una exposición
Amistades. En París, Zuloaga se forma en los talleres de dos de los artistas más importantes de la ciudad, Henri Gervex y Eugène Carrière. En ellos se inicia en la pintura del plein air, heredera del impresionismo, y conoce a artistas como Maxime Dethomas, Jacques-Émile Blanche o Toulouse-Lautrec. A partir de 1890 presenta sus obras en la galería Le Barc de Boutteville junto a artistas como Édouard Vuillard, Maurice Denis, Émile Bernard, Pierre Bonnard, Charles Cottet y Paul Sérusier, entre otros protagonistas del movimiento simbolista. A través de Francisco Durrio entra en contacto con Gauguin, considerado como el padre de la tendencia, y asiste asiduamente a las reuniones que éste celebra en su casa. Además, entabla amistad con Charles Morice, uno de los mayores defensores del simbolismo. Influenciado por este movimiento, Zuloaga comienza a experimentar con la simplificación de las formas, aunque mantiene una paleta más sombría. El vasco se mueve en los círculos idóneos para su desarrollo intelectual y creativo.
Émile Bernard y Auguste Rodin. A Zuloaga le une una profunda amistad con el pintor Émile Bernard y el escultor Auguste Rodin. Con Bernard, a quien conoce en Sevilla en 1897, le une una misma inquietud: la admiración por la tradición pictórica y por los maestros del pasado. La relación con Rodin nace a raíz de la profunda admiración que el pintor vasco demuestra por la obra del escultor. Ambos artistas intercambian obras, exponen de forma conjuntas en distintas ciudades europeas y viajan juntos por España en 1905.
Retratista. Zuloaga se relaciona con élite social e intelectual de la capital francesa y tiene un papel destacado como retratista de los protagonistas del París de la Belle Époque. Así, junto a destacados pintores como Jacques-Émile Blanche, Antonio de La Gándara, Giovanni Boldini o John Singer Sargent, el pintor español es uno de los más solicitados retratistas del momento como demuestran los retratos de la condesa Mathieu de Noailles o de Maurice Barrès.
El viaje. Es necesario entender la importancia que la experiencia parisina tiene en la obra de Zuloaga pues a través ella el pintor encuentra sus propias raíces. El afán por hallar la autenticidad hace que muchos artistas, como Gauguin y Bernard, escapen de la capital en busca de un mundo puro, no contaminado por la civilización industrial. Zuloaga, sin embargo, realiza un viaje a la inversa, y sale de España y vive en París para volver a encontrar sus raíces españolas, ofreciéndonos una visión de nuestro país en la que se funden realismo y simbolismo, tradición y modernidad.