El leonés ha viajado por todo el mundo capturando instantes y exhibiéndolos, de Suiza a Nigeria, de Nueva Delhi a Montreal. Solo este año ha sido reconocido con cinco galardones, entre ellos el Primer Premio Africano de Fotografía (POPCAP) y la Medalla de Oro de la Exhibición Internacional de Fotografía de China.
El resultado de su trabajo con los warao puede admirarse en la exposición que bajo el nombre de Wonderland visita estos días Almagro.
¿Qué puede descubrir el visitante en Wonderland?
Pues una historia que en realidad son muchas. Conocerá el universo de los warao, una de las últimas etnias originarias de Latinoamérica y que lleva más de ocho milenios poblando los pantanos del Delta del Orinoco. Conocerá cómo la llegada de los conquistadores y los misioneros en el siglo XVI aún influye en el día a día del delta y cómo este contacto ha modelado la vida de los warao estos últimos 500 años. Y por último conocerá la historia de los tidawena.
¿Cómo conoció a los Hijos del Río y qué le motivó a documentarlos con su cámara?
Pues de una forma muy natural. En un viaje a Caracas coincidí con Diana Vilera, una antropóloga que lleva realizando un magnífico trabajo de documentación y acondicionamiento del delta desde hace más de 20 años. Encontramos un lenguaje común en la fotografía. Concretamente, yo terminaba de presentar Transmongolian, un trabajo sobre la comunidad transexual y transgénero de Mongolia y ese fue el punto de partida. Más adelante conocería a través de Diana que en el delta existe la figura del Tidawena o transgénero, aceptado e integrado en la sociedad warao. Digamos que fue mitad casualidad, mitad causalidad.
¿Qué aprendió de su estilo de vida?
Su estilo de vida no se puede entender fuera del entorno en el que lo han desarrollado. Se trata de una serie de canales que conectan humedales y pantanos, donde la naturaleza es todopoderosa. Los warao han desarrollado una cultura hiperespecializada. Viven en palafitos y obtienen todo lo que necesitan de la pesca y la caza en el río y el pantano. Es un entorno aparentemente idílico, pero que en realidad es tremendamente hostil para con el ser humano. Los warao llegaron al delta huyendo de tribus enemigas como los Caribes y encontraron refugio en este gigantesco laberinto. Personalmente me llevo un tremendo respeto hacia una cultura que ha conseguido convertir ese «infierno verde» en su hogar a base de ingenio y muchísimo trabajo.
«El progreso no tiene por qué ser necesariamente malo»
Al conocer tribus como la de los warao, ¿se plantea uno el grado de subjetividad que tiene el concepto «civilizado»?
El término «civilizado» se ha convertido en un una palabra con la que definimos lo que nos es afín o cotidiano. Para los romanos todos aquellos pueblos más allá de las fronteras del imperio eran bárbaros, independientemente de la sofisticación de su cultura. Quizá deberíamos plantearnos si alguien que no esté familiarizado con la cultura occidental consideraría civilizada una sociedad en la que los resultados a corto plazo son los únicos que se tienen en cuenta.
¿Cree que los warao están condenados a desaparecer o podrán mantener sus raíces (lenguaje, costumbres, creencias) pese a la expansión de las sociedades modernas?
Los warao mantienen una base importante proveniente de su cultura ancestral, arraigada en su entorno, pero hay que tener en cuenta que desde hace más de cinco siglos han estado expuestos a la influencia occidental y que esto ha generado un nuevo universo resultante de esta mezcla, desde el abandono del nomadismo hasta la ropa y, por supuesto, la religión. El delta es un lugar en el que la materia prima básica es la madera, por tanto la aparición de metales en su momento o de tecnología en forma de motores o placas solares ha supuesto una auténtica revolución. El progreso no tiene por qué ser necesariamente malo. Dile a un agricultor que se ponga a arar la tierra con una yunta de mulas de sol a sol en lugar de utilizar un tractor y ya veremos qué te responde.
Sin embargo, en mi opinión, creo que si su situación no cambia están muy jodidos. El progreso significa en ocasiones un cambio muy fuerte en muy poco tiempo en las estructuras sociales. Por ponerle un ejemplo nada más le diré que, históricamente, la tasa de mortandad infantil en el delta es bastante elevada. En la actualidad ronda el 50%, o sea que uno de cada dos recién nacidos no llega a la edad de 3 años. Si a esto unimos la devastadora proliferación de enfermedades «importadas» como el sida, que en algunas zonas ronda el 80%, te encuentras con una pirámide poblacional mutilada por ambos extremos. Si el gobierno, instituciones u ONG no actúan rápido para atajar este problema, me temo que el futuro para los warao es bastante negro.