El checo inició su formación como pintor en la Escuela de Bellas Artes de Praga, comienzos que influirían siempre en la concepción de sus instantáneas. Sin embargo, pronto tuvo que abandonar esta institución por su rechazo al nuevo régimen comunista instaurado tras la Segunda Guerra Mundial.
A partir de entonces, su vida cambió radicalmente: ingresado repetidas veces en psiquiátricos y prisiones, Tichý prefirió mantenerse al margen de la sociedad para conservar sus principios intactos, sumiéndose así en un aparente aislamiento y la incomprensión de aquellos que le rodeaban, dos aspectos que le dotaron de una singular perspectiva, determinante en su visión artística.
Caótica miseria
El documental proyectado en esta muestra refleja perfectamente su día a día, sumergido en una caótica miseria. Se refleja el carácter y la personalidad del artista, entrevistado por Roman Buxbaum –actual presidente de la Tichý Ocean Foundation, dedicada a gestionar su legado– que junto a su familia era una de las pocas personas que tenían acceso a Tichý.
El punto de inflexión en el reconocimiento internacional de su obra fue su exposición en la Bienal de Sevilla celebrada en 2004 y comisariada por Harald Szeemann. El año siguiente recibiría el Prix de la Découverte de Rencontres de la Photographie d’Arles y a partir de entonces se sucederían retrospectivas en los principales museos del mundo, desde la Kuntshaus Munich al Centre Pompidou. Pero, paradójicamente, nada de ésto tendría ya importancia para el artista.
El fotógrafo absoluto
El título de la muestra, Miroslav Tichý o la celebración del proceso fotográfico, enuncia uno de los principios más atractivos en su trayectoria. Su precariedad económica y exclusión social no impidieron que hallara la forma de fotografiar. Él mismo construyó sus cámaras con materiales de desecho recuperados, demostrando un gran control técnico del proceso fotográfico que le permitió intervenir en la concepción de sus imágenes desde los mismos componentes que ayudarían a crearlas. Toda una loa a la fotografía analógica.
De esta forma, sus fotografías eran un producto capaz de sorprender al propio fotógrafo, que aceptaba la nitidez o el desenfoque, la exposición a la luz justa o excesiva como rasgos legítimos de sus tomas. Les colocaba paspartús y los transformaba con sus dibujos para resaltar los detalles que más le interesaban.
Siempre la mujer
Si esta era su técnica, su temática se reducía a la mujer en todas las variantes que sus rutinas podían ofrecer. Encontró miles de modelos que posaron inconscientemente, de ahí el aire voyerista que se desprende de sus retratos, en las calles de su ciudad natal, Kyjov –se le incluye entre los flâneurs, los artistas cuya actividad se desarrollaba en las calles–, y a través de su constancia y el paso del tiempo sus fotografías documentan los cambios sociales y culturales que se fueron sucediendo.
Esta exposición nos muestra la capacidad de adaptación del espíritu creativo a los pocos recursos de que se disponen o, en el caso de Miroslav Tichý, recursos infinitos para un hábil visionario a quien pesaba más la integridad de su obra que las características formales de su producción, porque precisamente los “defectos” técnicos constituían la declaración visual de su origen y pensamiento. Nunca fechó ni firmó sus obras. Eso no era lo importante.