En mi memoria el misterioso columpio en la sala Vinçon cuando Juan Navarro Baldeweg expuso esta obra por vez primera, para siempre. “Considero la instalación de 1976 en Vinçon, en Barcelona, como un momento clave en mi obra». Debo confesar que Navarro Baldeweg es el arquitecto español que más me interesa, el que más me cuestiona esta labor creadora que es la arquitectura.
[1]La factura de la pintura ha sido siempre una garantía de calidad para los mejores arquitectos. Como la de la Poesía o la Escultura. Bien lo sabían Bernini y Le Corbusier. Y Juan Navarro Baldeweg es un gran arquitecto y un gran pintor, un creador rotundo.
Tuve la suerte de tenerlo como profesor de Proyectos en mi primer año en la Escuela de Arquitectura de Madrid, como ayudante de Alejandro de la Sota. Todavía recuerdo el día en que me paró en un pasillo y me espetó: “Su padre es cirujano, ¿verdad?” y añadió, “se nota”. Aquello, tan escueto, sumado al cariño con que siempre me trató De la Sota, puso en mi vanidad un punto de rigor que creo conservar e intento acrecentar, ¡como un cirujano!, con la precisión de un cirujano.
Porque la arquitectura y la pintura de JNB son así, precisas e incisivas, como hechas con un bisturí de cirujano.
Aprendí de él un día la pedagógica comparación que hacía del artefacto arquitectónico como si de un instrumento musical se tratara. Donde de la misma manera que el aire al atravesar el instrumento musical produce el milagro de la música, la luz lo hace en el de la arquitectura para producir el milagro de la suspensión del tiempo. Siempre que lo traigo a colación cito a JNB, a quien se debe esa imagen tan clara. Aprendí de él tantas cosas de la luz que él, con su sabia mano, tan bien sabe gobernar. Y ahora aquí, presidiendo esta Pintura Fuerza en el Palacio de Velázquez del Retiro, la obra pictórica de JNB.
He empujado a mis alumnos y a mis amigos a que vayan estos días al Museo el Prado a extasiarse ante el Expolio del Greco para el que casi no hay palabras. La gran mancha roja que preludia todo lo que vendrá después en la Historia de la Pintura, Rothko incluido, y un rostro capaz de zambullirnos en la blanquísima luz de unos ojos divinos.
Mañana, en mi clase, les empujaré a ir al Palacio de Velázquez del Retiro a que se extasíen ante esa colección casi imposible de Pintura Española Contemporánea. Porque con Juan Navarro Baldeweg están otro maestros muy maestros como Alfonso Albacete, amigo mío, que también fue estudiante de Arquitectura. Porque si las piezas de JNB me impactaron, todavía más las de Albacete que bien ya conocía.
Alfonso Albacete es pura luz y color tratados con el tempo con el que la miel se derrama por el borde del frasco, como describía bien Osip Mandelstam en su bellísimo texto. Calma mediterránea, dirían otros. Allí está colgado “el paseante marcando la tierra” sublimado por el tiempo.
Albacete es un pintor de primerísimo orden. No en vano le lleva la más prestigiosa galería del mundo, que es la Marlborough. Cuando hace poco asistía a la apertura de su galería en Nueva York, en Chelsea, imaginaba la obras de Alfonso Albacete colgadas en aquellas enormes y luminosas paredes blancas. Como lo están ahora en ese Pabellón de Velázquez del Retiro, tan a sus anchas como lo están las de Sorolla en la Hispanic Society de Nueva York, dominando.
[2]Tengo que confesar que me gusta toda la pintura de Alfonso. Desde aquellas más tempranas y abstractas como la Tarde de tormenta o la aquí expuesta, En el Estudio, hasta las Pinturas Básicas o las Pinturas de Guerra. Todas.
Tengo el honor de que una de sus obras presida el espacio diagonal de mi casa Turégano, en Madrid, junto a otras de Cruz Novillo o de Santiago Serrano. Allí está Albacete.
Sus obras están en las colecciones más importantes del mundo, como la del Chase Manhattan Bank de Nueva York, la Banca Lambert de Bruselas, la White House Collection de Washington, la Collection Dobe de Zúrich, la Mie Prefectural Art Museum de Mie en Japón, la del Museo Wurth en Kunzelsau en Alemania y todas las más importantes españolas.
Incluso ya hay varias tesis doctorales sobre su pintura, entre ellas la de Armando Montesinos, el comisario de esta hermosa muestra del Retiro.
Y con ellos, Miguel Ángel Campano y Manolo Quejido y Ferrán García Sevilla. Todos magníficos, todos de primera. ¡Cuánta potencia reunida!, ¡qué fuerza tan fuerte! La pintura como ensayo sobre la propia pintura, escribe Montesinos. Lo que hacían Velázquez y Rembrandt. Lo que yo intento con mi propia arquitectura: hacer un ensayo, una reflexión sobre la propia arquitectura, construir ideas. Y es que es lo que son este puñado de pintores de primerísima línea, constructores de ideas con la titánica fuerza que sólo la pintura, su pintura, hace posible.
- El Palacio de Velázquez del Parque del Retiro de Madrid acoge hasta el 18 de mayo la exposición Idea: Pintura Fuerza. En el gozne de los años 70 y 80 [3]. La muestra se abre con la instalación de Juan Navarro Baldeweg Interior V. Luz y metales, de 1976, que sirve de nexo con los lenguajes conceptuales investigados previamente y anuncia, en palabras del artista, “el hambre de pintura” que dará lugar a los deslizamientos hacia la práctica pictórica que conforman el grueso de la exposición.