«Este es el día que hemos estado preparando durante dos años, pero la historia comienza hace casi 30 cuando encontré este cuadro pensando que podría estar relacionado con La expulsión de los moriscos«, destaca William B. Jordan. Esta pintura, realizada en 1627 y que desapareció en el incendio del Alcázar de Madrid en 1734, es una de las obras capitales del comienzo de la etapa cortesana del pintor.
Las descripciones que han llegado hasta la actualidad confirman que su protagonista era Felipe III, que se encontraba de pie, junto a una alegoría de España, y apuntando hacia los moriscos, que estaban siendo expulsados. Velázquez no llegó a conocer a Felipe III, muerto en 1621, y para retratarlo acudió a otros retratos del monarca. El ensayo previo que llevó a cabo para realizar su rostro es el que encontró William B. Jordan, de ahí que tenga un carácter abocetado, que habla de él como instrumento de trabajo y no como pintura en sí misma.
Lo que se nos cuenta a través del Retrato de Felipe III es que el pintor sevillano llega a la corte y continúa con «la tradición estilística que habían realizado los retratistas anteriores (con cabezas simplificadas, resumidas y abstractas) pero evolucionando hacia una mayor espontaneidad, creando, a partir de sombras, rostros más articulados», explica Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1700) del Museo.
El visitante «va a ver qué aporta Velázquez a la tradición del retrato real», asegura Portús, y para ello se ha situado también junto a la obra atribuida al pintor la pintura de Felipe III con armadura (1617) de Pedro Antonio Vidal, y El infante don Carlos (1626-1627) y Felipe IV (1628-1629), ambas de Velázquez. «Y con estos cuadros propone al espectador un juego. Que busque a lo largo de las salas a otros retratistas de la monarquía para que comprueben que las similitudes que hay en estas obras no se encuentran en otros».
Análisis estilístico y técnico
La atribución del Retrato de Felipe III a Velázquez descansa sobre tres pilares: el análisis estilístico, sus características técnicas y su relación con La expulsión de los moriscos. La obra tiene significativas afinidades con los retratos reales que hizo Velázquez entre 1627 y 1629, como Felipe IV de pie: el uso de las sombras para modelar el encuentro del cabello y la piel, la organización expresiva del rostro a través de una trama de sutiles puntos de luz, el modelado de la boca y su entorno, con los labios construidos mediante delicadas variaciones en la intensidad del carmín, y el mentón con un ligero hundimiento.
Esas características se alejan del estilo de los retratistas de Felipe III, como se aprecia en la comparación del boceto con el Felipe III de Vidal. Los análisis técnicos revelan usos comunes a los de Velázquez entre 1623 y 1629, como el empleo de una imprimación oscura, una técnica parecida para encajar los perfiles de la figura y un tipo de lienzo similar a los de esta época. La comparación con El infante don Carlos permite apreciar un tipo de fondo similar, en el que se juega con los tonos rojizos de la preparación, matizados por toques oscuros, que van creando una superficie de cierto dinamismo.