Ya en sus salas se pueden distinguir los azules, los dorados, los verdes o los medio violetas repartidos en las visiones del agua del mar del Cabayal y de Jávea, de San Sebastián y de Zarauz. El sol golpea a algunos de ellos, mientras, las nubes acunan a varios.
La atracción de Sorolla por el mar, por sus cambios o por sus colores es realmente innegable. La muestra que recoge su museo en Madrid hasta el 30 de octubre [1] lo certifica. Es la mejor prueba de la intensidad y del ansia de luz de Sorolla. También demuestra este ‘hambre’ del pintor valenciano algunos extractos de su correspondencia con Clotilde García del Castillo, su mujer, que también aparecen repartidos por las paredes como si Sorolla hablara por las salas acompañando al visitante:
«… los estudios no van mal, pero sí con la lentitud por los difíciles que son, si estos estudios los hubiera hecho al final de la temporada estarían mejor y hubiera sido más fácil, pues estaría más acostumbrado a pintar al aire libre, pero ahora recién salido del estudio cuesta mucho acostumbrar la retina…»
«Vuelvo de trabajar, he tenido sol, pero el mar por el fuerte poniente no se mueve nada, es una balsa sosa, pero como ayer, trabajé bastante en el agua…»
«El efecto de la luz es bonito, pues la contraluz por la mañana es siempre simpática de gama».
«La mañana fue muy desigual, luz velada, sol pálido y tornadizo, mar lánguida y sosa; he trabajado pues con desilusión y he hecho como que hacía, por no estropear lo del domingo».