Porque quien dice Gante dice La Adoración del Cordero Místico (1432), una de las grandes obras maestras del arte universal. Ambos mantienen una conexión indisociable. Este año, la ciudad se engalana a la borgoñona para homenajear a Jan Van Eyck (y de paso a su hermano Hubert) con el festival OMG! Van Eyck was here, que incluye actividades para todas las edades y durante todo 2020.
Restauración
La parte central de la exposición la conforman los ocho paneles exteriores de La Adoración del Cordero Místico, restauradas en el MSK entre 2012 y 2016. Ese complejo trabajo, que consistió en retirar las capas de barniz envejecido y los numerosos repintes, sacaron a la luz la obra maestra original y ofrecen una nueva mirada al Van Eyck más genuino. Esa intervención histórica animó al MSK a llevar a cabo esta gran muestra.
En una ocasión excepcional se muestran fuera de la Catedral de San Bavón, como pinturas individuales y a la altura de los ojos, los ocho paneles que se ven cuando el políptico está cerrado, recién restaurados, más las tablas interiores que representan a Adán y Eva, aún por intervenir.
Por lo tanto, y mientras dure la exposición, los paneles del retablo se pueden ver en dos lugares distintos pero muy cercanos de la ciudad, el MSK y la catedral. Los paneles interiores originales (excepto Adán y Eva) se exhiben en el templo. Los exteriores y los de Adán y Eva en el MSK, pero para que los visitantes de la catedral puedan admirarlo completo han sido reemplazados por copias.
Van Eyck. Una revolución óptica también refleja la enorme riqueza de los Países Bajos durante la baja Edad Media, cuando sus prósperas ciudades se convirtieron en enclaves creativos para grandes artistas y artesanos (por aquel entonces Gante era la segunda ciudad más grande al norte de los Alpes, después de París). Pinturas, esculturas, dibujos, tapices y miniaturas ilustran la riqueza cultural de este esplendoroso periodo.
La exposición comienza con una presentación de la lujosa y viajera corte borgoñona. En estas primeras salas se perfila a Jan Van Eyck como pintor de la corte del Duque de Borgoña (1396 – 1467) y hombre de su plena confianza. Para su señor realizó distintos viajes diplomáticos secretos, uno de ellos a Portugal y España, donde pudo descubrir nuevos cielos, atmósferas y especies vegetales que luego reflejó en sus obras.
Las interacciones entre la corte y prósperas ciudades como Gante o Brujas, con un gran desarrollo de los oficios y todo un circuito de artesanos de gran movilidad, crearon el clima propicio para la eclosión de Van Eyck. Contextualizado así el mundo del siglo XV y el surgimiento de la obra del genio, el visitante se sumerge en su revolución óptica.
A través de más de 140 pinturas sobre tabla, miniaturas, dibujos y esculturas, el propio Van Eyck entra en escena. Los paneles exteriores del Cordero Místico y otras obras van conduciendo por la exposición y forman los puntos de referencia de distintas temáticas: “Caída y salvación”, “El espacio”, “Madre e Hijo”, “Santos en un paisaje”, “El retrato divino”, “La Palabra de Dios”, “Arquitectura”, “La imagen pintada” o “El individuo”, esta última con los retratos que Van Eyck hizo de sus contemporáneos.
El recorrido lleva al visitante de grandes vistas panorámicas a espacios contemplativos cerrados, evoca la interacción entre lo material y lo espiritual, aumenta el ángulo de visión, yendo del macro al microcosmos y evoluciona desde la sociedad tardomedieval hasta el individuo.
La revolución
Paseando de sala en sala se observa claramente que Jan van Eyck fue más que un pintor. Contaba con formación en letras y fue uno de los primeros en firmar sus cuadros, pero, además, poseía los conocimientos necesarios para desencadenar la revolución objeto de la exposición, que se aprecia en tres planos principales: su técnica al óleo, su observación del mundo y su tratamiento de los fenómenos ópticos de la luz.
Antes de Van Eyck, la pintura al óleo era un medio poco práctico, hasta que se logró reducir el tiempo de secado mediante la incorporación de secantes y volver este material más fácil de trabajar. Eso es precisamente lo que consiguió Jan van Eyck, y este cambio técnico tuvo tales repercusiones que Giorgio Vasari le llegó a atribuir su invención.
La segunda faceta de esta revolución es la atenta observación del mundo que practicó Van Eyck. El esmero que ponía en reproducir de forma minuciosa y casi palpable hasta los más pequeños detalles era algo nunca antes visto y sigue asombrando a día de hoy. En esta observación resultaba decisivo su interés por la pintura de la luz. Personas, objetos o interiores adquieren con Van Eyck forma tridimensional a través de la luz que brilla sobre ellos, o la ausencia de ésta en las zonas de penumbra.
La luz
Pero aún fue un paso más allá en su dominio de la luz. Se baraja la hipótesis de que no solo se basara en la percepción directa y la reproducción del mundo, sino que también tuviera conocimientos del funcionamiento del elemento lumínico, tercera faceta de su revolución.
En los talleres de arte de su tiempo era imposible contar con una iluminación constante y homogénea. La más mínima modificación de las condiciones de luz modifica a su vez las características ópticas. Y Van Eyck decidió trabajar con esto, por ejemplo pintando en el Cordero Místico el ángulo de entrada de la luz presente en la Capilla Vijd de la Catedral de San Bavón, destino original de la obra y su hogar durante 554 años.
Así parece como si la misma luz que entra en la capilla por la derecha iluminase los espacios pintados en los paneles exteriores, con una precisión que producen un resultado inusitadamente fiel al natural. ¿Cómo pudo lograrlo? Probablemente sólo a través del conocimiento de los principios de la incidencia de la luz, la proyección de las sombras y complejos fenómenos lumínicos, como los reflejos y las distorsiones. En otras palabras, Van Eyck debía poseer un saber y un método racionalizado sobre cómo se comporta la luz en la realidad.
Para poder vivir la revolución óptica de Van Eyck, sus obras comparten espacio junto a las de sus contemporáneos procedentes de Alemania, Francia, España y, sobre todo, Italia (Fra Angelico, Paolo Uccello, Pisanello, Masaccio o Benozzo Gozzoli), lo que permite distinguir las similitudes y la diferencias entre ellas.
A diferencia de Van Eyck, los italianos trabajaban entonces con témpera. Mientras Van Eyck desarrollaba sus innovaciones, los italianos se encontraban experimentando con el espacio e introduciendo la perspectiva matemática. Estos desarrollos pusieron en marcha revoluciones pictóricas a ambos lados de los Alpes y tuvieron un gran impacto en el concepto tardomedieval de la imagen.
Razones para una visita
Revolucionario. Con su técnica y su capacidad de observación, Van Eyck elevó la pintura al óleo a un nivel desconocido y determinó su rumbo futuro.
Gran obra maestra. Fue La Adoración del Cordero Místico, que terminó en 1432, años después de que falleciera su hermano mayor Hubert, que comenzó el políptico y lo pintó hasta donde hoy no sabemos. Sus paneles son una mágica evocación bíblica que incluye los retratos de los donantes que lo costearon, Joos Vijd y su esposa Elisabeth Borluut. La combinación de un preciosista trabajo de miniatura y las veladuras parecen aportar una dimensión adicional a la obra, que resplandece desde su interior.
Corte y ciudad. Jan van Eyck fue pintor de la fastuosa corte de Felipe el Bueno, que incluía a los mejores artistas del momento. Mercaderes y políticos admiraban la magnificencia de aquella corte itinerante y fueron los primeros en adquirir suntuosos productos de lujo. Ese era el ambiente creativo en el que se desenvolvía Jan van Eyck. Entre la corte y la ciudad, entre el arte y la artesanía más lujosa.
Irrepetible. La impresionante restauración de gran parte del retablo y esta exposición refuerzan la figura de Jan Van Eyck como un coloso de la pintura. La mayoría de sus obras no volverán a viajar después de esta muestra. A partir de octubre de 2020, el Cordero Místico ocupará un nuevo espacio en la catedral, diseñado para ampliar y mejorar la experiencia del visitante y garantizar la mejor conservación del altar.
La exposición constituye, por tanto, una oportunidad única para admirar de cerca la obra del genio. Gante se viste de gala para celebrarlo.
La técnica detrás de un cometa
Jan Van Eyck hace su entrada en la historia del arte como un cometa. Su nombre surge de repente. Tiene un estilo único y revolucionario, por lo que no encaja ni entre sus predecesores ni entre los contemporáneos. Logra representar los detalles más pequeños, las telas más elegantes y las miniaturas más diminutas de manera realista y natural.
Pintura al óleo. Ninguno de los pintores de la época era capaz de imitarlo. Aunque no la inventó, sí la perfeccionó. Siempre prestando atención a los más mínimos detalles, solía aplicar en los paneles al menos tres capas de pintura semitransparente, de los colores más claros a los más oscuros. Gracias a ello consiguió crear una increíble sensación de profundidad.
Ropa. Al realizar sus obras prestaba una gran atención a la vestimenta de sus personajes, con una atención excepcional para el detalle. Así representó a la perfección la finísima tela escarlata, fabricada en Gante, Brujas y otras ciudades flamencas y conocida en el mundo entero. La figura divina que aparece en el panel central del retablo del Cordero Místico lleva esta tela. Pero no solo pintaba todas de una forma muy realista, sino que incluso reflejaba sus costuras.
Miniatura. Su talento va mucho más allá del perfeccionamiento de la pintura al óleo y de la representación de la ropa. Era capaz de transformar las miniaturas más pequeñas en figuras realistas. En Retrato de hombre con turbante (posible autorretrato) se pueden observar hasta los pelos de la barba asomando, y en el de Joos Vijd, que forma parte del Cordero Místico, las imperfecciones de su rostro.
Luz. La forma en la que Van Eyck juega con la luz y la sombra es realmente sorprendente. Emplea esta técnica hasta en los detalles más pequeños. El volumen de las manos de la Virgen que aparece en la cara anterior del panel central del retablo del Cordero Místico se consigue gracias a ese juego.
Perspectiva aérea. Algunos defienden que las obras del maestro constituyen uno de los primeros ejemplos de su uso. Pinta los objetos más alejados de forma más borrosa, con colores y contrastes menos intensos, creando así la impresión de que realmente se encuentran más alejados. Esta técnica se aprecia especialmente bien en La Adoración del Cordero Místico. En el panel de Los Caballeros de Cristo, las cimas de la impresionante cordillera no están pintadas tan nítidamente como los caballeros en sí.
Jardín paradisíaco. La gran precisión de la obra de Hubert y Jan Van Eyck demuestra una vez más sus amplios conocimientos. Mientras la mayoría de los pintores de la época se limitaba a representar plantas irrealistas y demasiado estilizadas, o a plasmar en el lienzo algunas manchas coloridas sin significado alguno, los hermanos Van Eyck destacan por sus flores, hierbas y frutas realistas y bien definidas. Gracias a esta representación detallada, los botánicos han conseguido identificar en el retablo nada menos que 75 plantas distintas.
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