Nicholas Nixon (Madrid, del 12/09/2017 al 07/01/2018)
Nixon (Michigan, Detroit, 1947) ha ocupado un lugar singular en la historia de la fotografía de las últimas décadas. Centrado sobre todo en el retrato, y con un claro interés por las posibilidades descriptivas de la cámara, su obra revela una tensión entre lo visible, el contenido (de una extraordinaria claridad y habilidad compositiva), y lo invisible, los pensamientos e inquietudes que afloran en sus imágenes.
¿Y de qué tratan estas fotografías? La fotografía se fundamenta en su capacidad para reproducir la realidad, de constatar un hecho; es decir, de lo que se puede ver. Pero la fotografía de Nixon trata justamente de lo que no se puede ver: el amor, la pasión, la felicidad, el dolor, la intimidad, el paso del tiempo, la soledad; aquellos momentos fugaces, únicos y evocadores que este arte retiene como ningún otro. Una fotografía, al fin y al cabo, no es más que un trozo de papel, pero la imagen fotográfica puede convertirlo en un momento de verdad y belleza.
La principal virtud de Nixon es hacer pensar; gracias a su capacidad para transmitir emociones, su obra alcanza un valor universal, que se aleja de los discursos estereotipados y se adentra en la misteriosa profundidad del alma humana.
Su trabajo en series explora mundos singulares con una notable preocupación social que descubre aspectos inadvertidos de la realidad que pertenecen a la experiencia privada del artista pero que por su cotidianidad podemos compartir, de ahí que despierten fácilmente en nosotros el eco de recuerdos y emociones.
La lentitud, los largos periodos, la ausencia de elementos dramáticos definen una obra que se despliega a lo largo de casi cinco décadas de dedicación continuada. Nixon emplea una técnica sencilla, casi obsoleta, pero impecable, con el uso de cámaras de gran formato que imponen la cercanía y la cooperación de los retratados para mostrar los mundos próximos en los que fija su atención: los ancianos, los enfermos, la intimidad de las parejas o la familia.
Esta es la mayor retrospectiva de su obra realizada hasta la fecha (1974-2017) y en ella se encuentra un hilo conductor claro, un mundo propio que no tiene límites y una extraordinaria capacidad para reinventarse que nos lleva desde las frías vistas de Nueva York o Boston de los años setenta, que formaron parte de una de las exposiciones más importantes del siglo anterior (New Topographics), hasta la conocidísima serie de las Hermanas Brown, sin duda una de las reflexiones más certeras sobre el paso del tiempo en la historia de la fotografía que se extiende durante toda su carrera.
Organizado de manera cronológica y agrupado en las principales series que ha desarrollado, este amplio recorrido es también un autorretrato de Nicholas Nixon, quien con su obra muestra la certidumbre de saber lo que es fundamental, valioso y real en nuestras vidas.
Zuloaga en el París de la Belle Époque, 1889-1914 (Madrid, del 28/09/2017 al 07/01/2018)
Con esta exposición, Fundación MAPFRE quiere ofrecer una nueva visión del pintor vasco Ignacio Zuloaga, cuya obra, que en gran parte se desarrolla en el París de cambio de siglo, se muestra en perfecta sintonía con el mundo moderno en el que se inscribe, tanto temática como formalmente. Y es que la pintura de este artista, a medio camino entre la cultura francesa y la española, excede con mucho los límites que la historiografía tradicional del arte han establecido: una obra convencionalmente ligada a la generación del 98 y por lo tanto a la conocida “España negra”.
Para Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de Fundación MAPFRE, «la aventura europea de Zuloaga permite verlo de una manera muy distinta y mucho más interesante». Esta exposición profundiza en cómo es el artista que vive París, antes de que pueda exponer en España. No es un pintor ‘muy español’. Vive en París, pero no está de paso. Vive plenamente integrado en la sociedad y en contacto con la aristocracia de la intelligentsia francesa. La gran paradoja es que «precisamente su afán por ser un pintor moderno y francés le termina llevando a ser un pintor español. Es decir, intentando buscar un mundo más internacional, ese mundo le lleva a algo muy español».
Críticos como Charles Morice o Arsène Alexandre, poetas como Rainer Maria Rilke, artistas como Émile Bernard o Auguste Rodin fueron algunos de los que en el fin de siglo consideraron la obra del pintor español como un referente más en el debate artístico que conducía a la modernidad.
Siguiendo esta línea, más desconocida en España, la exposición pretende mostrar cómo la producción artística de Zuloaga combina un profundo sentido de la tradición con una visión plenamente moderna, especialmente ligada al París de la Belle Époque y al simbolismo que aprende en aquellos años. Pues fue a la luz de este París brillante y dinámico, el anterior a la contienda, centro del gusto artístico y literario, en el que Zuloaga brilló con una luz propia y reconocible, en un camino paralelo y comparable a la de muchos de los mejores artistas del momento: el “elegante” James Abbot Whistler, el “dandy” Boldini, o los representantes de la pintura de la Belle Époque por antonomasia, Sargent, Jacques-Emile Blanche o Antonio de la Gándara, entre otros.
Unos años que tendrán un punto y final en 1914, no tanto por la trayectoria del propio Zuloaga, que una vez encontrada su propia voz y su lugar en el escenario internacional seguirá trabajando dentro de unos mismos planteamientos, sino porque el París y la Europa de antes y de después de la Gran Guerra serán completamente distintos. Una etapa clave del mundo moderno, en la que se establece una frontera que dará lugar a la consolidación de un nuevo escenario: el de la contemporaneidad.
Siguiendo estas pautas, el recorrido por la exposición se ha dividido en las siguientes secciones: ‘Ignacio Zuloaga: sus primeros años’, ‘El París de Zuloaga, Zuloaga y sus grandes amigos: Emile Bernard y Auguste Rodin’, ‘Zuloaga retratista’, ‘La mirada a España’ y ‘Vuelta a las raíces’.
La muestra incluye cerca de 90 obras del propio Zuloaga, algunas de ellas menos conocidas, que el pintor realiza en sus primeros años de estancia parisina, así como de algunos de los artistas que tanto influyeron en su trayectoria, como Picasso, Sargent, Emile Bernard o Rodin.
El Infierno según Rodin (Barcelona, del 10/10/2017 al 21/01/201)
La exposición El Infierno según Rodin invita al público a explorar la creación de uno de los iconos del arte de fin de siglo: La puerta del Infierno de Auguste Rodin. Considerada como la obra central de la carrera del escultor francés, que trabajó durante más de veinte años en ella, esta obra monumental ofrece una visión espectacular del infierno, febril y tormentosa, pero también sensual y evocadora.
En 1880, el Estado francés encargó a Rodin, entonces aun un escultor poco conocido, la realización de una puerta para un futuro museo de artes decorativas. Este encargo, modesto en un principio, se convirtió rápidamente en el proyecto más importante de su carrera.
Durante la siguiente década, el artista trabajó tanto en la dimensión arquitectónica de la puerta, reflexionando sobre la composición del conjunto, como en los personajes que surgen, se arremolinan y brotan de ella. Basándose en un primer momento en el Infierno de la Divina Comedia de Dante, Rodin se centró en la expresión de las pasiones humanas. Según fue avanzando en su trabajo, se vio cada vez más influido por la ambigüedad y la sensualidad de Las flores del mal de Baudelaire, cuya primera edición ilustró entre 1887 y 1888.
Los numerosos grupos y figuras de condenados que Rodin reúne en La puerta del Infierno constituyen un auténtico repertorio de formas que reutilizará hasta el fin de su carrera, con una inventiva siempre renovada y una capacidad expresiva sin igual en su época.
Fascinado por el cuerpo, ya sea doloroso, violento o erótico, Rodin diseñó, modeló y retrabajó sin cesar sus creaciones con el fin de captar y expresar todos los impulsos del alma. Muchas de sus obras más conocidas surgen de este proyecto, entre las que se encuentran El Pensador, El Beso, Ugolino o Las Sombras.
La lectura de La puerta del infierno permite apreciar por tanto la mayor parte de la obra de Rodin. En ella se encuentra una síntesis de sus investigaciones estilísticas y un punto de partida para numerosas variaciones permitidas por sus técnicas preferidas: fragmentación, ensamblaje, ampliación, reducción, repetición, lo inacabado…
La exposición reúne casi un centenar de esculturas –treinta de ellas restauradas para la ocasión– y cerca de cuarenta dibujos, de una gran fuerza expresiva y delicadeza, que han sido raramente expuestos, así como varias maquetas y modelos que permiten seguir el proceso creativo del escultor y la evolución que fue sufriendo la puerta a lo largo de los años.
Así pues, esta exposición permite admirar La puerta del infierno y las esculturas que formaron parte o que surgieron de ella pero también observar la evolución de toda la trayectoria de Rodin y asistir al proceso de creación de uno de los artistas más emblemáticos del fin de siglo.