¿Pintan los arquitectos? «Claro que sí. Hay mil razones por las que muchos arquitectos pintamos. Aunque para arquitecto pintor, Le Corbusier. Toda la obra pictórica del maestro es de primerísima calidad. Y también Bernini pintaba. Y tengo un óleo terroso, precioso, que me regaló Fisac, pintado por él. Y yo mismo pinto. Todavía recuerdo en mi primer estudio, cuando oían golpes decían: ya está Alberto pintando. Pinté un cuadro tan grande, y tan bonito, que después de regalarlo varias veces a amigos arquitectos, como nunca venían a por él, decidí quedármelo para siempre y hoy preside mi estudio».
Dos preguntas. ¿Tenías intención de matarme en la cacería? y ¿sabía Krisztina que tú ibas a matarme aquella mañana en la cacería? Eran las dos preguntas que el general hace a Konrad en la preciosísima novela El último encuentro de Sandor Marai. «En estos días me han regalado dos veces este libro inigualable que yo ya había leído hace más de quince años. He disfrutado mucho, como sólo se disfruta al volver a leer una obra maestra».
¿Tenías intención de recoger en tu pintura gran parte de la herencia de los abstractos españoles? Y ¿sabía Cova que la pintura iba a matar a la arquitecto aquella mañana en la exposición? Son las dos preguntas, retóricas, que yo le hago a Cova Ríos, y que ella, como el Konrad de Marai, puede dejar sin contestar. Pero yo, como el general de la genial novela, sí puedo intentar contestar a ambas preguntas.
Pintura abstracta española. Cuando en la mañana de un sábado radiante estuve frente a frente de aquellas pinturas en la Galería Materna y Herencia, junto al Museo del Prado, toda la pintura abstracta española vino a mi cabeza y a mi corazón: Millares y Tàpies… y Cuixart y Torner, y tantos otros. Y también todos los americanos: Jasper Johns y Rothko y Motherwell. Pinturas todas que amo tanto.
En los mapas móviles hay mucho de Tàpies. Y el cuadro Blanco y rosa de Tàpies bien lo podría haber pintado Cova Ríos.
El alma. La serie de pieles blancas desgarradas es maravillosa. Sobre unos territorios blanquísimos, la autora ha hecho incisiones para que emerja su riqueza interior.
Una amiga me decía que estos boquetes eran como las sajaduras que ahora prescribe la moda en los pantalones vaqueros, llenos de agujeros. Y que si por ellos emerge la carne, por las sajaduras a modo de cráteres que abre Cova Rios en sus blancos cuadros emerge el alma. La comparación me pareció tan acertada como pedagógica.
Cuando emerge el interior dorado, como arquitecto, no puedo menos que acordarme de Barragán y de los dorados de Matías Goeritz. Aunque aquí se escuchen mejor los ecos dorados de los pintores del Cuatrocento italiano, Fra Angélico o Lippi, que dan un cierto aire divino a sus pinturas.
Y la luz. Los pintores pintan «con la sustancia de su pensamiento», decía Antonio López. Pues así, con la sustancia de su pensamiento, pinta Cova Ríos, aunque su pintura esté tan distante de la de López.
Un amigo, que tiene tres obras de Antonio López, se ha cambiado al apartamento de enfrente. Y me cuenta cómo antes la luz de poniente hacía que los tres cuadros de Antoñito resplandecieran, y cómo ahora, con la luz de la mañana reverberan. Pues si la luz es capaz de hacer estas diabluras con estas obras, figúrense ustedes qué no hará con las obras de nuestra pintora arquitecto.
Claro que, como arquitecto, ella sabe que cuando Sir John Soane monta su casa, en Lincolns Inn Fields, la colección de piezas bajo la luz, no lo hace tanto por Piranesi como por hacer que la luz vaya acariciando todas esas piezas emergentes. El espacio creado por Soane es un derroche de fragmentos que, al incidir la luz, suena como si de una sinfonía se tratara. Pues así, sonando muy bien bajo la luz, se comportan estas emergencias de Cova Ríos.