Difícil saberlo con seguridad pero cuesta creer que haya un compositor cinematográfico en el siglo XX que pueda presumir de mayor eclecticismo y capacidad de adaptación al medio en tantas películas. Hizo bandas sonoras para Jean Luc Godard y Richard Lester, para Andrzej Wajda y Sidney Pollack, para Marcel Carné y Orson Welles, para Clint Eastwood y Claude Lelouch… Y se pueden buscar muchos ejemplos más entre las cerca de doscientas que firmó desde que hiciera la primera en 1955 a los 23 años. Aunque podía jactarse de haber creado unas cuantas canciones de esas que garantizan la inmortalidad, conviene recordar algunos motivos más para no olvidarnos nunca de su enorme talento.
Esas melodías
Como le pasaba también a Henry Mancini, Legrand tenía un don para que sus melodías transcendieran la película que las inspiraba y pasaran a formar parte del repertorio del jazz o del pop. En la música clásica contemporánea echaba en falta más aliento melódico. “Si la melodía está ausente”, decía, “a la composición le falta sangre y vida, y esa ausencia contribuye a su deshumanización. La melodía es esa mujer a la que siempre seré fiel”. Y lo cumplió: era uno de sus superpoderes y nunca estuvo dispuesto a renunciar a él. Otro superpoder era esa capacidad natural para romper con elegancia y de forma incesante las fronteras entre el jazz, la clásica y el pop.
Su acercamiento al jazz
Su primer gran amor no fue el jazz sino la música en general. Crío tristón y bastante tímido, parece que encontró por fin sentido a su vida cuando fue inscrito en el conservatorio de París a los diez años. Poco después, con quince, asiste a dos conciertos de la banda del trompetista Dizzy Gillespie que le vuelan la cabeza. Su pasión por este género coincide además con la eclosión del bebop. Diez años después, publica Legrand Jazz, cuyo subtítulo lo dice todo: Michel Legrand dirige a los gigantes del jazz americano. Nada menos que su adorado Miles Davis, John Coltrane o Bill Evans interpretando los arreglos de un veinteañero que se ganaría pronto y sin problema el respeto de sus ídolos. No cuesta nada imaginar la satisfacción inmensa que debió de producirle, muchos años después, que Bill Evans titulara uno de sus mejores y últimos discos con un tema suyo: You must believe in spring.
Su aportación a la Nouvelle Vague
Su primera banda sonora está fechada en 1955; faltaban apenas cinco años para que Godard (Al final de la escapada) y Truffaut (Los 400 golpes) dieran el pistoletazo de salida de la revolución que supuso la Nouvelle Vague. Legrand no solo se subió sin problemas a la nueva ola sino que fue uno de sus mayores representantes musicales con cintas como Cléo de 5 à 7 de Agnes Varda.
El tándem con Demy
Con la Nouvelle Vague Legrand participó en una revolución pero con el director Jacques Demy protagonizó otra revolución, más modesta pero que puso para siempre a Francia en el mapa internacional del cine musical, gracias sobre todo a dos películas Los paraguas de Cherburgo (1964) y Las señoritas de Rochefort (1967). Esta última es uno de esos clásicos un poco olvidados y recién rescatados por el periodista Alfonso Bueno en su libro Más allá del arcoíris (Diábolo ediciones, 2018). “Musicales”, escribe Bueno, “que supusieron un soplo de aire fresco para el género en los años sesenta y que tenían mucho de homenaje al Hollywood clásico”.
Sintonía con el matrimonio Bergman
Legrand siempre tuvo quien le escribiera letras para sus canciones, pero es probable que diera con su media naranja con esta pareja estadounidense: Alan y Marilyn Bergman. Los tres firmaron, entre otras gemas de su cancionero, The windmills of your mind, The summer knows o What are you going to do the rest of your life? Con la primera de ellas se llevaron el Óscar a la mejor canción en 1968.
Verano del 42
Aprovecharemos el adiós de Legrand para, ya de paso, reivindicar a Robert Mulligan y decir que fue mucho más que el director de Matar a un ruiseñor. Fue, por ejemplo, el director de la maravillosa Verano del 42 (1971), con cuya banda sonora Legrand se llevó su segundo premio Óscar (la tercera y última estatuilla fue en 1984 por la música del Yentl de Barbra Streisand). Pocas películas han retratado tan bien el torpe descubrimiento del sexo y las ganas de adentrarse como sea en la edad adulta. El francés dijo que tardó tres días en acabar la partitura porque no le daban mucho más tiempo. Desde luego sabía trabajar a contrarreloj.
El Hollywood más cool
A finales de los sesenta no había en Hollywood dos actores más guapos y molones que Steve McQueen y Faye Dunaway, y tampoco nadie mejor que Legrand para poner adecuado fondo sonoro al juego de seducción que se traen entre manos los protagonistas en El caso de Thomas Crown (1968).
Momento Bond
Fuera por pasta o porque le hacía ilusión componer la canción de los créditos iniciales de alguna película de la saga de James Bond, la cuestión es que Legrand asumió la banda sonora de Nunca digas nunca jamás (1983), el último agente con la cara de Sean Connery, que ya no estaba entonces para muchos trotes.
Victoria Legrand
Victoria Legrand es sobrina de Michel y la mitad de Beach House, la banda de Baltimore que lleva una década larga entregando discos cuya adictiva melancolía seguro que algo tiene que ver con los genes compartidos con el compositor parisino.
El espíritu de La La Land
Ignoro si a Legrand le gustó una barbaridad La La Land. Lo que es seguro es que a su director Damien Chazelle le privan las películas que Legrand y Demy rodaron en los años sesenta, especialmente Los paraguas de Cherburgo. El propio Chazelle ha escrito el prólogo de las memorias de Legrand (J’ai le regret de vous dire oui) y en esa introducción confiesa que el músico ha sido una inspiración tan importante en su vocación de cineasta como Chaplin, Renoir o Fellini.