King se ganó el apodo de Rey del Blues y «uno de los tres reyes de la guitarra blues», junto a Albert King y Freddie King. La revista Rolling Stone lo situó en el puesto seis de la lista de los 100 mejores guitarristas de todos los tiempos y figura en el puesto 17 de la Top 50 Guitarists of All Time elaborada por Gibson.
El músico sufrió un desvanecimiento el pasado octubre durante un concierto en Chicago y tuvo que cancelar el resto de la gira por el agotamiento y la diabetes con la que convivía desde hacía más de dos décadas. Desde entonces, su estado de salud había empeorado. Hace dos semanas había anunciado en su web que estaba en su casa recibiendo cuidados paliativos.
Nacido, como no, en el seno de una familia muy humilde y desestructurada, su primera experiencia musical llegó a los 12 años cuando formó parte de un grupo de gospel y el predicador local le enseñó los primeros acordes con una guitarra. Entonces recogía algodón en una granja de la ciudad de Lexington. Después lo haría en Indianola durante los primeros años cuarenta.
Con su famosa Lucille -nombre que dio a su guitarra casi siempre Gibson- y sólo unos dólares, se trasladó en 1946 a Memphis, donde a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta desarrolló un estilo único, mezcla de sonido rural y urbano, que se acabaría convirtiendo en universal. Contó para ello con la inestimable ayuda de Frank Sinatra, que en la década de los sesenta le abrió las puertas de Las Vegas, cerradas hasta entonces para los de su raza.
A lo largo de su asombrosa y prolongada carrera musical -dio más de 15.000 conciertos, desde en chabolas a la Casa Blanca o el Royal Albert Hall- se codeó con las grandes estrellas del rock y ganó 15 Grammys, más que ningún otro músico de blues. El primero, en 1971; el último, hace apenas seis años. En total, 10 de esos 15 premios son por discos y canciones de blues tradicional, a pesar de que sus trabajos más conocidos son de blues-rock.
Su último concierto fue hace menos de dos años, en el Festival de Jazz de Nueva Orleans.