Reconocido por Cristina García Rodero como su maestro, el trabajo de Sanz Lobato fue lamentablemente olvidado durante años. Sin embargo, sus portentosas series, como A Rapa das Bestas, Bercianos de Aliste o Auto Sacramental de Camuñas, le colocaron en el lugar que su trabajo merece.
Rafael Sanz Lobato pertenecía a una generación irrepetible de fotógrafos de posguerra que a partir de los años 50 del pasado siglo dio a nuestro país una producción documental excepcional. Estos fotógrafos rechazaron las herencias de preguerra y se desvincularon de ellas, trabajaron con espíritu transgresor respecto al entorno establecido, tanto social como político y, naturalmente, con la práctica fotográfica dominante.
Sanz Lobato convirtió la fotografía en una pasión desbordante. Como documentalista realizó varias series: Bercianos de Aliste, La caballada de Atienza, A Rapa das Bestas, o Auto sacramental de Camuñas. La realizada en la localidad de Bercianos, donde retrata de forma magistral la procesión conocida como del Santo Entierro, recibirá la atención de la revista americana Popular Photography, que en el año 1970 le publica un porfolio de cuatro páginas.
Su fotografía documental muestra y hace reflexionar sobre un cierto temperamento de España que nos evoca y recuerda ciertas vivencias. Es capaz de rememorar, entender e interpretar una manera de vivir en un período no muy lejano de la España profunda, donde el carácter y el alma de este país se manifiestan a través de los ritos religiosos o civiles. Sus imágenes fascinan y enseñan. Es uno de los fotógrafos que ha sabido relacionarse con la gente, escucharla, respetarla y fotografiarla. Sus paisajes ilustran una España árida y al tiempo majestuosa. Una España profundamente religiosa, que respeta siglo tras siglo, año tras año, los ritos marcados por una Iglesia omnipresente.
Sus obras son el mejor realismo documental, dotado de gran intensidad y sensibilidad. Son documentos clave de la fotografía realista moderna española que han influido de forma importante en autores de las generaciones sucesivas. Su sensibilidad extraordinaria también se encuentra en sus paisajes, donde transforma amaneceres o crepúsculos en pura poesía. Su vasta cultura fotográfica le empujaba constantemente a afrontar nuevos retos, alguno de ellos le aproximará primero al retrato y, más tarde, como colofón de su carrera, a la naturaleza muerta.
Relación directa y humana
En los retratos de Rafael Sanz Lobato se percibe una relación directa y humana con el modelo, en la tradición de los grandes retratistas. Retratos en los que ha sabido encontrar el momento de inflexión, la bajada de la guardia del personaje ante una pared lisa y desnuda con una inequívoca dosis de dramatismo. No sabemos cómo lo hace, pero se nos antoja que esa aureola que tiene el personaje fotografiado bien podrían ser los 22 gramos del alma que se le escapa. Y finalmente las naturalezas muertas, que configuran una nueva etapa y constituyen otra gran lección de fotografía rebosante de buena inspiración y excelente composición.
Resulta extraordinario encerrar en un rectángulo mundos tan diversos, tan poéticos, sombríos y evocadores. La contemplación de estas obras nos enriquece a medida que descubrimos las múltiples y diferentes piezas de su propuesta. Un ejercicio reflexivo extremadamente frágil y al mismo tiempo brillante. Rafael Sanz Lobato es un creador inquieto y rebelde, un hombre íntegro, curioso y joven, absolutamente comprometido con su arte y su época.