Nacido con el apellido Klausner en una familia de inmigrantes judíos de Europa del Este, ingresó niño aún en un kibutz ya con el nombre que ha llegado hasta nosotros. Le tocó vivir un tiempo convulso en un marco incendiado. Lo asumió y ya desde sus primeros textos fue la voz crítica de Israel, aquella firmemente convencida de que la convivencia era posible y hermanaba un Estado israelí y un Estado palestino.
En pos de esa idea, “un reto que estamos obligados a alcanzar”, repetía, fundó en 1978 la organización Paz Ahora, en nombre de la que desarrollo una intensísima labor publicando en medios de comunicación de medio mundo más de 400 artículos en los que defendió con tesón la necesidad de abrir puertas y diálogos para la concordia: “Los nacionalismos, los muros, las fronteras separan un mundo más necesitado cada día de solidaridad. Una unión que, pese a que muchos se obcequen, no es una utopía”.
Una veintena de volúmenes concretan una obra literaria en la que pese a la gravedad de muchos de los temas abordados nunca faltó el humor y la ironía. Relatos, novelas, ensayos traducidos a 42 lenguas.
Confeso amante de nuestro país: “España es un país tolerante en el que históricamente han confluido culturas diversas. Esa realidad me acerca a su esencia”. Así lo dijo en 2007 con motivo de la concesión del Príncipe de Asturias. Declaró entonces también que su día a día pasaba por ver amanecer en el desierto. Ese paisaje “me viene muy bien para mantener cierta distancia frente a la grandilocuencia de algunas palabras que se usan con mucha ligereza, como nunca, siempre o jamás. La mañana la dedico a mi obra literaria, luego hago una siesta y por la tarde batallo por la paz, algo de lo que nunca me cansaré”.
Quien esto escribe le entrevistó hace unos años. Obviamente la literatura debía marcar el eje de la conversación. Pero fueron poco a poco escorando sus palabras hacia una honda reflexión sobre el entendimiento. “La literatura es una herramienta esencial para el crecimiento humano, sólo y nada menos que una palanca para lograr la paz entre los hombres. Ese el objetivo esencial de lo que escribo”. Lo decía al tiempo que sonreía y esa sonrisa, que enmarcaba frases y deseos contundentes, humanizaba un mensaje transido de verdad.
Tristemente ahora flota sobre su adiós, frustrado, el sueño sobre el que una y otra vez volvía: “No me gustaría morir sin ver una embajada de Israel en Jerusalén oriental y otra de Palestina en la parte occidental, ambas a una distancia caminable”.
El deseo “descanse en paz” cobra en su persona la dimensión profunda de las palabras sentidas. Que ese anhelo del que hizo bandera le alcance y lo acoja. Oz en paz. Paz para Amos Oz.