Valenciano ejerciente, Genovés ingresó muy joven en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad, aunque también pronto sintió la necesidad de desencorsetarse del clasicismo al considerar el arte como un elemento provocador. Buscando formas nuevas de expresión se integró en movimientos artísticos que agitaron el paisaje de aquella España adormecida, como Los Siete, el Grupo Parpalló y, muy especialmente, el colectivo Hondo, que en 1960 lo acercó a una estética de raíces expresionistas.
Ya en Madrid y entrada la década de los 60, reafirma a través de su pintura el compromiso político y social que ha sido eje de las seis décadas largas de su creación. El abrazo, cuadro perteneciente a la colección del Reina Sofía que en 2016 simbólicamente se trasladó al Congreso de los Diputados, fue en principio imagen de un cartel de Amnistía Internacional y después base para la escultura que desde 2003 homenajea en la plaza de Antón Martín de Madrid a los abogados laboralistas asesinados en 1977. Un lienzo que el tiempo y las circunstancia han convertido en un clásico.
Como clásicos son a lo largo de su obra las pinturas que él mismo calificaba de “multitud de multitudes” en las que se observan desde la altura desdibujadas manchas de color que simulan personas en distintas actitudes a través de las que el pintor planteaba “la soledad del individuo frente a su papel en la empresa común de la vida”.
Uno de esos lienzos fue decisivo para que 1964 fuera un año clave para Genovés a raíz de su presencia en el Pabellón Español de la Bienal de Venecia. Así se lo contaba hace tres años a Ángeles García en El País: “Yo era un muerto de hambre sin galerista. Frank Lloyd, copropietario de Marlborough, me preguntó si quería trabajar para ellos. Me dijo que llevaba a Lucian Freud, Moore, Francis Bacon… Ahora es una galería muy importante. Entonces era la mejor del mundo”. De esta forma se convirtió en el primer español que entró a formar parte de Marlborough, a la que siempre estuvo ligado.
En el conjunto de su obra gravita siempre la angustia existencial del hombre contemporáneo. Una obra admirada a través de innumerables exposiciones, como la que a lo largo de 2019 cerró ciclo bajo el título La unidad dividida por cero. Una muestra que tuvo lugar en el Centro Niemeyer de Avilés en la que participaron sus tres hijos: el fotógrafo Pablo Genovés y las también artistas Ana y Silvia Genovés.
Galardonado en la Bienal de Venecia de 1966 y con los premios Nacional de Artes Plásticas (1984), el de Artes Plásticas de la Generalitat Valenciana (2002) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, concedida por el Ministerio de Cultura en 2005, Genovés confesaba ser víctima del miedo. “El miedo es una epidemia que cogí en la guerra. Y más que en la guerra, en los primeros años después, que se quedaron grabados a fuego. Y ahí están. Es el motor de toda la pintura: porque es el miedo al lienzo en blanco, a no saber usar con intensidad la energía que llevas dentro”.
Convertido en un artista cotizado, Genovés nunca quiso abandonar España pese a las propuestas para instalarse en Londres, París o Nueva York. Abierto y afable, empedernido lector, “leo de todo, todas las horas que la pintura me permite”, dedicaba gran parte del día a encerrarse en su casa/estudio de Aravaca, en la que ha vivido desde hace cuarenta años, y pintar: “En ese espacio y haciendo lo que hago siento que mi vida adquiere sentido”.
Sentido y sentimiento hasta el hálito final. Ese que ahora se cierra con un largo y universal abrazo.
Juan Genovés falleció esta madrugada en Madrid rodeado de los suyos y habiendo trabajado prácticamente hasta el último momento.