Leyó mucho y vio mucho. Viajó, pero no de una forma cualquiera. Su viaje físico se acompaña siempre del viaje reflexivo, ella no se limita a observar y registrar, sino que se esfuerza en interpretar y sacar conclusiones de su mirada. Sale de la comodidad, del reposo de su casa, para ir de sí misma hacia el otro, y volver con lo aprendido del otro; para estar fuera y dentro de España al mismo tiempo, tratando de cambiar la realidad del país por la vía de la regeneración, que es progreso, pero también bondad y justicia. Cada uno de los libros de viaje de Carmen de Burgos es como una botella lanzada al mar con un doble mensaje: una invitación a mundar, a viajar por el mundo, y otra, a mudar, para ser y más ser.
Para Carmen, el viaje es siempre una salida al exterior y, por tanto, una relación que involucra un aquí con un allí y nos liga con lo otro, con el otro. Viajó para conocer gentes y otras realidades sociales, para descubrir lugares, paisajes y culturas, para experimentar nuevas vivencias y adquirir nuevos conocimientos que sirvieran para europeizar a España, pero, sobre todo, viajó como una forma de ir redactando la vida, de ir cumpliendo su deseo de hacer un mundo más ancho y habitable, para lo cual era necesario, como recomendaba Constantino Cavafis en su Viaje a Ítaca, que “el camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento”.
Carmen de Burgos hizo artículos y crónicas periodísticas de sus viajes, utilizó el género epistolar para hablar de ellos, escribió libros de viaje propiamente dichos y, además, sus viajes alimentaron un buen número de las novelas y cuentos de su extensa labor narrativa. Ella concibe el viaje como “una gran biblioteca puesta en fila, con los libros abiertos en lo más interesante, que vamos leyendo al pasar”. Y, a lo largo de esa biblioteca, su escritura recorre las principales corrientes y etapas de la literatura de su tiempo: desde el romanticismo al realismo, con su corolario del naturalismo, y del modernismo a las vanguardias, pasando por la generación del 98 y la del 14 (novocentismo), con su idea común de paisaje: el territorio físico modelado por la cultura. Sin embargo, ella se confiesa de esta manera: “Yo soy «naturalista romántica» y variable, como mis yoes. Me gusta todo lo bello y la libertad de hacerlo sin afiliarse a escuelas”.
En las alforjas
En opinión de José Jiménez Lozano, los relatos de viajes pertenecen a un género literario antiquísimo, pero “quizás el más susceptible de quedar personalizado por el escritor, porque este ahí expone inevitablemente su yo en el encuentro con cada mundo que visita y cuando cuenta lo que vio y oyó, y también la historia de los adentros de las tierras, porque todo esto siempre se hace según lo que se lleva en las alforjas”. Pues bien, lo que llevaba Carmen de Burgos en las alforjas era una infancia roussoniana vivida en su hermoso y querido Valle de Rodalquilar, donde, según su propia confesión, se meció su cuna, donde con rudeza salvaje se moldeó su espíritu y cuajó en su alma “la llama de su sol en olas de arte y rebeldía”. Rodalquilar, golpe de luz imposible de escribir, placenta rebosante de vida, territorio mítico de un tiempo sin amarres: la infancia, verdadera patria del hombre, según la definición no superada de Rilke. Según Ramón Gómez de la Serna, compañero sentimental de Carmen durante veinte años: “Todo lo que después ha ido viendo ella por el mundo lo había visto ya en Rodalquilar”.
En sus libros de viaje propiamente dichos, y también en sus narraciones ficcionales, Carmen de Burgos pone de manifiesto su incansable actividad viajera (“si yo fuera rica, no tendría casa. Una maleta grande y viajar siempre”) y lleva al lector tanto sus vivencias intelectuales como las emocionales o sensitivas. En opinión del poeta canario Tomás Morales, uno de los más destacados del periodo postmodernista español, Colombine supera a casi todos los novelistas españoles de su época en la sutileza de las ideas, en la finura y precisión psicológica, y “posee el secreto de la rápida evolución de los asuntos sin omitir detalle de interés, lo que hace de sus pequeñas narraciones, novelas completísimas”. De acuerdo con el filólogo y crítico literario Julio Cejador, también contemporáneo de la escritora, Colombine es “amiga de verlo, curiosearlo y saberlo todo, de variar en todo, viajó cuanto pudo, leyó libros y revistas modernas, y escribió de viajes y novelas (…) con gran naturalidad, según se siente”.
Tres grandes libros
Carmen de Burgos escribió tres grandes libros de viajes, que relatan otros tantos periplos de la autora: Por Europa (descripción de su viaje a Francia e Italia en 1905), Cartas sin destinatario (relativo a su viaje por los Países Bajos en 1911, en cuya narración se aprecia un cierto tránsito entre el realismo del primer libro a la manera de plasmar la literatura viajera los escritores de la generación del 98) y Peregrinaciones, más tarde rebautizado como Mis viajes por Europa, donde sus vivencias alcanzan toda su dimensión literaria. Este libro es el resultado de un largo viaje, emprendido en el verano de 1914, en el que se proponía llegar hasta Cabo Norte para ver el espectáculo del “sol de medianoche”, partiendo desde Suiza, atravesando Alemania y recorriendo los países escandinavos, para volver por Rusia. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial trastornó todo el plan de regreso y el paradisíaco viaje de ida se transformó en una dramática aventura a la vuelta, en la que a punto estuvo de perder la vida. Peregrinaciones incluye también un amplio capítulo dedicado a Portugal, país al que consideró imprescindible para descubrir la propia identidad española. Pero, aparte de estos, otros viajes suyos (como los varios realizados a América o las estancias en Nápoles y Estoril) pueden ser buceados en la obra narrativa de Carmen, que abarca más de un centenar de novelas cortas y largas.
Tanto en sus narraciones factuales como ficcionales, Carmen observa los espacios con miradas superpuestas, siempre buscando algo que está más allá. Según Concha Núñez Rey, “a la mirada objetiva se superpone la de las impresiones subjetivas, la de las emociones personales, la del humor satírico, y también, una mirada ética y una mirada existencial; una mirada, por ello, permanentemente activa y compleja”. Sin embargo, la tenaz estudiosa de la obra de Carmen de Burgos, acaba por concluir que todos sus espacios se funden en dos fundamentales: el Rodalquilar de su infancia, convertido en la distancia en la imagen del paraíso perdido, y ese espacio de plenitud buscado de forma permanente en sus novelas y libros de viajes: “mi espíritu siente ansia de extenderse, de penetrar en todo, de caminar por los caminos desconocidos”. Quizás, por esa razón, a diferencia del drama lorquiano de Bodas de sangre, basado en el mismo hecho (el crimen del Cortijo del Fraile), deja abierto el final de Puñal de claveles, novela con la que se cierra su producción narrativa. El futuro es siempre una incógnita tendida al azar y a la esperanza y Carmen quiere dejar la puerta abierta al ideal de una vida mejor, de un mundo mejor. Con la mirada puesta en el paraíso perdido de Rodalquilar, se lanza –y nos invita a lanzarnos– campo traviesa a la búsqueda del paraíso desconocido.
Carmen de Burgos, miradas almerienses
Ateneo de Madrid. Viernes, 15 de diciembre. 19.30 h. Ciclo Centenario Carmen de Burgos.
Modera: Ana Vega Toscano.
– Una periodista total. Javier López Iglesias.
– Los protagonistas de Puñal de claveles. Antonio Torres Flores.
– Reivindicación de una novela: La malcasada. José Siles Artés.
– El mundar de Carmen de Burgos. José González Núñez.
– Itinerario fotográfico por los viajes de Carmen de Burgos. Domingo Leiva Nicolás.