Muchas cosas se han dicho en las últimas 24 horas sobre el artífice de una lírica imprescindible. Su vida, difícil entre exilios y tragedias, amarga en muchos tramos, –como es bien sabido, y recordábamos ayer en hoyesarte.com [1], en agosto de 1976 su hijo mayor y su nuera, embarazada entonces de siete meses, fueron ‘desaparecidos’–, no ensombreció una forma de concebir la escritura metafísica y profunda, marcada por la sensibilidad y la exacta elección de cada palabra.
La arquitectura de los poemas de Gelman, en apariencia sencillos tantas veces, conlleva un elaborado proceso en el que se mezcla ingeniería y orfebrería.
En su despedida. En el recuento de vida y obra han sido justos y abrumadores los elogios. Pero, al tiempo, en más de una necrológica se ha dejado caer, con una ligereza deplorable, inadmisible, que en su época de montonero Juan Gelman apoyó la lucha armada. Eso, conviene decirlo cuanto antes y con rotundidad, es absolutamente falso.
Montonero sin balas
“Soy un montonero sin balas. Sin balas”. Gelman lo dijo antes, durante y después de haber pertenecido –como teniente incluso– a aquel grupo guerrillero inicialmente impulsado por Perón y que tras el regreso del exilio español del general sería combatido por la propia derecha peronista y posteriormente fulminado por la dictadura militar.
Tras alejarse de los Montoneros en la conocida como Rebelión de los tenientes, como consecuencia de sus profundas discrepancias con la forma violenta de actuar del movimiento guerrillero, el escritor sería condenado a muerte por sus ex-compañeros. Una doble condena, pues también la dictadura de Videla había puesto precio a su cabeza.
La historia es la historia y los hechos deben acercar a lo realmente sucedido. No se trata, pues, de “lavar” ninguna biografía, sino de ajustarse a la verdad y la verdad constata que, una vez y otra, de la misma forma que propugnaba la poesía como un arma, en pie, frente a la muerte, Juan Gelman repetía: “Montonero sí, pero sin balas”.