“A media tarde recibí noticia del accidente y del fatídico desenlace. Me quedé en blanco. Incapaz de articular un pensamiento”, recordaba Daniel hace poco más de un mes al cumplirse sesenta años de la tragedia. Ahora, en París y a unos meses de hacerse centenario, el intelectual e icono del mejor periodismo humanista de nuestra época se ha ido. Acaso cobra fuerza aquello que repetía: “Siempre soñé con volver a encontrarnos y proseguir las conversaciones que quedaron pendientes”.
Jean Daniel Bensaid (Blida, Argelia, 21 de julio de 1920 – París, 19 de febrero de 2020), undécimo hijo de una familia judía de origen sefardí, comenzó sus estudios en Argelia y los concluyó en La Sorbona, donde se licenció en Filosofía. Siempre inquieto y combatiente, participó como sargento mayor de la División Leclerc en la Segunda Guerra Mundial en el desembarco de Normandía y en la liberación de París, siendo condecorado con la Cruz de Guerra.
Primeros tiempos
Concluida la contienda y tras un período como enseñante en Orán, iniciaría ya en París su carrera como periodista y muy pronto entraría en contacto con Albert Camus con quien compartió, además de origen argelino, profunda amistad desde que jóvenes ambos, –Camus era siete años mayor–, se conocieron en la exigua redacción de la revista Caliban, antes de compartir despacho en L’Expres y poner en marcha el semanario Le Nouvel Observateur.
Yo no podía pensar sin él. “Su influencia para mí fue total: en todos los planos y a veces de una manera devastadora”, comentaba Daniel de Camus con el que no todo fueron flores, pues mantuvieron substanciales diferencias en relación con Argelia: Daniel era favorable a la independencia; Camus defendía una solución federal. Pero el respeto y la comunicación perduraron hasta el final.
Porque todo se torció aquel 4 de enero, cuando poco antes de las dos de la tarde el vehículo que a cien kilómetros de París conducía el editor Michel Gallimard se empotró contra un árbol. Malherido, el conductor fallecería cinco días después y Camus, ya escritor consagrado y ganador del Nobel de Literatura dos años antes, moría en el acto. Viajaba como copiloto. Tenía 47 años.
Ya sólo
Solo. Ya sólo. Jean Daniel, lúcido hasta el último de sus días, se convertiría en uno de los intelectuales franceses con mayor influencia en los grandes debates del siglo XX desde el ejercicio de un periodismo, “ese en el que creo, marcado por la independencia y la dignidad”, que le hizo merecedor de reconocimientos tales como el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2004. En aquella ocasión, en un discurso de recepción en el que citó a Unamuno y Cervantes, mostró su admiración por España por “hacer lo que es conveniente hacer para combatir el terrorismo y no hacer, no adoptar los valores del enemigo al que se quiere derrotar y no imitar sus medios so pretexto de que los fines son diferentes, porque precisamente son los medios los que determinan siempre los fines”.
Daniel, que también recibió por el conjunto de su trayectoria el Premio Ortega y Gasset (2010), se mantuvo profesionalmente activo hasta 2008 como director de L´Obs, una cabecera con la que seguiría ligado hasta el final.
Cuando en noviembre de 2008 presentó en Madrid Camus. A contracorriente (Galaxia Gutenberg), Jean Daniel volvió a esgrimir la defensa absoluta de la necesidad de un periodismo independiente y recordó palabras de su maestro: “Todo cuanto degrada la cultura acorta la distancia que nos lleva a la servidumbre. Una sociedad que soporta ser entretenida por una prensa envilecida y por un millar de bufones cínicos que se adornan con el nombre de artistas corre hacia la esclavitud”.
Lo dijo emocionado, conmocionado, haciendo suyas aquellas palabras de su también amigo Romain Gary con las que el libro-homenaje se abre: “Estoy en contra a priori de todos los que creen tener razón de forma absoluta. Estoy en contra de todos los sistemas políticos que creen poseer el monopolio de la verdad. Estoy en contra de todos los monopolios ideológicos. Abomino de todas las verdades absolutas y de sus aplicaciones universales. Tomemos una verdad, alcémosla con prudencia a la altura del ser humano, veamos a quien golpea, a quien mata, qué ahorra, qué rechaza, olfateémosla durante un tiempo, veamos si no huele a cadáver, saboreémosla reteniéndola un buen rato sobre la lengua, pero dispuestos siempre a escupirla de nuevo. Eso es la democracia. El derecho a escupir…”.
Muere Jean Daniel. Acaso en algún lugar esté conversando con Albert Camus. Sea.