Casaba su firme capacidad para poner en pie proyectos culturales que requerían fe y decisión -una firmeza que le llevaba a decir “cuando creo en algo y me ilusiona desfallezco poco hasta lograrlo”-, con una elegancia innata marcada por el humor inteligente, la bonhomía y esa humildad que le llevaba a solicitar, entre sonrisas: “Llámame Pepe”.
Licenciado en Filología Hispánica, rama Literatura Española, José Guirao Cabrera había iniciado su actividad política en 1983 como responsable del Área de Cultura de la Diputación de Almería, cargo en el que permaneció hasta 1987. Un año más tarde fue nombrado director general de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, cargo desde el que emprendió la reforma del Museo de Bellas Artes de Sevilla, la restauración de San Telmo y del monasterio de la Cartuja. En Andalucía desarrolló también proyectos como el Plan General de Bienes Culturales, la Ley 1/91 del Patrimonio Histórico, el proyecto de Centro Andaluz de Arte Contemporáneo o la creación del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
Posteriormente y en sucesivas etapas fue director del Museo Reina Sofía, de 1994 a 2000, y director de La Casa Encendida, entre 2001 y 2013, período en el que convirtió a ese centro en referente cultural de vanguardia.
En 2018 fue nombrado ministro de Cultura y Deportes, cargo que ocupó hasta enero de 2020, dejando su huella de gestor dialogante y férreo defensor de la cultura como “un bien indisociable de una sociedad democrática que busque el bien común. La cultura es un eje vertebrador de cualquier sociedad”, repetía.
Tras su paso por el Ministerio retomó, hasta el pasado mes de abril, la dirección de la Fundación Montemadrid, para, en estos últimos meses, ocupar el puesto de asesor de proyectos especiales de esa institución cuyo objetivo es la mejora de la calidad de vida y la inclusión de personas en dificultad social.
“Llámame Pepe”, reclamaba quien deja un ejemplo de templanza, operatividad y pasión por aquello a lo que dedicó una parte sustancial de su existencia: la cultura. Esa que hoy, inevitablemente, se siente más huérfana.