Los titulares que dan cuenta de su muerte mencionan casi siempre al saxofonista y los aficionados recitan su nombre nueve de cada diez veces acompañado de los de Jimmy Garrison y Elvin Jones, contrabajo y batería, del mejor cuarteto coltraniano. Normal: son palabras mayores y lo sabe cualquier que tenga más de veinte discos del género.
Puso por primera vez su teclado al servicio del genio siendo casi un adolescente y muy poco después escalaba con Coltrane uno de sus primeros ochomiles, My favorite things, y sobre todo el tema que da título al disco, la primera de una colección de obras maestras, entre ellas Crescent, el disco cantado por Johnny Hartman o la suite en cuatro tiempos A love supreme. Lo dijo Coltrane una vez pero no hacía falta porque era patente: “Trabajar con McCoy es como llevar unos guantes que te encajan a la perfección”.
Aunque formado bajo la influencia de pianistas fundadores del bebop como Thelonius Monk y Bud Powell, que también era de Filadelfia, había en sus maneras, ya fuera por su talento melódico o su seductor estilo percusivo, una mayor vocación por llegar a un público más amplio. En esa línea hay que destacar su tercer trabajo Nights of Ballads & Blues. No conforman estas noches de sonido tan elegante su mejor disco pero sí uno de los más disfrutables y acaban siendo uno de esos vinilos o cedés que uno pincha y no deja muy lejos del equipo a poco que se tenga algo de buen gusto. Clásicos de Ellington, Monk o Mancini y algún original del propio Tyner que en manos del pianista se convierten en una de esas puertas de entrada más que recomendables no solo a su obra sino al jazz en general.