Si los días lo mantuvieran con vida, hoy viernes, 12 de octubre de 2012, Dionisio Ridruejo hubiera cumplido cien años. Pero hace ya 32 años que aquel hombre de bien nos dejó. Hombre de bien, BIEN con mayúsculas en el sentido, al tiempo amplio y estricto, que la Ilustración –ese laboratorio en la que se fraguaron algunos de los elementos éticos que estructuran la Europa de la cultura y las democracias, muy ajena a esa otra tan presente hoy en nuestras vidas que pilota el cambalache de los mercados y los intereses turbios– otorgaba a la figura de hombre de bien. Es decir, un ser humano honrado que recoge y perfila el eco machadiano: "en el buen sentido de la palabra bueno".
Dionisio Ridruejo (1912-1975) lo era. Es preciso afirmarlo con contundencia, señalan Jordi Gracia y Jordi Amat, prologuistas y antólogos del volumen Cartas íntimas desde el exilio en el que se recoge la correspondencia con su esposa, Gloria de Ros, desde 1962 hasta 1964, época en la que el escritor se exilió en París para desarrollar una esperanzada campaña contra la dictadura franquista.