Bertolucci. León de Oro en Venecia, también en su mano la Palma que abanica a los más grandes en Cannes y, entre tantos afectos, nueve Oscar en 1988 por su asiática historia de aquel emperador del pasado excepcionalmente rodada en la Ciudad Prohibida de Pekín.
Bertolucci. Hijo de Attilio el poeta y poeta él mismo. Maestro de maestros nacido de la enseñante Ninetta Giovanardi hace 77 años. ADN creativo en todas las vertientes, ya el erotismo, la historia, la provocación, la política, el psicoanálisis, la amistad.
Carne y uña de Pier Paolo Pasolini de quien, muy joven, fue ayudante de dirección: “Un día, cuando tenía 21 años me lo encontré delante de la puerta del edificio en el que él y mis padres vivían. Me dijo, ¡eh!, te gustan las películas, ¿verdad? Porque voy a rodar una y quiero que me hagas de asistente en la dirección. Se llamará Accattone. Le dije que nunca había hecho de asistente, y él me respondió que tampoco había dirigido hasta entonces ninguna película. Los que le conocimos nunca superamos su marcha”.
Bertolucci, que tuvo en El último tango en París la apuesta que lo instaló entre los elegidos. Atrevida y contestada, especialmente cuando trascendió que había pactado con Marlon Brando la famosa escena de la mantequilla sin que la untada, Maria Schneider, lo supiese.
Estrenada en 1972, se prohibió en España y no pudo verse hasta 1978. Refiriéndose a su actor protagonista el propio realizador dijo: “Marlon Brando es un monstruo prehistórico del cine del pasado. En principio no lo iba a interpretar él. Los actores elegidos eran Jean-Louis Trintignant y Dominique Sanda, pero resultó que Trintignant era un tímido y no se atrevía a hacer determinadas escenas y Dominique Sanda estaba preñada, así que no me quedo otro remedio que renunciar a los dos. En el fondo fue una suerte”.
Bertolucci siempre explícito, sin dobleces, también marxista convencido, nostálgico hasta el tuétano, y lector, lector: «Leo como el enfermo que precisa una substancia aditiva para seguir en pie».
Bertolucci, Bernardo, realizador, guionista, productor… autor en definitiva de una veintena de obras que, siempre desde una mano personal y sensible, fluctúan según el momento de lo colosal a lo sencillo; de la producción multimillonaria a la pequeña joya de muy bajo presupuesto; del producto polémico y experimental al anclado en lo tradicional.
Tantos Bertolucci, tantos, pero todos, cada uno en su formato, inconfundiblemente marcados por una firma que ahora, cuando la pista de su último tango se funde en negro, corrobora la honda dimensión de las obras maestras.