Fundador y presidente de la Asociación Española de Diseñadores Profesionales y de la Fundación Arte y Derecho, –dedicada a la difusión y defensa del derecho de autor y de los creadores visuales: artistas plásticos, fotógrafos y diseñadores–, de sus manos surgieron logotipos con los que se identifican numerosas instituciones y empresas. Es el caso de, entre otras muchas, la Biblioteca Nacional de España, Universidad Autónoma de Madrid, ONCE, Casa del Libro, Tesoro Público, Paradores, MAPFRE, Círculo de Bellas Artes, Ferrovial, Fundación Francisco Umbral o las peculiares y elegantes portadas de la Colección Visor de Poesía.
Cuando el diseño era un desierto en nuestro país, a través de formas y colores nuevos, Corazón abrió una puerta por la que fueron entrando muchos otros creadores.
Desde que inició su andadura en los primeros años setenta, Corazón fue reconocido nacional e internacionalmente con numerosos galardones, como el Premio Nacional de Diseño o la Medalla de Oro del American Institute of Graphic Arts, el más importante premio internacional en el área de la Comunicación Visual, que le convirtió en el único artista europeo en recibirlo hasta la fecha.
Además recibió el Arts Director Club de Nueva York; el Premio de la British Design and Arts Direction de Londres; el Aliance, que el Consejo de Europa ha otorgado a muy pocos diseñadores de todo el mundo, y la Medalla de Oro del Design Council International.
“Una obra debe tener estética y misterio”, repetía quien, nacido en Madrid en 1942, pronto dejó clara su polifacética personalidad como creador. Desde la puesta en marcha de la editorial Ciencia Nueva, que en los años 60 propuso una nueva forma de mirar, hasta sus exposiciones en espacios alternativos de España, Italia y Alemania. Posteriormente participó en la Bienal de Venecia, en compañía de Tàpies y del Equipo Crónica, en la de París, con Antonio Saura, y en Nueva York, cuando presentó el proyecto Leer la imagen 3.
Último acto para el artista que recientemente declaraba: «Cada pintor tiene su metodología. Yo no hago bocetos, necesito algo que me ayude a ponerme en marcha, aunque no sepa hacia dónde irá. La pintura es autónoma de la intención. Lo mismo pasa con los colores. Una obra nunca tiene explicación, solo hay referencia. Siempre es algo misterioso. Empiezo con garabatos hasta que la mano conecta con el cerebro y me digo: ‘Esto’. Siempre empiezo con una tormenta de neuronas, con una agitación que va creciendo y ella misma, la tormenta, te dice: ‘Ya está, esto está terminado».
El resultado de esta reflexiónes, su poliédrica obra, se atesora en, entre otras muchas instituciones, el Museo Reina Sofía, el IVAM, el Bellas Artes de Bilbao o el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.