“La muerte me lleva de la mano, pero se está portando bien porque me deja pensar”, comentó poco antes del fin agradeciendo a la naturaleza el hecho de otorgarle lucidez hasta los largos 96 años que había cumplido. En el trance final, contaron los suyos, pidió un Campari y tras beberlo se durmió para morir. Por expreso deseo la noticia no fue divulgada hasta después de haber sido incinerado.
Palabra pensada
Confesaba habitar un mundo que no le gustaba, pero luchaba con intensidad por mejorarlo. Lo hacía, además, esgrimiendo su palabra pensada, –otra vez, en él y por encima de todo, el pensamiento– su discurso sensato, su forma de mirar con respeto y coherencia la vida de los otros.
Los otros somos todos. Los que hoy recordamos al escritor, al novelista, al intelectual, al profesor, al economista crítico, profundamente crítico con el capitalismo salvaje, “ese que lleva al mundo, incluso a los que forman parte de aquel que se cree parte de la parte supuestamente beneficiada, al desastre”.
“Sólo los ingenuos y algún premio Nobel de Economía llegan a creer que nuestro mercado encarna la libertad de elegir, olvidando algo tan obvio como que sin dinero no es posible elegir nada”, lamentaba para denunciar la injusticia de la desigualdad, “en la que algunos se mueven con obscenidad y soltura”.
No podemos seguir teniendo como libro sagrado, afirmó también y lo hizo hasta el último de sus días, “el Evangelio según San Lucro”.
Textos inéditos
Coincidiendo con el primer aniversario de su ausencia se publica ahora, calmo y lúcido como siempre, Sala de espera (Plaza Janés) libro que recoge parte de los textos inéditos del autor en los que queda patente su preocupación por un mundo que califica de «desbocado, asfixiante», en el que los principios de justicia, crítica y humanismo «están en clara situación de riesgo».
Por otra parte, y también por decisión de su viuda y legataria, Olga Lucas, verá próximamente la luz Los Ríos, un texto a dos voces, la de Sampedro y la de su mujer, en el que ambos escriben sobre sus propias vidas contándosela al otro. Para ello recurren al agua como metáfora de la vida. «Contaré los primeros ochenta años del río José Luis, que conozco como nadie, prescindiendo de detalles y ahondando en los momentos y sucesos más definitorios», escribe Sampedro.
Su palabra física quedó hace un año congelada, pero el río de su voz literaria sigue fluyendo con la fuerza de los grandes y con la honda dimensión de su humildad: «Somos un momentáneo corpúsculo, material biodegradable para el perpetuo reciclado. Un infinitésimo de energía. Pero hablante».
Y su voz racionalmente comprometida: «No sólo hay que reivindicar siempre el derecho a la palabra, como máxima expresión de nuestra humanidad. También hay que cumplir el deber de usarla en pro de la dignidad propia o ajena. Pues, como proclamó magistralmente Martin Luther King, hay una conducta más escandalosa que la de los malvados y es el silencio de los hombres buenos que callan y miran para otro lado sin protestar de las maldades».
José Luis Sampedro sigue, pues, iluminándonos.