A lo largo de un acto cargado de reconocimiento se hizo entrega a la hija de Semprún, Dominique Landman, del Premio Fundación Amigos del Museo del Prado, para agradecer el vínculo especial del que fuera ministro de Cultura con el Museo, un lugar que para Semprún fue el nexo donde el arte y la memoria se identifican. «Semprún es y será siempre un tesoro intelectual de Europa», apuntó el escritor y filósofo francés Bernard-Henri Lévy, encargado de realizar la laudatio del homenajeado.
El Prado en el centro
El acto, que congregó a personalidades del mundo de la política, de las artes y de la cultura, dio comienzo con la proyección de algunas imágenes de la película Empreintes. Jorge Semprún. L´écriture et la vie, que dirigida por Franck Apprédies no ha sido estrenada todavía. Esa cinta recoge imágenes y entrevistas inéditas del escritor en el Museo del Prado y se abre con sus palabras: «Tengo la impresión de que podría contar mi vida o escribir mis memorias alrededor de un buen número de museos… pero hay uno que está presente a lo largo de toda mi vida, se trata del Prado. El Prado estaría siempre en el centro».
A continuación fueron tomando la palabra el presidente del Real Patronato del Museo, Plácido Arango; el presidente de la Fundación Amigos del Museo del Prado, Carlos Zurita; el catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Calvo Serraller, y el escritor y filósofo Bernard-Henri Lévy.
Carlos Zurita, duque de Soria, recordó que la Fundación que preside tuvo el honor de haber contado con la colaboración de Jorge Semprún en distintas actividades. En 1991 intervino en el curso Biografías de artistas. Veintitrés pintores del Museo del Prado, aportando la semblanza de Francisco de Goya. En 1995 tomó parte con una conferencia y un ensayo sobre El paso de la laguna Estigia, de Patinir, en el ciclo Obras Maestras del Museo del Prado. Su última comparecencia en uno de los cursos de la Fundación de Amigos fue en 2006 con motivo del curso de verano Picasso, ida y vuelta, que se realizó coincidiendo con la doble muestra, Picasso. Tradición y vanguardia, que tuvo lugar simultáneamente en el Museo del Prado y en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Felicidad
«Ese día en el Prado fue de auténtica felicidad». Francisco Calvo Serraller glosó esta frase del homenajeado, contenida en el libro Federico Sánchez se despide de ustedes, y referida a una visita realizada por el propio Semprún el 26 de julio de 1988, tres semanas después de haber sido nombrado ministro de Cultura del segundo Gobierno de Felipe González (presente también en el acto de homenaje). «Es absolutamente insólito –comentó Calvo Serraller– que un ministro de Cultura vaya al Museo del Prado pretendiendo la felicidad y, el acabóse, es que así lo sienta y proclame».
En el curso del acto se distribuyó una publicación elaborada con motivo del homenaje a Semprún [1] en la que se recogen palabras del director del Museo, Miguel Zugaza: Semprún ha encontrado un refugio en el arte para su pensamiento libre. «Un refugio literal fue el propio Museo del Prado cuando viajaba clandestinamente a España desde su exilio en Francia y encontraba, además de sus recuerdos de niñez, su propia seguridad en la pequeña habitación de espejos donde se mostraban por entonces Las meninas de Velazquez».
Y las del escritor Claudio Magris, que recuerda que Semprún es la más difícil cuadratura del círculo, pues «ha conseguido conciliar una radical, extrema fidelidad a la muerte que él ha atravesado, y en la que muchos de sus compañeros se quedaron, con una cálida, fraterna y sanguínea fidelidad a la vida».
Espíritu europeo
Finalmente, en una laudatio traspasada de emoción, Bernard-Henri Lévy habló del hombre libre del siglo XX que encarnaba Semprún. Del antifascista más allá de España y a causa de ella. De la gesta de un escritor cuya obra, en una buena mitad, no tendrá otro objeto que el de instalar a su autor en la posición de testigo de ese acontecimiento nazi que él habría recibido en su carne: resistente, primero, en las filas de los maquis de Borgoña, deportado a Buchenwald, en ese campo de la muerte erigido, él insiste en ello con frecuencia, a ocho kilómetros del árbol de Goethe…
«El Semprún antitotalitario. Es decir, el antifascista siempre», afirma Lévy. «Pero el antifascista hasta el fin. El antifascista sin límites. El antifascista que no teme reconocer el hocico de la Bestia bajo sus máscaras aparentemente sonrientes, aunque fuera la de la ‘emancipación comunista’, tal como la creyó él mismo hasta su ruptura con el estalinismo, después con el Partido, al principio de la década de 1960».
«Quiero hablarles también –prosiguió Lévy– del escritor. Del escritor total. Del gran prosista que es también, del que se sabe ya que quedará como uno de los más poderosos, más inventivos y más novedosos de la literatura de la segunda mitad del siglo XX y el principio del siglo siguiente. Del inmenso guionista del cine. Del filósofo…». Y, por supuesto, del europeo. «Considero que Semprún es, desde hace treinta años que le conozco, uno de los mejores combatientes de la idea europea. Es el espíritu europeo… Es la última razón, a mis ojos, para quererlo como deberían ser queridos los tesoros vivos de la nación europea. Esa es mi última razón, concluyó el filósofo, para dirigirle, aquí, este respetuoso y fraternal saludo».
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