De Amis me gustaban sus pintas juveniles –diminuto y cabezón pero con ese look tan cool que recordaba un poco a Mick Jagger y tenía también algo de Scott Walker– y, claro, su familia y sus amistades. Habrá quien haya leído a Martin después de leer a su padre Kingsley, habrá quien haya buscado sus memorias tras haber leído las de su amigo del alma, Christopher Hitchens (el cáncer de esófago ha sido causa común de la muerte para ambos como lo fue el de hígado para Lou Reed y David Bowie, esas crueles casualidades). Habrá, decía, quien llegue a él desde otros pero lo normal es llegar a muchos sitios desde el propio Martin Amis.
Imposible no querer leer de forma compulsiva a Vladimir Nabokov, Philip Roth o a Saul Bellow habiendo leído antes lo que él contaba y opinaba de sus maestros. Él mismo era un maestro a la hora de contagiar sus pasiones y lo hacía con la misma eficacia con la que sabía herir a sus enemigos. Imposible no agradecerle ese don para meterse en jardines que garantizan la polémica, a veces tan ridícula como cuando dedicó un libro extraordinario (Koba el Temible) a contar, con las armas de la literatura, que la era Stalin ha sido una de las máquinas de matar más apabullantes de la historia y que durante demasiado tiempo cierta clase intelectual europea no supo detectar y denunciar aquel horror.
Imposible también olvidar qué sucede en el primer párrafo de su novela La información: “De noche en las ciudades, lo noto, hay hombres que lloran en sueños y luego dicen Nada. No es nada. Sólo una pesadilla. O algo parecido… Desciendan en la nave del sollozo, con analizador de lágrimas y sondas de llantos, y darán con ellos. Las mujeres –ya sean esposas, amantes, musas demacradas, niñeras gordas, obsesiones, devoradoras, ex, némesis– se despiertan y, con femenina urgencia de saber, se vuelven hacia esos hombres y preguntan: ‘¿Qué te pasa?’ Y los hombres contestan: ‘Nada, No es nada, de verdad. Sólo una pesadilla’”. La información que llega en mitad de la noche para avisarnos de que nuestro paso por aquí no es eterno. Lo escribió Amis y Amis es el primero en abandonar, en un sentido literal que no figurado, ese formidable dream team de las letras británicas (Julian Barnes, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie…) que lo ganaba todo en el cambio de siglo.
Ahí quedan sus clásicos como Campo de Londres o Dinero, para comprobar que no hay exageración en eso de que ha sido uno de los grandes estilistas de su tiempo, que como narrador tenía un talento inagotable para el sarcasmo y la sátira o que iba sobrado de gracia e inteligencia. Pero si queda alguien ahí con buen gusto que por edad o despiste aún no ha entrado en su universo, una fabulosa puerta de entrada fue aquella vuelta de tuerca a la novela policiaca que se marcó con Tren nocturno.
Martin Amis fue y será, como el título de su autobiografía del año 2000, toda una Experiencia.