Como señaló en la puesta de largo del libro su editora, Elena Ramírez, «estamos ante un libro físicamente artesanal en cuya construcción Antonio Muñoz Molina utilizó gomas de borrar, tijeras, lápiz y una docena larga de cuadernos en los que fue plasmando lo que veía gracias a una deslumbrante capacidad de observación».
(Un andar solitario entre la gente es la historia de un caminante que escribe siempre a lápiz, recortando y pegando cosas, recogiendo papeles por la calle en la estela de artistas que han practicado el arte del collage, la basura y el reciclaje –como Diane Arbus o Dubuffet–, así como la de los grandes caminantes urbanos de la literatura: de Quincey, Baudelaire, Poe, Joyce, Walter Benjamin, Melville, Lorca, Whitman…
A la manera de Poeta en Nueva York, la narración está hecha de celebración y denuncia: la denuncia del ruido extremo del capitalismo, de la conversión de todo en mercancía; y la celebración del silencio y del amor por la lectura, de la belleza y la variedad del mundo, de la mirada ecológica y estética que recicla la basura en fertilidad y creatividad.)
Un andar solitario entre la gente se presenta como una obra que reconstruye los pasos de los grandes caminantes urbanos de la literatura y del arte que han querido explicar y explicarse la época que les ha tocado vivir. ¿Es así, con toda esa carga?
De vez en cuando me he permitido hacer experimentos. Creo que ninguno de los libros que he escrito se parecía al anterior. En el año 1995 publiqué un libro que provocó mucho desconcierto, Ardor guerrero, un relato memorial sobre mi experiencia militar en un momento en que en España no se hacían libros de memorias. Después hice Sefarat y otros libros no muy convencionales. Éste de ahora es más radical todavía. Cada vez creo más en la libertad de espíritu del escritor. Defiendo cada día más la idea de que uno tiene que dejarse llevar. Más que poner en práctica un proyecto autónomo y muy elaborado encuentro placer en dejarme llevar. Con Un andar solitario entre la gente durante mucho tiempo no sabía que estaba haciendo un libro. Las personas próximas estaban intrigadas pues me veían recortando cosas, guardando hojas de publicidad de las que ponen en los parabrisas de los coches, copiando letreros, reproduciendo frases oídas en el metro… El impulso más poderoso que puede sentir alguien que se dedica a la creación es ver el mundo y preguntarse, pero ¿esto como se cuenta? Uno sale a la calle mira hacia el espectáculo de lo inmediato y se plantea cómo registrarlo. He sentido ese impulso y decidí dejarme llevar por el intento de registrar todo lo que hay a mi alrededor sin inventar un argumento de ficción.
¿Cuándo y cómo cobró forma el proyecto?
Lo que vas anotando cobra forma tanto en lo referido a los acontecimientos públicos como a los privados. Cuando uno hace un proyecto uno sabe a donde va, pero en principio yo no lo sabía. Era la época de los atentados de Niza, del referéndum del Brexit y la fiebre del Pokémon. Iba registrando todo eso al tiempo que en mi propia vida pasaban cosas peculiares. El libro empieza con un paseo por mi antiguo barrio en Madrid en el momento en que me doy cuenta de que era el último paseo que daba por allí pues al día siguiente me mudaba. En esos días hice un viaje a París y eso me puso en contacto con el mundo de los paseantes parisinos, como Baudelaire. Al regreso, la casa nueva a la que me iba a vivir no estaba lista y me encontré viviendo en un hotel. También presté mucha atención a los mensajes publicitarios, al lenguaje de la publicidad y a la fuerza sintética de los titulares de los periódicos. Encontré un anuncio superliterario que hablaba de «la oficina de los instantes perdidos» que organiza algo que te perdiste años atrás. Eso me dio la idea de mi oficina. No tenía un lugar de trabajo pues estaba en un hotel y mi oficina era mi cuaderno, mi portátil, los lapices… Escribía donde pillaba, donde podía. De ese titular surge una parte del libro. Encontré otro anuncio muy bonito que proponía: «Dibuja donde quieres vivir». Me recordó una frase de una carta de Lorca a un amigo: «Dibuja un plano de tu deseo y vive en él dentro de una norma de belleza». Esa idea dio pie a otra parte del libro. Otro anuncio hablaba «del atractivo de tu edad» que dio lugar a otra parte. Así, a través de una especie de poemas en prosa fue cobrando forma el texto. Fue construyéndose a través de notas que surgieron sin propósito alguno. Además hay partes escritas en cursiva porque son textos de periódicos que he pegado sin modificación alguna. Como la historia de los jabalíes radioactivos de Japón o un largo poema del atentado de Niza construido con informaciones textuales de aquellos días.
Ha señalado usted el peso de García Lorca en este libro. ¿De qué forma?
En todo el libro está la presencia implícita, y a veces explícita, de Poeta en Nueva York. Me refiero a ese tono alucinatorio y apocalíptico del magnifico poemario de Lorca. Ese tono se consigue cogiendo titulares del periódico y pegándolos uno detrás de otro.
Y los paseos…
Sí, claro. Entre tanto, en febrero del año pasado fui a Nueva York sin saber que hacer con todo aquel material cuando se me ocurrió hacer una caminata muy larga de veintitantos kilómetros desde la punta sur de Manhattan, donde se toman los ferrys que van a la Estatua de la Libertad, hasta el Bronx, en donde hay una casita en la que vivió Edgar Allan Poe. Lo hice varias veces. Inventé un personaje imaginario que después desapareció y fraguó la idea de los caminantes literarios; de los paseos literarios.
(Cuando se le pregunta si se siente ‘divorciado’ de la ficción, Muñoz Molina lo niega y recuerda que en el libro hay un personaje de ficción, «sólo uno, pero lo hay. Hoy en día, afortunadamente, la novela puede tener muchas formas. Me gustó crear un discurso narrativo con un mínimo de organización argumental. Un relato que se hiciera solo, como la vida».
También confiesa que desechó muchas cosas de las más de mil páginas en principio escritas. Alude al recuerdo de los regalos que le hizo su padre: «El primer reloj, el primer diccionario, el primer curso de inglés… O la manía que me entró de coleccionar hojas secas caídas de los árboles para lo que imaginé un trabajo como archivero y organizador de hojas otoñales. O la historia de la familia caníbal que vendía empanadillas de carne humana. Con todo ese material pensé que incluso podía hacer una trilogía, pero comprendí que eso no era necesario y el libro quedó como ahora se presenta».)
[1]Tras escribir lo escrito, ¿siente más celebración o más decepción?
Todo está mezclado. Quisiéramos que la vida fuera como en los anuncios de los bancos en los que todos los sueños se cumplen de inmediato. Que todo fuera un permanente Mayo del 68. Tener todo ahora mismo y conseguir todos los deseos, etc. Pero no. La vida esta hecha de felicidad y dolor, y enfermedad y muerte y logros y pobreza… En el libro son clave los caminantes literarios urbanos. Los creadores de la novela moderna. Desde De Quincey a Baudelaire, pasando por Poe o Walter Benjamin. Hay un gran contraste entre el inmenso legado que dejaron para la historia de la literatura y la total precariedad con la que vivieron sus vidas.
La mayor parte de la literatura que hizo esta gente era literatura de periódico. La gran literatura moderna no está hecha en libros, sino en los periódicos y en las revistas de la época. La época de la explosión de la ciudad es también la época de la explosión de los medios de comunicación. El periódico como forma de comunicación masiva y como obra literaria que se crea diariamente, el comercio y la ciudad son inventos simultáneos.
En ese escenario surgen personas que se dedican a contar, un oficio que no se parece a ningún otro, y lo hacen en las condiciones más precarias porque no hay reconocimiento social ni derechos de autor. Algunas de las obras literarias cumbre del siglo XIX fueron hechas por escritores que vivieron y murieron en la miseria. No por romanticismo sino porque esa era la realidad. Baste un ejemplo: Poe cobró 9 dólares por su poema El cuervo que se publicó en un periódico. Y estamos hablando de uno de los poemas más destacados de la historia que ha dado unos beneficios extraordinarios. En el libro hay una reflexión sobre cuál es el papel laboral y de clase del que se dedica a la creación literaria y estética; del que escribe en un periódico. Cómo puede, cómo podían vivir… Eran caminantes porque tenían que ir constantemente de un sitio a otro para ver si les pagaban.
¿Le preocupa el papel de las redes sociales como vehículos de información que puedan eclipsar o desplazar a los medios de comunicación?
Bueno, eso es lo que está sucediendo. Es lo que estamos viendo. Las redes sociales que surgen como un arma de libertad están sirviendo para que Rusia intervenga en las elecciones de otros países, para que les demos nuestra información más íntima para que determinados grupos la vendan y comercien con ella. El mundo está en manos de empresas monopolísticas que sólo aspiran al beneficio máximo. Son los dueños del mundo y mandan más que los gobiernos y que los sistemas democráticos. Son herramientas perfectas para manipuladores como Trump o Putin. Hay muchas fuerzas interesadas en propagar la mentira, la irracionalidad y el fanatismo. En consecuencia hay que tener mucho cuidado con la tecnología aplicada a ciertas actividades.
Entre los muchos premios que ha recibido no se cuenta el Cervantes, ¿le gustaría conseguirlo?
Esas cosas no me gusta ni pensarlas ni hablarlas. Eso tiene que ver con solemnidades que son ajenas a la literatura. Nunca pienso en algo así. Es terrible para un escritor convertirse en monumento. Siempre me ha producido mucha antipatía la solemnización del escritor. Con los años he aprendido y defiendo la necesidad de una libertad de espíritu total. No me gusta la formalidad ni la ceremonia. Este libro del que hablamos no habría podido escribirlo sin un estado de libertad hacia el mundo exterior y de libertad conmigo mismo. Me he acostumbrado a vivir de una manera muy privada, muy salvaje. En cierto modo a vivir en alpargatas. Cuanto menos protocolo haya en la vida de uno, mejor.
¿El máximo reconocimiento para un autor son los lectores?
El proceso de elaboración y maduración del trabajo, sea literario o artístico, es tan interior, tan solitario, tan irreductible que el único reconocimiento que tiene es encontrar que haya personas que se acerquen a eso y que lo sientan como propio. Que le dediquen el tiempo que eso requiere. Es una relación demasiado íntima, demasiado solitaria. La invención de la literatura y el encuentro con el lector son cosas sagradas.
Y, la ciudad ¿como foco de inspiración o como lugar de hastío?
No, hastío no. La ciudad me estimula. En la ciudad la percepción de lo inmediato es mucho más rica porque está asaltándote a cada momento. El arte ha querido captar eso siempre. El libro nace de una especie de toma de conciencia del asombro. Como cuando el gas ilumina las ciudades por primera vez y la noche se hace visible. Nace el texto de un proceso de agradecimiento ante lo inusitado del mundo. Lo que tiene mezclado de belleza y de horror. También de esos momentos de la vida que pasamos por situaciones depresivas en los que te quedas muy en la oscuridad. Cuando empiezas a salir descubres la abundancia del mundo; la luz del día.
(Esa luz que brilla y nos ilumina en Un andar solitario entre la gente, el relato atípico de un escritor que no oculta sus pasiones cuando afirma: «Me gusta la literatura que me trastorna y me embriaga como vino o música, que me saca de mí, que me fuerza a leerla en voz alta y a favorecer su contagio, que me explica el mundo y me pone en pie de guerra con el mundo y me refugia de él y me revela con la misma vehemencia todo su horror y toda su belleza».)