La celebración tiene que ver con dos monstruos de la cosa de escribir por aquello de que un 23 de abril se corporeizaron en el mundo. Hablar, por tanto, de ellos en torno a esta fecha no resulta nada original. Asumidas las críticas, el tópico y el reto, nos acercamos, con otra óptica, a aquel inglés del que tantas cosas se desconocen. Y al español manco de vida tortuosa.
En esta primera entrega -la semana que viene, más, y centrados en Shakespeare-, empezaremos por el nuestro. Todo un personaje.
Fue soldado antes que cualquier otra cosa. Ejemplo de esa estirpe de guerreros (Quevedo, Lope, Calderón, Garcilaso) que colgadas las armas y la épica sumergen nuestra literatura en el período más brillante de su historia.
Ante todo; soldado
Él siempre se sintió soldado y la literatura casi con seguridad ignoraría una obra descomunal que no habría visto la luz, si aquel hombre, que nunca pasó del raso en su militar graduación, no hubiera sido gravísimamente herido, dos arcabuzazos en el pecho y otro terrible en el brazo izquierdo que le seccionó la mano, en el combate naval de Lepanto.
De aquella se libra por muy poco. Pasa seis meses largos en el Hospital General de Mesina y, mutilado, retorna a filas para intervenir activamente en cuatro batallas contra los turcos en Navarino, La Goleta, Túnez y Corfú.
Arcabucero de la Armada Invencible, Cervantes, valor sobrado, destacó por su habilidad en el manejo de esa especie de fusil con cañón de hierro en caja de madera que se disparaba, con riesgo alto de explosión en cara y manos, prendiendo la pólvora mediante una mecha que no pocas veces fallaba.
Los secretos inicios
Dispuesto a todo como el soldado que aún se sentía a su regreso a España tras el cautiverio en Argel, acepta su primera misión secreta. Tiene mucho mérito esta disposición a regresar al norte de África y asumir un viaje de peligro constante en unos mares y en unas tierras en las que había sido hecho cautivo y en las que había sobrevivido en condiciones infrahumanas -con cuatro intentos de fuga fallidos por medio- cinco interminables años en el infierno. Pero aceptó y arrancó una auténtica, breve y fructífera carrera como espía al servicio de España en Portugal y Orán.
Antes, en 1568, hiere en duelo a Antonio de Segura, aparejador de los Reales Alcázares. Tras un proceso confuso y para no acabar preso, Cervantes huye de Madrid, es declarado en rebeldía y sentenciado a que con vergüenza pública “le sea cortada la mano derecha y viva diez años desterrado del reino”.
La huída le lleva a Roma en donde, al servicio del cardenal Acquaviva y gracias a los oficios de su padre, el médico cirujano Rodrigo de Cervantes, lava su imagen y guiado por la aventura se alista en los Tercios de Nápoles, una especie de alta escuela militar que forjaba a quienes iban a luchar contra Solimán el Magnífico o en las cruentas guerras que salpicaban Europa.
Así, el 23 de agosto de 1571, a las órdenes de Juan de Austria, embarca en La Marquesa, uno de los 300 navíos que trasladan a 80.000 hombres a la carnicería del canal de Lepanto. Va camino de su mutilación física, que se produciría en la popa de la galera el domingo 7 de octubre, y en el verdadero arranque de una obra literaria que asombraría al mundo para siempre.
La culminación
Pero, entre tanto, dos cuestiones inquietaban al todopoderoso Felipe II: la incierta fidelidad de los alcaldes portugueses de África, que en principio debían vasallaje al monarca español, y la movilización por el Levante de la flota turca dirigida por el insaciable almirante Uluch Alí, que ponía en peligro la tregua firmada por turcos y españoles.
En el ánimo de conocer el estado real de las cosas, Cervantes es contratado con el apoyo de Mateo Vázquez para realizar “ciertas cosas al servicio de Su Majestad”. Parte de Cádiz, el 23 de mayo de 1581, para cumplir esta misión secreta y compleja. Y la cumple con creces valiéndose de contactos, disfraces y sobornos. Viajando de Orán a Mostagamen, el más tarde escritor universal logró muy valiosa información que pone a disposición del Reino cuando desembarca en Cartagena tras una travesía por un mar infestado de corsarios. Los detalle por él aportados trajeron una secuela de enorme impacto negociador que culminó con la derrota del invencible Uluch Alí.
Misión cumplida a la que, por lógica, deberían haber sucedido otras que nunca llegaron. Al rey no le interesó seguir contando con sus servicios como agente secreto. Desoyó sus reiterados ofrecimientos y abocó a aquel espía que se llamó Cervantes a acercarse al lápiz e intentar la conquista de la patria de las letras.
Pero eso es otra brillante, inigualable historia, que arranca hablándonos de un rincón manchego de cuyo nombre el autor no quiere acordarse.