En Araña, el autor vuelve a demostrar que es uno de los mejores narradores de la actualidad, con una habilidad descriptiva única y, sobre todo, una capacidad descomunal para el relato. Porque en eso consisten estas obras: relatos autoconclusivos, pero contradictoriamente dependientes, tejidos entre sí, ya sabemos ahora, gracias a la habilidad de una siniestra araña. Las tres piezas bien podrían dividirse en cinco, diecisiete o, incluso, reducirse a dos: la historia familiar de Jon, con su Ribadesella natal como epicentro narrativo, y la de su sui géneris alter ego del lejano Oeste americano, John Dumbar.
Como sucede en sus predecesoras, Araña rezuma un pesimismo contagioso, una sobria apatía vital, que, precisamente por huir con éxito de teatrales dramatismos o piruetas argumentativas, es todavía más doliente. Con esto no presuman que les desaconsejo su lectura, todo lo contrario: se trata de un magistral ejercicio de pulso emocional, un certero retrato del existencialismo moderno en un tiempo y un lugar donde la norma no solo es tener problemas del primer mundo, sino también ser consciente de ello y, a pesar de todo, que nos duelan mucho. No lo hace con atisbo de crítica, ni mucho menos con intención moralizante.
Es realmente asombrosa la forma que encuentra Bilbao para hacer convivir con naturalidad estas dos historias tan distintas, prácticamente antagónicas, hilándolas a través de sutiles pero vigorosos nexos narrativos, formando un único universo en el que el espacio y el tiempo es más relativo que nunca. Porque el autor de Araña es capaz de dibujar un western con un trasfondo conceptual mucho más rico que el propio deleite expresivo, capaz de ir más allá de su trama de acción, que también maneja con solvencia, pero que no deja de ser un mero accesorio en su obra. Es, a su vez, capaz de dotar de una agilidad despampanante a su universo de autoficción, ese que le sirve para centrar el tiro con precisión y empacar de mayor crudeza toda la obra.
Igual que Dumbar y los peregrinos encuentran la Tierra de Hombres, ese paraíso terrenal que buscaban con ahínco (y que, por cierto, y a pesar de estar situado en el norte de California, no puedo evitarme la sensación de que el autor describe como la propia Ribadesella), Bilbao encontró hace tiempo su propio prominente asiento en las más altas cotas de la narrativa española actual, y Araña es buen ejemplo de ello.