Puede pasar incluso que el arte más elevado de raigambre cristiana encienda la admiración más rendida desde otros credos. Como a casi cualquiera que pisa Roma y empieza a pasear la mirada entre galerías, palacios e iglesias, al periodista de origen iraní y estudioso del islam Navid Kermani (Siegen, Alemania, 1967) estética tan poderosa y duradera como la del cristianismo le provoca sensaciones de envidia. La misma que le llevan a afirmar que “si no considerara absolutamente equivocada la idea de la encarnación en solo un ser humano, ni me pareciera tan pagana en particular la representación católica del mundo, si no me repeliera el orden que jerarquiza todas las relaciones y más aún las humanas, la demostración de poder de toda la iglesia católica, además de una idolatría del sufrimiento que llega hasta el delirio homicida, posiblemente me habría ido adhiriendo de forma paulatina a sus prácticas, habría ido a la misa latina y con pausas habría sucumbido a su salmodia”. Así reconoce Kermani la potencia del motivo estético en su ensayo Incrédulo asombro. Una obra que es, como él mismo la ha resumido, “una meditación a partir de asociaciones libres sobre cuarenta imágenes y conceptos, santos y rituales del cristianismo”.
Entre las obras escrutadas, hay pinturas de Reembrandt, El Greco, Caravaggio, Boticelli, Da Vinci, De la Tour, Zurbarán o El Bosco. Entre los conceptos asociados a esta religión, hay espacio para la reflexión sobre el amor y la muerte, la belleza y la resurrección, la iglesia y la oración, y unos pocos capítulos para desentrañar la vida y milagros de algunos santos retratados. Se nota felizmente que Kermani firma en la prensa alemana para ganarse la vida. Su escritura busca en todo momento hacerse entender, incluso entretener y –por qué no- a veces divertir pese a la materia tratada. No abruma con la anécdota histórica y se gana la complicidad del lector con los artificios más seductores del diario confesional o del libro de viajes. Cada pensamiento, hipótesis o teoría surge en un contexto muy concreto: puede ser una solitaria tarde de agosto en una pinacoteca de París, una peligrosa excursión a Siria o una jornada lluviosa en busca de un palacio napolitano. Y allá donde va, si te gusta el arte, merece la pena acompañarle.