El libro es obra de los profesores Manuel Díaz Rubio, presidente de Honor de la RANM, y Javier Sanz, académico correspondiente y comisario de la exposición. Ambos han seleccionado una o más caricaturas de dos centenares de galenos, con su correspondiente bosquejo biográfico y la bien traída foto
para que podamos apreciar hasta qué punto se le fue la mano al dibujante con la nariz, el tamaño de la frente o la dentadura generosa, pero sobre todo para comprobar si se
ha pillado o no el gesto. Esa es precisamente la clave, según el maestro Peridis, autor de tantos dibujos políticos en el diario El País: “la caricatura es una forma de cazar, y en esa cacería lo importante no es pillar una expresión sino el carácter; en el pequeño rictus que está entre la boca y el entrecejo: ahí está el gesto, y en el gesto está el carácter y en el carácter está el alma”.
Advierten los autores del libro en el prólogo que dos figuras descollan del resto: nuestro primer Nobel, Santiago Ramón y Cajal, y el hombre que encarnó mejor que nadie la idea que cualquiera tiene de lo que es un médico humanista: Gregorio Marañón. En el caso de Cajal habrá que decir que fue un “cazador cazado”, pues, siendo el dibujo una de sus múltiples habilidades, parece que de estudiante se dedicó a caricaturizar cuanto se le puso a tiro y recuerda en sus memorias que “en la escuela, mis caricaturas, que corrían de mano en mano… indignaban al maestro”.
Tienen en común todos los protagonistas del libro, aparte de biografía destacada, su condición de finados en un arco temporal que va de Miguel Servet, fallecido en 1533, hasta Luis Sánchez Granjel, que nos dejó el pasado mes de noviembre, si bien la peripecia vital de casi todos ellos se enmarca en los siglos XIX y XX.
Llama la atención cierto intrusismo bien justificado de tres literatos en la selección. Uno es don Pío Baroja, que tras doctorarse con una tesis sobre el dolor, apenas ejerció con la bata blanca. Quien tampoco tuvo una trayectoria especialmente dilatada fue el psiquiatra Luis Martín-Santos, fallecido a los 42 años en un accidente tráfico y autor de Tiempo de silencio (1962), libro que revolucionó la novela de la época. Otra obra literaria de fuste, Jarrapellejos (1914), salió de la pluma del médico rural extremeño Felipe Trigo.
No todo son fonendos, microscopios y libros de medicina flotando alrededor del retratado. Muchas caricaturas afinan más en función de la especialidad. El fondo del dibujo ayuda a contextualizar y así al pediatra lo vemos rodeado de niños, al urólogo con un par de riñones entre manos, al experto en tuberculosis con unos pulmones y al botánico entre flores.
Que los tiempos han cambiado lo vemos también en la presencia habitual del cigarro humeante –¡e incluso de puros!– que algunos lucen entre los dedos o dándole una chupadita, estampas hoy poco menos que impensables ni siquiera como caricaturas.
Frente a los dibujos más barrocos los hay también que apenas requieren cuatro trazos para hacer pleno en la intención de la caricatura; son buen ejemplo de esto último la del que fuera presidente de la II República, Juan Negrín, o las de Josep Trueta, Francisco Grande Covian y Luis Sánchez Granjel.
Entre los dibujantes figuran algunos en activo, como los casos de Fernando Vicente o Sciammarella que ilustran cada día crónicas y artículos en las páginas del diario El País. Hasta hace tres años lo hizo Antonio Mingote en Abc, que dibujó a Miguel Servet y a Cajal en ambos casos pintando al óleo –uno la circulación pulmonar, el otro las neuronas– a la vera de una ventana con vistas a la calle, mucho menos amenazante para don Santiago…
Manuel Díaz-Rubio, que conoció personalmente a algunos de los dibujados en el libro, afirma que éstos solían lucir orgullosos sus caricaturas y que las conservaban o colocaban en lugares preeminentes de sus despachos. Lo dicho: hay viñetas que te ponen en el mapa y que son un reconocimiento.