La sobrecubierta traslúcida tiñe de magenta un rostro, difuminándolo con una textura gelatinosa que da, ya antes de abrir el libro, una idea de lo irreal y turbio del asunto que vamos a descubrir. En su interior, las páginas acogen retratos femeninos en los que cuesta distinguir en ocasiones cuáles pertenecen a mujeres reales y cuáles a muñecas. Entre ellas, imágenes perturbadoras de peces globo que representan, en palabras de la autora, «el inconsciente de la mujer, que, condenada a satisfacer los deseos sociales, pierde su voluntad convirtiéndose en muñeca».
En el año 2002, González Miralles viajó a Japón, momento en el que descubrió el fenómeno de las love dolls, unas lujosas muñecas de silicona cuyo precio supera los 6.000 euros que encarnan con hiperrealismo a una mujer de verdad, pudiendo elegir el cliente hasta el más mínimo detalle. Este trasunto femenino, de 40 kilos de peso y una talla 36, contiene restos de ADN y tetradotoxina, un veneno neurotóxico presente en el exclusivo pez globo, un manjar delicioso pero peligroso si no se prepara correctamente, ya que puede provocar parálisis general e incluso la muerte.
En 2013, la fotógrafa regresó al país nipón para realizar un trabajo sobre estas inquietantes muñecas, descubriendo para su asombro que el asunto había tomado un giro turbador: ahora eran las mujeres las que alteraban su físico para convertirse en réplicas de esos seres artificiales.
Así nació Wannabe, primer trabajo de González Miralles, una turbia reflexión sobre la construcción de la identidad individual a través de los estereotipos y las relaciones sociales que acaba conduciendo a la cosificación. Las mujeres y muñecas de estas páginas se convierten en aproximaciones de unas y otras cuyos físicos anatómicamente perfectos hacen que cueste encontrar el alma humana.
La ética de lo inanimado
La obra de González Miralles, que fue expuesta en BlankPaper (Madrid), PhotoIreland (Dublín) y fue finalista de Unseen Photo Fair de Ámsterdam en 2016, aporta otro enfoque al interesante debate sobre la ética respecto a los seres no vivos, sean inanimados, como las love dolls retratadas en Wannabe, o animados, como los androides que diseña el ingeniero japonés Hiroshi Ishiguro, cuyas reflexiones acerca de los avances de la robótica y las nuevas relaciones que están surgiendo con ella tienen más de filosófico que de técnico.
Las aspiraciones de Ishiguro, que fabricó una réplica robótica de sí mismo que ya ha impartido conferencias, además de la androide Erica, pasan por dotar a los robots de características humanas (como la inteligencia, en este caso artificial) que, irónicamente, permitan al ser humano conocer más de sí mismo a través de la relación con sus réplicas. El ingeniero japonés afirma que en el futuro no podremos distinguir entre robots y humanos, una afirmación escalofriante (por lo que tiene de materia desconocida) que ya empieza a dar signos de realidad, como alumbra el trabajo de González Miralles, donde los rostros femeninos se reflejan en la página opuesta, oscura, como una suerte de espejo que deforma una realidad ya de por sí deformada.
Wannabe puede ser visto como el reverso tenebroso de esa fábula fantástica que firmó Kore-eda Hirokazu en 2009 con Air doll, una versión madura y no tan luminosa de Pinocho en la que una muñeca sexual cobraba vida. González Miralles le da la vuelta a la historia y propone que la sociedad pone a su servicio a las mujeres mediante una objetualización que genera comportamientos autómatas. Sus páginas no dejan indiferente.