A esta sencilla, aunque fundadmental pregunta, intenta responder Don Thomson, economista, profesor de ciencias empresariales y experto en arte, en su último libro: El tiburón de 12 millones de dólares, un ameno recorrido por las casas de subastas, las galerías y el mundo de los coleccionistas en el que se desvelan los secretos económicos y las estrategias de marketing que impulsan al mercado a producir los precios astronómicos a los que se cotizan las obras de los grandes artistas, desde Baquiat a Koons, Tàpies o Jasper Johns.

Su autor nos acerca a través de sus 288 páginas a la psicología y los intereses que mueven el mercado del arte para recordarnos que en el arte contemporáneo, como en tantos otros campos, la línea que separa la cultura y el negocio es difusa pero clara.

Psicología e intereses

«A continuación -señala el autor en el primer capítulo del libro- sigue mi periplo de un año de descubrimientos por los intríngulis del mercado del arte contemporáneo, en Londres y Nueva York, durante el cual repartí mi tiempo entre marchantes, casas de subastas, antiguos ejecutivos de éstas, y artistas y coleccionistas de arte. Durante ese año, los precios récord se alcanzaron en una subasta de 131 artistas contemporáneos; en un período de seis meses, cuatro cuadros se vendieron por más de 100 millones de dólares cada uno».

El tiburón de 12 millones de dólares examina la economía y la psicología del arte, los marchantes y las subastas. También analiza el dinero, la codicia y la vanagloria de la posesión, todos ellos elementos de gran importancia en el mundo del arte contemporáneo.

Don Thompson ha enseñado en la London School of Economics, en la Harvard Business School y en la Schulich School de York University en Toronto. Es coautor de nueve libros sobre marketing y economía traducidos a seis lenguas. Actualmente vive entre Londres y Toronto.

 

El tiburón de Hirst

«El primer problema del agente que trataba de vender el tiburón disecado era el precio de venta, 12 millones de dólares, de esta obra de arte contemporáneo. Otro problema era su peso, algo más de 2 toneladas, por lo que no iba a ser fácil llevárselo a casa. La «escultura» del tiburón tigre disecado de 4,5 m estaba metida en una vitrina gigante de cristal y tenía el original título de La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo. En el cuadernillo de color de esta obra aparece una ilustración de la misma. El tiburón fue capturado en Australia en 1991, y la preparación y el montaje fueron realizados en Gran Bretaña por un equipo de técnicos bajo la dirección del artista británico Damien Hirst.

Otra preocupación era que, aunque el tiburón constituía sin duda un concepto artístico innovador, muchos miembros de la comunidad artística no tenían la seguridad de que pudiera calificarse de arte. Esta cuestión tenía su importancia porque 12 millones de dólares era más dinero del que jamás se había pagado por la obra de un artista vivo, a excepción de Jasper Johns -más que por un Gerhard Richter, un Robert Rauschenberg o un Lucian Freud.

¿Por qué iba a pagar alguien tanto dinero por el tiburón? Parte de la respuesta es que en el mundo del arte contemporáneo, la marca puede sustituir al juicio crítico, y en este caso había numerosas marcas en juego. El vendedor era Charles Saat­chi, un magnate de la publicidad y famoso coleccionista de arte, que catorce años atrás había encargado a Hirst la producción de una obra por valor de 50.000 libras esterlinas. En esa época, una suma así se consideraba tan disparatada que The Sun anunció esta transacción con el siguiente titular: «50.000 for Fish Without Chips» (50.000 por pescado sin patatas). Hirst pretendía que la cifra fuera «escandalosa», tanto por la publicidad que podía atraer como por los beneficios económicos.

El agente que vendió el tiburón fue Larry Gagosian, el mar­chante de arte más famoso del mundo, que opera desde Nueva York. Un comprador conocido por su activa persecución del tiburón era sir Nicholas Serota, director del Tate Modern Museum (Museo Nacional Británico de Arte Moderno) de Londres, que contaba con un presupuesto muy ajustado para trabajar. Otros cuatro coleccionistas con medios financieros mu­cho más potentes habían mostrado un moderado interés. El más prometedor era el norteamericano Steve Cohen, un acaudalado ejecutivo de Connecticut dedicado a los fondos de inversión de riesgo. Hirst, Saatchi, Gagosian, Tate, Serota y Cohen constituían una representación de marca dentro del mundo artístico mayor de la que jamás se podría encontrar junta en un solo sitio.

La posesión y exhibición del tiburón de Saatchi se había erigido en símbolo para los críticos de las provocadoras obras que producía el grupo conocido como Young British Artists (yBas; Jóvenes Artistas Británicos). Si unimos marca y publicidad, el tiburón tiene que ser arte, y el precio debe ser desproporcionado». 

(Fragmento del primer capítulo de El tiburón de 12 millones de dólares

  

El tiburón de 12 millones de dólares. Don Thomson.

Ariel (enlace al primer capítulo). 2009. 288 p. 21 euros.